15 de octubre de 2018

La casa del reloj en la pared de Eli Roth: De Gordon Lewis a William Castle




























De émulo del espíritu exploitation de Herschell Gordon Lewis (2000 maníacos y padre del gore) con Hostel y su secuela, heredero o imitador del gore cartoon de Sam Raimi (trilogía Evil Dead) con Cabin Fever o replicador de algunas de las peores decisiones del género terrorífico como fue Holocausto canibal de Joe D’amato en Green Inferno, Eli Roth se adentra en los senderos del cine de terror/fantástico familiar con La casa del reloj en la pared, primera adaptación de una serie de libros juveniles aparecidos en los años 70, de la mano de Steven Spielberg y su sello Amblin. El resultado, una cinta que bebe del espíritu gamberro del mejor Joe Dante e incluso del gótico posmoderno de Tim Burton, entregando el mejor trabajo de su director que se deja ver con agrado pero que por supuesto no deja ningún poso en el espectador, una vez finalizada su proyección. 






Lo más interesante de un trabajo que respira el tono del cine de William Castle -no debe ser casualidad que la ficción transcurra en 1955, fecha de estreno de House on Haunted Hill- es el contraste entre el goticismo clásico de la mansión que da título a la película y la América rockwelliana que rodea el exterior de la casa y que tiene como ejemplo el colegio al que acude el protagonista de la cinta, arropado por dos pesos pesados como Jack Black -cuyos excesos no se encuentran fuera de lugar en este tren de la bruja inocente- y sobre todo una carismática y espléndida Cate Blanchett que se merecía muchos más minutos de metraje. Estos elementos, más la inquietante presencia de un recuperado Kyle McLachlan, aderezado por un diseño de producción atmosférico y cuidado y un pasado que entremezcla la magia de los años 20 junto a un primer acto cuyo tempo pausado entrega los momentos más intrigantes del relato, gracias a su habilidad para pasar del terror gótico a la aventura mágica, sin perder el componente y el espíritu lúdico juguetón y gamberro, queda perjudicado por un acto final donde toda la atmósfera se pierde en pos de unos compases finales que la emparentan con el conjunto vulgar y poco inspirado del cine fast food contemporáneo.

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