Inédita en nuestro país más de una década, The Question: El diablo está en los detalles, reinterpreta al personaje creado por Steve Ditko, casi dos décadas después de que el personaje tuviera su momento de mayor gloria en las manos de Dennis O’Neil y Denys Cowan, en la serie regular de treinta y seis ejemplares, más una miniserie de cinco ejemplares de cadencia cuatrimestral titulada The Question Quarterly. Los encargados de llevar a buen puerto esta nueva aproximación al personaje -precursor del Mister A de Ditko- y punto de partida para el Rorschach de Alan Moore en Watchmen -una reinterpretación ácida de los preceptos objetivistas del co-creador de Spiderman- son Rick Veitch y Tommy Lee Edwards. El primero, uno de los grandes y menos reconocidos guionistas que revolucionaron el cómic americano de los años 80 (ahí está su trilogía conformada por El uno, El Maximortal y Niñatos para demostrarlo). El segundo, uno de los más interesantes ilustradores de las últimas décadas, todavía a la búsqueda de ese título que le abra las puertas del éxito masivo.
Si Denny O’Neil y Denys Cowan reintrodujeron al personaje en la DC Comics post-Watchmen y post-Dark Knight, en un tebeo que aunaba el compromiso social ya vislumbrado en la seminal Green Lantern/Green Arrow del propio O’Neil acompañado de Neal Adams y publicada en los años 70, a lo que se le sumaba una querencia por el noir y un grim and gritty inteligente, este El diablo está en los detalles parte de un punto de partida completamente opuesto. Rick Veitch mantiene la relación simbiótica de Vic Sage -el rostro detrás de The Question- con la metrópoli como ente vivo. Pero de las sinuosas, escalofriantes y depresivas calles de Hub City, el guionista traslada al personaje a las luminosas y futuristas calles de Metropolis. Un cambio que le sirve a Veitch para introducir el que quizá es el mayor acierto del relato: la podredumbre que se oculta tras los cielos soleados, el brillante metal y cromo de los rascacielos y la aparente positividad y superioridad moral de una ciudad que oculta las mayores perversiones bajo su aparente fachada.
A su vez, el tratamiento gráfico que Tommy Lee Edwards aporta a los guiones de Veitch, se traduce en una composición gráfica que basa su efectividad en el contraste entre dos miradas y puntos de vista diferentes. Dos acciones tan paralelas como contrapuestas, que dan como resultado algunas de las páginas mejor narradas y bellamente ilustradas de la carrera de Edwards. Pero a su vez, el relato carga en sus espaldas una ingente cantidad de temas que Veitch quiere introducir en su The Question. Un conjunto de tramas principales y secundarias -el plan de Lex Luthor, la relación entre Sage y Lois Lane (tan interesante a priori, como escasamente desarrollada), el contraste entre los métodos de The Question y Superman (casi un Doctor Manhattan del universo DC desde la mirada de Veitch- la filosofía oriental absorbida por el neoliberalismo, o una más que interesante sociedad criminal secreta que se esconde subrepticiamente en los subsuelos y que hace uso del estricto código moral del Hombre de Acero, para demoler Metrópolis desde sus cimientos.
Una cantidad de elementos, personajes, conceptos, tramas y subtramas más que interesantes a priori, que se quedan meramente enunciadas o no suficientemente desarrolladas, motivado principalmente por la limitación espacial que aporta una miniserie de seis ejemplares. A su favor, la inteligente vuelta de tuerca al personaje, sin dejar de honrar su interesante legado y donde Veitch reconvierte al randiano personaje de Ditko en algo más que un vigilante. Un hombre sin rostro, tan complejo como inescrutable, una nueva vuelta de tuerca a la psicosis del alter ego superheróico, donde new age y denuncia social se dan la mano.