Después de trabajos de encargo que se alejaban de sus constantes temáticas que no formales, tales como Habitación en Roma (2010) o Ma ma (2015), Julio Medem regresa con El árbol de la sangre a su particular y personalísimo universo que tan buenos resultados le dio a finales de los 90 o principios de los 2000 con títulos como Lucía y el sexo (2001) o Los amantes del círculo polar (1998). Universos donde lo lírico y la piel de toro se dan la mano para ahondar en las pulsiones más primitivas del ser humano. Melodramas donde el salvajismo y pureza de la naturaleza es confrontada con una civilización vil y mezquina.
El árbol de la sangre es el súmmum y compendio de lo que se entiende como universo Medem, con todo lo bueno y malo que ello conlleva. Sexo pasional con tendencia al placer lésbico visto desde una perspectiva masculina heterosexual, melodramas excesivos contados aleatoria y caprichosamente a través de diferentes tiempos y puntos de vista y metáforas aparentemente poéticas y en ocasiones sumamente burdas. Hay que sumarle a todos estos elementos el significativo detalle de que Medem, para bien y para mal, es incapaz de filtrar y dar un equilibrio al batiburrillo de tonos y formas que componen sus excesivas obras y su escaso sentido del humor hacen que las forzadas tramas argumentales y las constantes casualidades y causalidades del relato provocan el efecto contrario al deseado. Pero en honor a la verdad, aunque fallida, este El árbol de la sangre devuelve al Medem primigenio, un autor que aunque sus excesos le pasan factura, hay que reconocerle su quijotesca lucha, por entregar su particular y preciosista visión de lo que tiene que ser el arte del cine, aunque en su enconada lucha, muera en el intento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario