Catorce años han pasado desde que se estrenaran Los Increíbles, el sexto largometraje de animación de Pixar Studios. Una época, principios del nuevo siglo, donde el género de superhéroes estaba comenzando a surgir levemente en la psique de una nueva generación de espectadores y cinéfilos. Sus máximos exponentes, Bryan Singer y Sam Raimi, con sus dos interesantes aproximaciones a los X-Men y Spiderman respectivamente, comenzaban a construir lo que sería una avalancha una década después. Era un buen momento para que Brad Bird, ex-animador de Disney y guionista de Los Simpsons en las primeras temporadas del inmortal show, pusiera su granito de arena en un género tan querido para él, tras su impresionante debut con el largometraje El gigante de hierro cinco años antes.
Los Increíbles se convirtió, gracias a su perfecta fusión para todos los públicos, del concepto de familia y sense of wonder de Los 4 Fantásticos de Stan Lee y Jack Kirby y la visión crítica ante los vigilantes del Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, en una cinta dinámica e imaginativa, gracias a un pulido guión del propio Bird y una puesta en escena dinámica, repleta de milagrosos y electrizantes planos secuencia, reforzados por perspectivas forzadas que aunaban el ritmo de las piezas de animación de Tex Avery y Warner Bros, con la elegancia y el mood del Superman de Max Fleischer y el Batman de Bruce Timm, más un toque sixties que iba de James Bond a Superagente 86. Todos estos elementos dotaban a la cinta de un tono y un estilo único, convirtiéndola en pieza clave de lo mejor que podía aportar un estudio como Pixar.
Una década y media después, Pixar, el género superheróico y el propio Bird no están en la misma situación. Pixar, absorbida por Disney, ha puesto por encima la comercialidad ante la originalidad y la calidad, entregando secuela tras secuela de su edad dorada. El cine de superhéroes ya no es la excepción, sino la regla. Y Brad Bird, al igual que su compañero de estudio Andrew Stanton, ha tenido que pagar los platos rotos de su interesante aunque en ocasiones fallido, Tomorrowland, cinta de imagen real y último trabajo de Bird tras las cámaras previo a estos Increíbles, que al igual que el John Carter de Andrew Stanton, se llevó un enorme batacazo en la taquilla mundial.
Así que Bird ha vuelto a una zona de confort que supo trabajar de manera excepcional, como si no hubieran pasado esos catorce años, tanto en la forma como en el fondo. La cinta arranca allá donde nos quedamos hace década y media, para contarnos el día después de la mejor familia superheróica tras los 4F. Y la idea no está mal, sobre todo si quieres aprovechar a la estrella sorpresa que fue Jack Jack y que aquí se convierte en el salvador de un trabajo donde la desidia y la falta de riesgo y garra son sus peores enemigos. El bebé de la familia aporta, casi como si fuera un Minion de Mi villano favorito, los mejores momentos de una cinta que replica sin tapujos la estructura narrativa y argumental de la primera entrega, intentado adornarla de parábola feminista que si se rasca en su superficie, sirve para entonar levemente el mea culpa de la caída en desgracia de John Lassetter (sin que nadie se lo pidiera) con un discurso post #metoo que cae en muchos momentos en la vergüenza ajena.
Pero más allá de disquisiciones ideológicas y de género que no entraré, la cinta de Bird peca sobremanera de una desidia que le pasa factura a las dos horas de metraje, excesivo para aquello que nos está contando. Cierto es que la primera entrega duraba aproximadamente lo mismo, pero más allá de su originalidad, que esta secuela fusila sin piedad, Bird entregaba una serie de set-pieces antológicas, que sirvieron de referente para ese épico tercer acto de Los Vengadores de Joss Whedon, donde la composición y planificación de las escenas, a través del plano secuencia y las perspectivas kirbyanas, elevaban la cinta demostrando como se debían trasladar a los superhéroes al séptimo arte. En cambio, esta secuela ofrece una dirección donde Bird se olvida de todo esto, a excepción de los mencionados insertos de Jack Jack, donde volvemos a vislumbrar al director imaginativo y enamorado del medio y del género. Pero son escasos y magníficos momentos, que no consiguen elevar el conjunto de una obra donde el mínimo denominador común en todos los departamentos artísticos, dan como resultado un trabajo competentemente gris, excepcional en su técnica, pero muy pobre en el resto de sus elementos, más si cabe si miramos a las obras que la preceden. Una verdadera lástima y un nuevo ejemplo del cine clónico que abunda en el nuevo Hollywood de las grandes corporaciones.
Primera crítica que leo que tira a la zona negativa del film. Y eso está bien. No todo van a ser flores. No la he visto, la primera lo hice en el cine, y la verdad es que no me llegó a convencer. Pero son de esas que tal vez un segundo visionado me cambie la perspectiva. Tengo que hacerlo.
ResponderEliminarUn saludo