Es sorprendente como la memoria y la nostalgia nos pueden jugar malas pasadas. Sobre todo si esos recuerdos provienen de la infancia, época siempre rodeada de recuerdos y sensaciones que por supuesto en su momento fueron cruciales para nuestro crecimiento como individuos, pero que lógicamente está supeditada a la falta de experiencias y a una sorpresa continua, motivada por la falta de bagaje cultural.
Yo fui uno de esos niños que está ahora mismo escribiendo sobre cómics y cine gracias al Superman de Donner. Yo la vi con 4 años y mi mundo cambió para mejor y por supuesto yo también creí que un hombre podía volar. Pero el Superman de Donner no es la piedra filosofal por la que se tienen que medir el resto de producciones que han crecido exponencialmente en la última década. Y es por ello que me sorprendo cuando contemporáneos míos que ya tienen unas cuantas canas, siguen alabando fanáticamente un largometraje que con sus aciertos y su innovación, está lleno de múltiples carencias y errores.
Los orígenes de "Superman The Movie" habría que buscarlos no en la propia DC Comics o su propietaria Warner Bros, sino en una pareja de productores, por llamarlos algo, padre e hijo, llamados Alexander e Ilya Salkind que en la antigua tradición de productores "Eurotrash" al estilo de Dino de Laurentiis y familia, han pasado a la historia del cine más por sus oscuras habilidades para conseguir financiación que por su gusto por el séptimo arte.
Y he aquí que el hijo le dijo al padre que porqué no hacían una película de Superman, que le sonaba que era una institución en el mundo entero como icono cultural y su padre, que no tenía ni pajolera idea de que le hablaba su retoño, se le encendió la bombilla y cuando oyó hablar de billetes, se embarcó en la aventura de buscar financiación para lo que esperaban fuese un bombazo de proporciones astronómicas.
Demostrando sus abrumadores conocimientos no solo de la historia del personaje, sino de lo adecuado del ofrecimiento de colaboración a ciertos guionistas y actores, los avispados productores ofrecieron tan suculento pastel a las estrellas del momento, ya fueran Paul Newman o Robert Redford. Como guionistas, tantearon a Mario Puzo, mediocre escritor cuyo único mérito es que su novela El Padrino se convirtió en obra de arte gracias a Francis Ford Coppola en su versión cinematográfica. Vista la pantagruélica cantidad de dinero que iba a recibir, el avispado escritor aceptó la propuesta y creo una biblia de casi cinco horas, cobró su dinero y dejó el muerto a David y Leslie Newman, guionistas famosos por Bonnie and Clyde, tras decir que no Robert Benton, de plena actualidad en los años 70 por el guión de Todos los Hombres del Presidente.
No sería hasta la llegada de Richard Donner como director y que fue elegido por los Salkind porque buscaban un director que hubiera tenido un éxito previo (Donner tuvo la suerte de estar entre los directores hot por el éxito de la notable La Profecía), que el proyecto no comenzó a tomar forma. Junto a Tom Mankiewickz, guionista y colaborador de confianza de Donner, comenzaron a reescribir el absurdo guión que los Newman les habían colado a los Salkind, repleto de gags de medio pelo (algo que en el futuro la saga tendría a manos llenas fuera del control de Donner) y multitud de apariciones estelares de las "estrellas de la época" como Telly Savallas, el famoso Kojak, convirtiendo el libreto que recibió Donner en algo tan "camp" que hacía parecer al Batman de Adam West, la trilogía de Nolan del Caballero Oscuro.
Donner fue el responsable de los mayores aciertos del filme. La aproximación respetuosa al material original, la majestuosidad de la puesta en escena, la verosimilitud dentro del contexto de la ficción y sobre todo por la elección de un desconocido Christopher Reeve que se convirtió y sigue siendo, la imagen que ha quedado en el imaginario colectivo y la cultura popular del Hombre de Acero.
Los mejores momentos del largometraje se encuentran en la interpretación dual entre Clark Kent y Superman, el ecosistema del Daily Planet, Lois Lane y su interacción con el superhombre venido de Krypton, además del maravilloso prólogo de la película que transcurre en Krypton y luego en Smallville, lugar este donde la iconografía Fordiana y Americana están más presentes en el largometraje, aportándole ese valor clásico e imperecedero.
Los problemas, que Donner firmó por dos largometrajes y la película estaba pensada como una parte de un todo que se completaría con la secuela. En el momento que los problemas con los temibles Salkind empezaron a florecer y a entorpecer el trabajo de Donner, este tuvo que improvisar el final que tenía previsto y colocar como clímax final de la película lo que era el final de la siguiente entrega. Un final que es un deus ex machina en toda regla y que hace chirriar todo el largometraje, porque si Jor-El avisa al joven Clark en la Fortaleza de la Soledad que no debe inmiscuirse en los asuntos de los humanos y en el discurrir de la historia de la Tierra y este por salvar a Lois hace retroceder el tiempo y no tiene ninguna consecuencia para el personaje o la trama, eso es un Deux es Machina de manual, provocando que el climax final de la película no tenga ningún impacto emocional y las amenazas no sean nada temibles al lado de un hombre que puede hacer girar el tiempo a su antojo.
Súmale a eso la caricaturesca interpretación de Hackman, lo irritable que es Ned Beatty como Otis, el escasamente brillante y bufonesco secuaz de Luthor y un desequilibrio entre lo que es el primer y segundo acto, alargado en exceso, pero que plantea perfectamente el origen y el entorno del héroe y un tercer acto precipitado y poco creíble, provocan las inconsistencias de un filme que se balancea entre lo casi magistral (la representación de ese Krypton frío tanto en clima como en sentimientos, la ya mencionada parte en Smallville, el Planet y sus personajes y la relación de Lois y Clark) con atisbos de lo que vendría magnificado después, ya fuera del control de Donner, representado en la figura de Otis y los excesos del Lex Luthor de Hackman, un villano carismáticamente bufonesco, pero poco convincente como verdadera amenaza.
Por supuesto el apartado técnico de la película fue excepcional. No llega a las maravillas con las que había deleitado al público Lucas un año antes con el Star Wars original, pero sigue manteniendo el tipo casi 40 años después de su estreno.
Las cosas comenzaron a cambiar con Superman II. Una película que es una extraña mezcla entre el material firmado por Donner y lo que tuvo que terminar Richard Lester, director secuaz de los Salkind con los que ya había perpetrado aberraciones tales como su particular versión de Los 3 Mosqueteros de Dumas a mediados de los 70.
Superman II es una película que tiene sus momentos, sobre todo esa batalla en la ciudad de Metrópolis entre Superman y los tres renegados de Krypton, el descubrimiento de la identidad de Superman por parte de Lois y el paso adelante en intentar representar con los medios de la época un tebeo de superhéroes en movimiento. Pero los insertos que dirigió Lester, director plano, bufo y vulgar donde los haya, como el prólogo en París o la batalla final en la Fortaleza de la Soledad desluce un conjunto irregular. El remate es el recurso de nuevo del Deus Ex Machina, donde Superman borra los recuerdos de Lois de su identidad secreta con un nuevo superpoder que tenía el héroe de Krypton y que desconocíamos los aficionados, ¡El Beso Amnésico! Lamentable....
Las cosas no mejoraron con Superman III, donde aquí Ilya Salkind sin el apoyo de papá, consiguió hundir más una franquicia que naufragaba sin un director como Donner que supiera respetarla. La primera idea del "brillante" productor fue contratar al histriónico Richard Pryor, famoso cómico de la época que pegaba tanto en una película de Superman como Jim Carrey en Batman Forever. La sombra del cameo de Telly Savalas en el Superman original ensombreció esta nueva secuela.
Ya de primeras, Richard Lester nos ofrece una escena de absoluta comedia slapstick en los créditos iniciales que nada tiene que ver con el héroe de Krypton. La película remonta con la parte de Clark volviendo a Smallville y su reencuentro con Lana Lang, además de brindar la película uno de los momentos más icónicos de la saga, el enfrentamiento de Superman con su doble maligno.
Pero estos pequeños detalles no pueden superar el excesivo protagonismo de un Richard Pryor fuera de la película, el casposo villano interpretado por Robert Vaughn (se nota que no querían dejarse el dinero de nuevo en Gene Hackman) cuyo único valor en su interpretación de ese tópico empresario multimillonario americano sin escrúpulos, deja vislumbrar (muy lejanamente, por supuesto) el nuevo Lex Luthor que idearan John Byrne y Marv Wolfman en su reinicio del personaje en el todavía lejano 1986.
Si creíais que Superman no podía tocar más fondo que con Superman III, estábais equivocados. Los Salkind veían que su gallina de los huevos de oro cada vez ingresaba menos dinero. Superman II en 1981 no recaudó tanto como el Superman original, -Ilya Salkind culpa al estreno de En Busca del Arca Perdida- y en 1983, Superman III hizo aún menos dinero. Debido a su ignorancia y prepotencia, no se dieron cuenta que la bajada de la taquilla de cada secuela no era debido a que el personaje no interesaba ya al público que acudió en masa a ver la película original de Donner, sino por la progresiva decadencia de unas películas que rozaban cada vez más la serie B de videoclub de barrio.
El último clavo en el ataud de la franquicia y el género hasta la llegada del Batman de Burton en 1989 fue la venta de los derechos de los Salkind a unos productores aún peores que ellos, Menahem Golan y Yoran Globus, los dueños de Cannon, la productora más costrosa que ha pisado Hollywood. Con sus presupuestos de derribo, su poco amor por el arte cinematográfico, su escaso talento y apoyados por la burda dirección de Sidney J. Furie, un habitual de Cannon y director de títulos de calidad tan contrastados como Águila de Acero (un explotation del éxito de Top Gun sin los medios de esta), hundieron al Hombre de Acero aún más en el fango.
No puedo entender como los actores originales volvieron a un sub-producto que olía a basura a millas de distancia, pero sobre todo, no se cuantas deudas pendientes tenía Gene Hackman para volver a una saga que nunca le interesó y que en manos de la Cannon iba a convertir a Superman III en el Ciudadano Kane de las adaptaciones de cómics.
Con unos efectos de auténtico derribo, donde los cromas cantan a cinco kilómetros, la repetición de planos es algo escandaloso y el cartón piedra adorna todos los decorados, Superman IV: En Busca de la Paz es el mayor despropósito perpetrado en el mundo de las adaptaciones de cómic hasta que llegó Batman y Robin en 1997.
Tal fue el batacazo y el desprestigio de la franquicia, que Superman no volvería a los cines hasta casi dos décadas después. Tuvo que ser el Caballero Oscuro, en auténtica boga tras la reinvención que Frank Miller había realizado en el mundo del cómic, para que los héroes de DC Comics y los superhéroes volvieran a convertirse en un fenómeno de masas. Tim Burton, los productores Jon Peters y Peter Guber, Jack Nicholson y Michael Keaton lograron el milagro financiero y cultural. Que la película haya aguantado el paso del tiempo, será un tema del que continuaré hablando en el siguiente post de este Camino hacia Batman V. Superman.
No sería hasta la llegada de Richard Donner como director y que fue elegido por los Salkind porque buscaban un director que hubiera tenido un éxito previo (Donner tuvo la suerte de estar entre los directores hot por el éxito de la notable La Profecía), que el proyecto no comenzó a tomar forma. Junto a Tom Mankiewickz, guionista y colaborador de confianza de Donner, comenzaron a reescribir el absurdo guión que los Newman les habían colado a los Salkind, repleto de gags de medio pelo (algo que en el futuro la saga tendría a manos llenas fuera del control de Donner) y multitud de apariciones estelares de las "estrellas de la época" como Telly Savallas, el famoso Kojak, convirtiendo el libreto que recibió Donner en algo tan "camp" que hacía parecer al Batman de Adam West, la trilogía de Nolan del Caballero Oscuro.
Donner fue el responsable de los mayores aciertos del filme. La aproximación respetuosa al material original, la majestuosidad de la puesta en escena, la verosimilitud dentro del contexto de la ficción y sobre todo por la elección de un desconocido Christopher Reeve que se convirtió y sigue siendo, la imagen que ha quedado en el imaginario colectivo y la cultura popular del Hombre de Acero.
Los mejores momentos del largometraje se encuentran en la interpretación dual entre Clark Kent y Superman, el ecosistema del Daily Planet, Lois Lane y su interacción con el superhombre venido de Krypton, además del maravilloso prólogo de la película que transcurre en Krypton y luego en Smallville, lugar este donde la iconografía Fordiana y Americana están más presentes en el largometraje, aportándole ese valor clásico e imperecedero.
Los problemas, que Donner firmó por dos largometrajes y la película estaba pensada como una parte de un todo que se completaría con la secuela. En el momento que los problemas con los temibles Salkind empezaron a florecer y a entorpecer el trabajo de Donner, este tuvo que improvisar el final que tenía previsto y colocar como clímax final de la película lo que era el final de la siguiente entrega. Un final que es un deus ex machina en toda regla y que hace chirriar todo el largometraje, porque si Jor-El avisa al joven Clark en la Fortaleza de la Soledad que no debe inmiscuirse en los asuntos de los humanos y en el discurrir de la historia de la Tierra y este por salvar a Lois hace retroceder el tiempo y no tiene ninguna consecuencia para el personaje o la trama, eso es un Deux es Machina de manual, provocando que el climax final de la película no tenga ningún impacto emocional y las amenazas no sean nada temibles al lado de un hombre que puede hacer girar el tiempo a su antojo.
Súmale a eso la caricaturesca interpretación de Hackman, lo irritable que es Ned Beatty como Otis, el escasamente brillante y bufonesco secuaz de Luthor y un desequilibrio entre lo que es el primer y segundo acto, alargado en exceso, pero que plantea perfectamente el origen y el entorno del héroe y un tercer acto precipitado y poco creíble, provocan las inconsistencias de un filme que se balancea entre lo casi magistral (la representación de ese Krypton frío tanto en clima como en sentimientos, la ya mencionada parte en Smallville, el Planet y sus personajes y la relación de Lois y Clark) con atisbos de lo que vendría magnificado después, ya fuera del control de Donner, representado en la figura de Otis y los excesos del Lex Luthor de Hackman, un villano carismáticamente bufonesco, pero poco convincente como verdadera amenaza.
Por supuesto el apartado técnico de la película fue excepcional. No llega a las maravillas con las que había deleitado al público Lucas un año antes con el Star Wars original, pero sigue manteniendo el tipo casi 40 años después de su estreno.
Las cosas comenzaron a cambiar con Superman II. Una película que es una extraña mezcla entre el material firmado por Donner y lo que tuvo que terminar Richard Lester, director secuaz de los Salkind con los que ya había perpetrado aberraciones tales como su particular versión de Los 3 Mosqueteros de Dumas a mediados de los 70.
Superman II es una película que tiene sus momentos, sobre todo esa batalla en la ciudad de Metrópolis entre Superman y los tres renegados de Krypton, el descubrimiento de la identidad de Superman por parte de Lois y el paso adelante en intentar representar con los medios de la época un tebeo de superhéroes en movimiento. Pero los insertos que dirigió Lester, director plano, bufo y vulgar donde los haya, como el prólogo en París o la batalla final en la Fortaleza de la Soledad desluce un conjunto irregular. El remate es el recurso de nuevo del Deus Ex Machina, donde Superman borra los recuerdos de Lois de su identidad secreta con un nuevo superpoder que tenía el héroe de Krypton y que desconocíamos los aficionados, ¡El Beso Amnésico! Lamentable....
Las cosas no mejoraron con Superman III, donde aquí Ilya Salkind sin el apoyo de papá, consiguió hundir más una franquicia que naufragaba sin un director como Donner que supiera respetarla. La primera idea del "brillante" productor fue contratar al histriónico Richard Pryor, famoso cómico de la época que pegaba tanto en una película de Superman como Jim Carrey en Batman Forever. La sombra del cameo de Telly Savalas en el Superman original ensombreció esta nueva secuela.
Ya de primeras, Richard Lester nos ofrece una escena de absoluta comedia slapstick en los créditos iniciales que nada tiene que ver con el héroe de Krypton. La película remonta con la parte de Clark volviendo a Smallville y su reencuentro con Lana Lang, además de brindar la película uno de los momentos más icónicos de la saga, el enfrentamiento de Superman con su doble maligno.
Pero estos pequeños detalles no pueden superar el excesivo protagonismo de un Richard Pryor fuera de la película, el casposo villano interpretado por Robert Vaughn (se nota que no querían dejarse el dinero de nuevo en Gene Hackman) cuyo único valor en su interpretación de ese tópico empresario multimillonario americano sin escrúpulos, deja vislumbrar (muy lejanamente, por supuesto) el nuevo Lex Luthor que idearan John Byrne y Marv Wolfman en su reinicio del personaje en el todavía lejano 1986.
Si creíais que Superman no podía tocar más fondo que con Superman III, estábais equivocados. Los Salkind veían que su gallina de los huevos de oro cada vez ingresaba menos dinero. Superman II en 1981 no recaudó tanto como el Superman original, -Ilya Salkind culpa al estreno de En Busca del Arca Perdida- y en 1983, Superman III hizo aún menos dinero. Debido a su ignorancia y prepotencia, no se dieron cuenta que la bajada de la taquilla de cada secuela no era debido a que el personaje no interesaba ya al público que acudió en masa a ver la película original de Donner, sino por la progresiva decadencia de unas películas que rozaban cada vez más la serie B de videoclub de barrio.
El último clavo en el ataud de la franquicia y el género hasta la llegada del Batman de Burton en 1989 fue la venta de los derechos de los Salkind a unos productores aún peores que ellos, Menahem Golan y Yoran Globus, los dueños de Cannon, la productora más costrosa que ha pisado Hollywood. Con sus presupuestos de derribo, su poco amor por el arte cinematográfico, su escaso talento y apoyados por la burda dirección de Sidney J. Furie, un habitual de Cannon y director de títulos de calidad tan contrastados como Águila de Acero (un explotation del éxito de Top Gun sin los medios de esta), hundieron al Hombre de Acero aún más en el fango.
No puedo entender como los actores originales volvieron a un sub-producto que olía a basura a millas de distancia, pero sobre todo, no se cuantas deudas pendientes tenía Gene Hackman para volver a una saga que nunca le interesó y que en manos de la Cannon iba a convertir a Superman III en el Ciudadano Kane de las adaptaciones de cómics.
Con unos efectos de auténtico derribo, donde los cromas cantan a cinco kilómetros, la repetición de planos es algo escandaloso y el cartón piedra adorna todos los decorados, Superman IV: En Busca de la Paz es el mayor despropósito perpetrado en el mundo de las adaptaciones de cómic hasta que llegó Batman y Robin en 1997.
Tal fue el batacazo y el desprestigio de la franquicia, que Superman no volvería a los cines hasta casi dos décadas después. Tuvo que ser el Caballero Oscuro, en auténtica boga tras la reinvención que Frank Miller había realizado en el mundo del cómic, para que los héroes de DC Comics y los superhéroes volvieran a convertirse en un fenómeno de masas. Tim Burton, los productores Jon Peters y Peter Guber, Jack Nicholson y Michael Keaton lograron el milagro financiero y cultural. Que la película haya aguantado el paso del tiempo, será un tema del que continuaré hablando en el siguiente post de este Camino hacia Batman V. Superman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario