Uno de los temas fundamentales, o más concretamente, el tema fundamental de la cada vez más interesante filmografía de Sofía Coppola, es el aislamiento, tanto físico como mental de los personajes protagonistas de su obra.
Desde el aislacionismo obligado que termina en suicidio de esas vírgenes de clase media americana que no consiguen despegar y que termina en trágico sucidio colectivo, pasando por el aislamiento de la realidad de una María Antonieta que entre fiestas y pasteles no es capaz de comprender y entender los cambios sociales que se avecinan, hasta la ceguera de un grupo de adolescentes deslumbrados por los destellos vacuos de las estrellas de reality en The Bling Ring, los protagonistas de las obras de Coppola, viven en un micro-universo que habitualmente se estrella o explosiona cuando un elemento discordante entra en él.
Por lo que La Seducción, el remake de la película de Don Siegel, es un paso lógico dentro de la filmografía de una directora que obra a obra, incluso con tropiezos, ha sido capaz de destacar bajo la sombra alargada de un padre como Francis Ford Coppola. Una obra que recupera el carácter intimista y preciosista de María Antonieta, con el espíritu etéreo y soñador de las Vírgenes Suicidas.
En La Seducción nos encontramos con otro grupo de mujeres de distintas edades, encerradas en una escuela del sur de Estados Unidos, durante la Guerra de Secesión estadounidense. Mujeres que van desde la desdicha de la edad adulta interpretada por Nicole Kidman, pasando por la amargura de una llegada a la edad adulta interrumpida, representada por una Kirsten Dunst que irónicamente es un espejo de la Kathleen Turner de Las Vírgenes Suicidas, al deseo sexual incontrolado de la juventud, representado por el personaje de Elle Fanning.
Porque la monótona vida de este grupo de mujeres y las niñas de la escuela, queda roto en el momento que un elemento disruptor entra en sus vidas. Un soldado del Norte, enemigo de su bando, al que encuentran malherido, interpretado por Colin Farrell.
A partir de ahí, las mujeres y niñas de la casa, atraídas por un hombre que se deja querer por todas ellas, desencadena que todos los conflictos latentes entre las mujeres de la casa, comienzan a explosionar. Y para el personaje de Farrell, la fantasía masculina por excelencia, se acaba tornando pesadilla.
Sofía Coppola dirige con elegancia y distanciamiento el devenir de los acontecimientos, adornando la obra de un ambiente espectral y ensoñador, convirtiendo lo que para otros directores sería un mero ejercicio de estilo, en un elemento igual de importante que la trama o sus personajes.
Quizás, por ponerle un pero a una obra que demuestra la madurez a la que ha llegado el cine de la directora, sería destacar el algo precipitado tercer acto de la obra, sobre todo tras el tiempo y el mimo que Sofía Coppola le otorga a los dos primeros actos de la película. Pero quizás, y sobre todo por ese fascinante plano final, los acontecimientos de la misma estuvieron claros desde el primer acto de la obra.
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