El nombre de Mata Hari evoca en primera instancia las convenciones que han sido siempre asociadas a la figura de la femme fatale. Incluso en el imaginario colectivo podría ser la precursora de dicho mito. La mujer voluptuosa, elegante, seductora, que utiliza su sexualidad para conseguir sus objetivos, casualmente malignos. Un estereotipo que ha ido transmitiéndose generación a generación. Estereotipos promovidos por una cultura heteropatriarcal que sigue intentando, ya sea consciente o inconscientemente, dividir a la figura femenina entre santas y putas.
Mata Hari, la miniserie más interesante de la primera hornada de títulos salidos del nuevo sello de Dark Horse Comics, Berger Books y que busca la experimentación y la calidad de los primeros títulos del sello Vertigo -la línea se llama así porque la editora jefe de la línea es la gran Karen Berger- es una inteligente reivindicación del mito de Mata Hari, donde la guionista Emma Reeby, a través de las últimas horas de vida de la supuesta espía, viaja hacia atrás y hacia delante en el tiempo para reconstruir en escasos cinco comic-books las múltiples contradicciones de la vida de una de las figuras femeninas más oscuras y a la vez fascinantes del imaginario del siglo XX. Ese constante viaje en el tiempo potencia la narrativa, ya que los contrastes y símiles entre lo que acontece en el presente y lo ocurrido en el pretérito, ayudan a aportarle más fuerza al relato.
A su vez, el arte de Ariela Kristantina, heredera del trazo etéreo y delicado de maestros como Michael Kaluta o P. Craig Russell, transporta al lector a principios del siglo XX, lugar donde la obra, de tonos ocres y dorados mérito del color de Pat Masioni, se da la mano con los artistas del período y el movimiento art decó para, a través de un arte que denota misterio y sensualidad, utilizar las mismas armas de seducción de la leyenda para entregar un relato de reivindicación y contraposición con aquello que creíamos obvio y cristalino.
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