24 de octubre de 2015

La Cumbre Escarlata de Guillermo del Toro y The Martian de Ridley Scott: Irregular pero interesante homenaje a la Hammer y decepcionante panfleto de la Nasa


La semana pasada llegaron a la cartelera española dos de los títulos fuertes de la cartelera otoñal de 2015. El primero, La Cumbre Escarlata, era el retorno de Del Toro a los territorios recorridos en El Espinazo del Diablo y el Laberinto del Fauno y la segunda, el regreso de Ridley Scott a una ciencia ficción que supuestamente se le había atravesado con Prometheus la mal recibida precuela de su clásica Alien.


La Cumbre Escarlata es el mayor homenaje de Del Toro a la factoría Hammer y a Mario Bava que ha realizado hasta el momento, por supuesto pasado por su propio estilo y personalidad. De nuevo tenemos un relato gótico, donde el componente sobrenatural se entremezcla con la maldad del ser humano, donde los entes espectrales sirven como aviso y sombras de tiempos pasados para que aquellos que siguen en el mundo de los vivos no cometan los mismos errores que ellos, almas en pena que impregnan y tiñen con su sufrimiento lugares marcados por el horror y la tragedia.


Además de la Hammer y Bava, el otro gran referente de este ejercicio de estilo gótico es Edgar Allan Poe y esa mansión que recuerda a la Casa Usher del famoso relato del escritor, sin olvidar al Coppola de Dracula y al Scorsese de la Edad de la Inocencia en los recursos estilísticos y narrativos que nutren la nueva obra del director mexicano. Del Toro se rodea de un fantástico reparto donde destacan Tom Hiddleston, Jessica Chastain y Mia Wasiowska.

El problema, que el fascinante envoltorio visual marca de la casa Del Toro, no viene acompañado de un guión tan redondo como el Laberinto del Fauno o tan original como el del Espinazo del Diablo, por lo que la película, al igual que el Sleepy Hollow de Tim Burton se queda como un bello ejercicio de estilo y un homenaje plásticamente perfecto del tono de las películas de la Hammer, pero que no aporta ningún giro ni nada nuevo a un género del pasado. En definitiva, una obra correcta, pero que le falta ese punto en el guión para convertirla en una obra casi maestra como lo fue su Laberinto del Fauno.


La otra película de la semana ha sido The Martian de Ridley Scott, que al contrario del tibio recibimiento que ha tenido la de Del Toro, ha sido laureada como el gran retorno de Ridley Scott al género de la ciencia ficción. Nada más lejos de la realidad.

Porque The Martian es una película fallida. Una película que durante su visionado me trajo al recuerdo tres obras: Náufrago de Robert Zemeckis, Moon de Duncan Jones y Gravity de Alfonso Cuarón. Y aunque Scott las intenta emular queda muy por debajo de ambas tres.

Los motivos, que la odisea del astronauta protagonizado por un correcto Matt Damon, en ningún momento es creíble y su personaje logra empatizar con el espectador. Primero, porque la película habilmente comienza con el accidente, pero eso no me permite que conozca a nuestro personaje y su interacción y relaciones con el resto de un equipo que posteriormente volverá a por él.

Segundo, porque tampoco sufro por él en ningún momento. La razón, que la película se centra en exceso en lo que ocurre fuera de Marte, lo que motiva que la sensación de soledad y abandono que sufre a lo largo de tres años (que se dice pronto) el personaje de Damon no se siente en ningún momento, aparte de que muchos de los giros de la película que podían haber dado a equívocos y paranoias varias para una persona aislada, quedan dilapidados por conocer lo que acontece en la tierra.

Y el peor de todos los males, que lo único que le vemos hacer al personaje de Damon es plantar patatas. En ningún momento lo pasa mal, excepto en una escena casi al principio de la película que te hace temer lo peor, pero que se soluciona de una manera excesivamente rápida, sin tiempo de hacer sufrir a nuestro protagonista.

La labor de Scott es correcta pero sin aportar nada a un género que tanto con la mencionada Gravity como con la magistral Interestellar de Nolan, ha elevado de nuevo el género de ciencia ficción espacial. Nada de lo que da la elegante pero fría dirección de Scott es novedoso o sorprendente. Y si a eso le sumamos que el ligero y excesivamente humorístico guión de Drew Goddard choca con la frialdad de Scott, nos encontramos con un coctel indigesto que solo gustará a la Nasa y a aquellos espectadores que no son amantes de la ciencia ficción. En definitiva, un bluff de cinta, una película que aunque sea el éxito del momento, no pasará ni por asomo, a los anales de la ciencia ficción.

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