Cuarenta años han pasado desde que John Carpenter cambiara el terror norteamericano y el término slasher inundara el género de terror hasta nuestros días. El medio para conseguirlo fue reinterpretar las formas y maneras del giallo italiano con la idiosincrasia del american way of life de capa caída post-Nixon y post-Vietnam. Así, de las clases altas y la rancia aristocracia proveniente del viejo continente, el género mutó a las tranquilas avenidas y localidades de la clase media norteamericana que acabaría convirtiéndose en espejo y reflejo del mundo occidental. Además, Carpenter le sumó a las perspectivas subjetivas del cine giallo el uso de largos y parsimoniosos planos secuencia de una película que hizo de la sutileza y el tempo pausado el arma más mortífera para aterrorizar a toda una generación de espectadores. La cinta no solo creó un sub-género sino toda una franquicia que dio lugar a una gran cantidad de secuelas aparecidas a lo largo de las siguientes décadas e incluso a un atrevido reboot que dio pie a dos películas de un incomprendido Rob Zombie.
Ahora en 2018 vuelve Halloween sin aditivos. Una reformulación de la cinta original, homenaje a la misma y también secuela. En el fondo, un ejercicio parecido al elaborado por J.J. Abrams con el universo galáctico lucasiano, con el mismo respeto y sumisión pero con una mayor inteligencia. El encargado del proyecto, David Gordon Green, entrega un bello y reverencial homenaje a la cinta original, sobre todo en el arco central del mismo, con idénticas herramientas que el propio Carpenter. Pero aunque la cinta en ese arco central quede lastrada por su sumisión en la forma hacia la cinta original, apunta en este arco ideas y conceptos sugerentes que consiguen elevarla del mero calco/homenaje que inunda la cinematografía blockbusteriana contemporánea. Ejemplo de ello es la conversión especular entre víctima y verdugo, entre Laurie, el personaje interpretado por Jamie Lee Curtis y Michael Myers, el asesino kabuki. Green sitúa argumental y formalmente a Laurie en el lugar que Myers era situado por Carpenter en la obra original, entregando no solo un guiño al aficionado y seguidor fiel de la saga, sino que a su vez introduce en el subtexto de unos personajes que son meros arquetipos, unas capas de profundidad -las justas eso sí- como para que la cinta tenga entidad por si misma y a su vez, adelantando con esas decisiones estilísticas el desarrollo argumental por el que discurrirá la cinta.
Pero todos estos elementos tan artísticos como comerciales dejan un cadáver por el camino: el primer acto de la obra. Un punto de partida donde la saga abre sus horizontes, con la aparición del asilo donde está internado Michael y la aparición de un grupo de periodistas que bien podrían haber salido de una cinta de David Fincher -entroncando la obra con propuestas contemporáneas más complejas como Zodiac o el serial Mindhunters- pero que le sirven a Green para incluso ofrecer una crítica al trabajo de Zombie, en concreto su primera entrega de Halloween. La profundización en los arquetipos y la obsesión por las historias de origen de unos personajes que funcionan cuanto menos se sepan de ellos están abocadas al fracaso, ya que como bien refleja la magnífica escena que transcurre en la estación de servicio, en el vaciado y la sencillez está el éxito: a Michael Myers solo le hace falta su rostro impávido y anónimo y un mono de obra azul. El resto es accesorio.
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