19 de diciembre de 2017

Wonder Wheel de Woody Allen: Crudo relato de brillante factura
























El regreso de Woody Allen cada año es siempre bienvenido, máxime cuando el conjunto de su filmografía alcanza la friolera de más de 50 películas. Cierto es que no todo lo que estrena está a la altura de sus obras de referencia, pero el nivel general está siempre por encima de la media. Ahora, tras su Café Society, estrenada en septiembre de 2016, Allen vuelve a colaborar con el director de fotografía Vittorio Storaro, el cual consiguió que la anterior película de Allen luciera tan bien como su Manhattan junto a Gordon Willis o Sombras y Niebla con Carlo di Palma.




La diferencia entre estas dos propuestas anteriores y Café Society y Wonder Wheel, es que estas dos últimas se benefician del tratamiento del color de Storaro y su fascinante uso de los colores primarios. Y si en Café Society servía para darle un mayor empaque visual y traer de vuelta el tono y estilo de trabajos previos del cineasta como Balas sobre Broadway, en esta ocasión sirve no solo para pervertir las expectativas de su público, sino para reflejar el estado de ánimo de sus personajes y el entorno en el que transcurre la historia.






Porque tras su aparente brillo y esplendor, reflejado en ese travelling que nos muestra en toda su magnificencia la noria de Coney Island y ese sabor a la América del entretenimiento y la banalidad, Wonder Wheel en su interior esconde, tras su brillante apariencia, una de las obras más descarnadas y crueles de la obra de Allen.






Heredera de trabajos previos como Delitos y Faltas o Match Point, Allen plantea un trabajo con ecos de la ya mencionada Balas sobre Broadway o Poderosa Afrodita, pero que le sirve al cineasta para hacer un crudo estudio de la mezquindad humana, representada en una excelente Kate Winslet, una mujer cuyo sueño en la vida fue frustrado por una serie de decisiones que considera únicamente culpa de los demás.





Apoyado, además de en Winslet, en un reparto compuesto por un recuperado Jim Belushi, un Justin Timberlake que está vez es el elegido para representar a un joven Allen y Juno Temple, Allen plantea visualmente su trabajo con planos donde la profundidad de campo es símbolo de la ruptura entre lo mostrado y lo pensado y que a su vez juega con el espectador tirando por tierra los estereotipos de la historia que está contando, para darle no una, sino dos vueltas de tuerca.






Cierto es que no es un Allen de fácil entrada. Lo que en un principio parece agotamiento o incluso desidia, se convierte, una vez finalizada la proyección, en un obra dura pero redonda, donde Allen sigue demostrando que sigue siendo uno de los más hábiles realizadores y guionistas en escarbar las mezquindades del alma humana.



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