La imposición y decisión de resolver el asesinato de Laura Palmer entre los episodios 7 al 9 de la segunda temporada de la serie dejó al serial en un punto muerto complicado de resolver. No solo porque la resolución dejaba a la serie huérfana de su motor y porque la manera de resolverlo fue precipitado, sino porque las consecuencias del mismo fueron ninguneadas por los guionistas y directores que se encargaron del serial a partir de ese momento.
Comenzamos esta segunda mitad de la segunda temporada con el velatorio de Leland Palmer. Y podría ser el velatorio de cualquiera. La comunidad de Twin Peaks está tranquila, como si Leland no hubiera hecho nada malo, como si se hubiera muerto el pobre de un ataque al corazón. El descubrimiento de que Leland, padre de Laura, no solo la había matado, sino que también la había violado y abusado de ella, debería haber removido las conciencias, corazones y mentes de una comunidad conservadora como la de Twin Peaks, pero nada, como si no hubiera pasado nada. Lo mismo para los que saben el verdadero secreto, que una entidad demoníaca, un espíritu de los bosques o el mal mismo había tomado el cuerpo de Leland Palmer para acometer actos atroces. ¿No deberían investigar más? Parece que no.
Y sin Lynch, enfadado y decepcionado con la cadena ABC y con su socio Mark Frost que aceptó que el gran misterio fuera revelado, cosa que Lynch no quería, la serie degeneró como nunca habríamos podido imaginar. En los primeros siete episodios de esta segunda mitad de temporada, tenemos tramas tan poco inspiradas y apasionantes como la historia de Nicky el "niño diabólico" que cuidan Andy y el insoportable Dick Tremaine, la pelea de hermanos entre el alcalde y su hermano con mujer fatal de medio pelo por medio o el "noir" de telefilme de sobremesa protagonizado por James Hurley fuera de los confines de Twin Peaks.
Tan lamentable es la situación, que las dos únicas tramas que sostienen a duras penas el visionado del serial para los incondicionales es la relacionada con el insoportable Jean Renault y los no menos insoportables Hank Jennings y Ernie, marido de la madre de Norma y la resolución del conflicto de Josie Packard, con Thomas Eckhart, Catherine Martell y compañía.
En el horizonte se divisa la llegada de la que sería la trama importante que tomaría el relevo del asesinato de Laura Palmer, Windom Earle antiguo agente del FBI y ex compañero de Cooper que clama venganza contra nuestra agente del FBI favorito y que ha estado tan mal planificado, que quitando los incondicionales del serial, entre los que me incluyo, que nadie se acuerda que la trama comenzó a gestarse en el segundo episodio de esta segunda temporada en la escena de arranque de dicho episodio en una conversación entre Albert Rosenfeld y Cooper en el Gran Hotel del Norte.
Y mientras esperamos una trama que pueda levantar una serie que había caído en los infiernos, los aficionados tuvimos que aguantar historias tan absurdas y fuera de personaje como la de la locura transitoria de Ben Horne y sus soldaditos de por medio, o intentos de reproducir la extrañeza y la modernidad de Lynch derivando la serie a la comedia involuntaria o la llegada de directores invitados que pretendían emular al maestro con resultados bochornosos como los realizados por Uli Edel o Diane Keaton.
Es el momento en el que Cooper recupera su uniforme y placa del FBI y arranca la trama de Earle, cuando la serie vuelve a vivir, aunque a duras penas. Y es que la trama de Earle, su implicación con el misterio de los seres de otro lugar como Bob, Mike o el Enano y su amenaza ante la comunidad de Twin Peaks es interesante por lo menos en el papel y más si el misterio del asesino de Laura se hubiera mantenido en paralelo y hubiera confluído a la vez en el episodio final, pero la interpretación de Kenneth Walsh es tan "over the top", tan de villano de opereta y tan efectistamente barata que nunca te acabas de tomar en serio la amenaza que representa este Mortadelo del mal.
Lo que si funciona en estos últimos episodios pasado el bache de la mitad de la temporada son los pequeños momentos. Las reuniones en la Doble R, el enamoramiento entre Cooper y Annie Blackburn, la hermana de Norma Jennings, la relación de amistad entre Cooper y el sheriff Truman o el fugaz amor entre Shelly y el personaje de Gordon Cole interpretado con maestría por Lynch, dan vida, alma y corazón a unos personajes y un pueblo que aunque las tramas no son lo redondas y bien ejecutadas que deberían, los incondicionales no onos cansamos de ver a Cooper comer tarta de cerezas, beber café o interactuar con los peculiares personajes del pueblo.
Lo que si se echa de menos es el misterio de los bosques y la localidad, la sensación del miedo que acecha que respiraba el serial en sus orígenes y esa mezcla perfecta entre la luz y la oscuridad, lo hermoso y lo terrorífico, lo mundano y lo profano. Y en el final de su vida, cuando la serie va a ser cancelada y no podemos esperar otro momento de brillantez, llega David Lynch para un episodio final que fue canto del cisne y renacimiento de una serie que volvió a demostrar en sus últimos 50 minutos porqué nos enamoró.
Lynch, no contento con el discurrir de la temporada en sus últimos compases, volvió para intentar salvarla de la cancelación, tarea inútil en dicho momento, pero que devolvió la grandeza en esos cincuenta minutos que en el año 1991 creímos que serían los últimos.
En una sola escena, en escasos cinco minutos, Lynch nos devuelve a casa, en una escena en la comisaría de policía, donde el ambiente vuelve a ser misterioso y desasosegante, Cooper vuelve a ser ese extraño ser que disfruta con el horror y el misterio a la vez que lo combate, trae de vuelta a personajes olvidados en el serial como Lady Leño y Ronette Pulaski y en una pirueta narrativa con aceite de motor quemado de por medio, fusiona la trama del asesinato de Laura, la Habitación Roja y sus extraños seres y Windom Earle en una escena que solo puede ser calificada de brillante.
Y con el coraje y el nada que perder que da el saber que hagas lo que hagas no te van a renovar el serial por una tercera temporada, Lynch hace lo que le da la gan y encima lo hace de manera excepcional. Lo primero, deja abiertos cliffhangers que colocan de nuevo a varios personajes como Benjamin Horne o Nadine Hurley en el lugar que debían estar, devolviéndoles a su esencia, pone el reloj a cero de nuevo en la comunidad de Twin Peaks como en el primer episodio del serial, reflejado en la conversación entre Shelly y Bobby demostrando que en Twin Peaks las situaciones y las personas tienen la ilusión del cambio, porque son iconos inalterables y cierra las tramas absurdas que han ido coleando y languideciendo de una manera mucho más absurda, cargadas de ironía y mala baba.
Hecho eso, Lynch se centra en la esencia de la serie, en sus personajes, en sus situaciones y en sus escenarios. La Habitación Roja, los bosques de Twin Peaks de nuevo tan bellos como aterradores, Cooper, Laura, Leland, El Gigante, El Enano y Bob en un tour de force de 20 minutos donde Lynch con dos decorados, unas cortinas rojas, un suelo en zigzag tan mareante como estimulante y una iluminación y unos efectos de sonido fascinantes dan como resultado una obra vanguardista, adelantada a sus tiempos y con la misma capacidad de fascinación que en los inicios del serial.
Y tras ese tour de force que devolvió al serial a la primera línea de la vanguardia y la sacó de la vulgarización a la que había sido sometida por escritores, directores y showrunners que nunca entendieron que era lo que hacía grande a Twin Peaks y los mecanismos que la hacían respirar y funcionar llegamos a un epílogo de infarto con un cliffhanger que dejó a todos los seguidores ávidos de más: El Agente Cooper había sido poseído por Bob, como Leland Palmer antes que él. Un cliffhanger que creímos nunca veríamos resuelto y que casi 27 años después nos lo regala Lynch a los fans. Quién se lo habría dicho a mi yo de 16 años cuando acabó de ver este último episodio en Septiembre de 1991. A veces los milagros existen y este va a ser uno de ellos.
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