En su primer trabajo en suelo occidental, el nuevo trabajo de Haifaa-al-Mansour -una de las directoras más conocidas y más controvertidas de Arabia Saudi- pretende acercarse a la legendaria figura de Mary Shelley y su atormentado romance con el poeta Percy Shelley, al estilo de la reinterpretación contemporánea de la María Antonieta que Sofía Coppola realizó hace ya más de una década.
Esa relectura feminista, tan necesaria e inteligente es, a priori, una interesante aproximación a la creadora de uno de los mitos más imperecederos de la historia de la literatura. Y sin ser la figura central del biopic, el monstruo de Frankenstein y su dramática odisea en busca del respeto, el amor y la aprobación le sirve a la directora como metáfora del camino de espinas de una Mary Shelley interpretada con acierto y convicción por Elle Fanning. Pero más importante que el monstruo de la ficción es la relación de Shelley con los dos hombres de su vida: su autoritario padre y sobre todo el poeta Percy Shelley, que al igual que Lord Byron, no salen muy bien parados en este biopic de factura impecable pero escasamente inspirado.
El problema, que aunque los valores de producción consiguen sumergir al espectador en la Inglaterra de finales del siglo XIX, la labor de puesta en escena de Mansour peca de los mismos defectos que otros biopics recientes y a priori interesantes, tales como Professor Marston and the Wonder Women (centrado en la biografía de William Marston Moulton, creador de Wonder Woman) o Rebelde entre el Centeno (biopic de J.D.Salinger): su falta de inventiva, garra y riesgo. Por lo que esta Mary Shelley y los dos títulos mencionados anteriormente necesitan someterse a la dictadura de un guión que en ninguno de los tres casos, consigue ir más allá de la superficie, de aquellos temas que se plantean en sus primeros acordes.
Mansour destaca sobre todo en su acto final, donde rompe la leyenda de la invención de Frankenstein en una noche tormentosa en la mansión de Lord Byron y es en este enclave donde la película -ya demasiado tarde- comienza a adentrarse en las psiques y relaciones de unos liberales nihilistas que viven en un círculo vicioso de auto-complacencia y desgana eterna. Es en este momento donde la película vuelve a mirarse frente a frente con el tercer acto también de la María Antonieta de Coppola y su representación de unos jóvenes de final de siglo con mucho tiempo libre y escasa fe tanto en si mismos como en el mundo que les rodea.
Por supuesto, como todo biopic convencional, el tramo final de la cinta le sirve a Mansour para darle un hálito de esperanza a la batalla por el reconocimiento -como artista y sobre todo como mujer- de Mary Shelley. Un correcto pero insuficiente canto del cisne para una obra que en ningún momento consigue elevarse aunque lo intente. Lamentablemente, la escritora de una de las más grandes novelas de la literatura se merecía mucho más.
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