18 de abril de 2018

Custodia Compartida de Xavier Legrand: De lo sutil a lo genérico

















Precedida de una gran cantidad de premios y alabanzas a su paso por distintos festivales como Venecia, donde recibió el León de Plata al Mejor Director y el Premio Luigi de Laurentiis a la Mejor Ópera Prima, o San Sebastián, donde recibió el Premio del Público a la Mejor Película Extranjera y el Premio TVE-Otra Mirada, llega a los cines españoles Custodia compartida (Jusqu’a a la garde, 2017) la ópera prima del director Xavier Legrand, extensión al largometraje de su cortometraje Antes de perderlo todo ( Avant que de tout perdre, 2013) nominado a los Oscars en 2014 y ganador de innumerables premios, tales como el César al mejor cortometraje de ficción en 2014. 










Tanto cortometraje como largometraje se centra en una temática compleja y espinosa: el divorcio, los efectos que provocan en los más indefensos y sobre todo la sombra del maltrato, tanto de género como infantil. Sin haber tenido posibilidad de ver el cortometraje, es difícil establecer nexos de unión y comparativas entre ambos trabajos, por lo que a partir de aquí se analizará el filme que está a punto de estrenarse. 










El arranque de la cinta es un prodigio de concisión y montaje. Tras un plano fijo tenuemente iluminado del despacho de un juzgado, en paralelo a los sobrios créditos de arranque, la acción se sitúa en el juzgado de una localidad francesa donde se va a resolver la custodia compartida de un menor de edad. A través del plano-contraplano, el espectador presencia una escena modélica en su puesta en escena, donde las partes que la conforman, van aportando información sesgada y antagónica, mientras el director va presentando a sus protagonistas. Una secuencia que finaliza con un plano general, que resume aquello que en apariencia va a ser la apuesta de la cinta. Solo conocemos partes fragmentadas de un relato, con percepciones muy diferentes según quién cuenta la historia y solo viendo el todo (ese plano general) podremos saber la “verdad”. Y así ocurre en los sobrios pero intensos dos primeros actos, gracias sobre todo a su reparto principal (padre, madre e hijo) que entregan una interpretación donde lo que no se dice, las miradas y los silencios, sumado a un uso muy inteligente del primer plano y la tensión, acaban entregando memorables escenas de progresiva intensidad. Buen ejemplo de ello son las repetidas recogidas del padre al hijo y las secuencias en el interior del vehículo, que van aumentando en amenaza a medida que el metraje avanza. Dichas secuencias son un ejemplo del equilibrio de la cinta y el uso que hace de los puntos de vista, que van desde el niño al observador omnisciente y que son testigo de aquello que ocurre en los vacíos y silencios. Destacar al densidad emocional y tensión constante que aporta el actor Denis Menochet -el padre en el filme- que pasa del más flagrante patetismo a la intensa amenaza, en un mismo plano. 










Esa quirúrgica representación del maltrato, tanto de género como infantil y que tan buenos resultados da en esos dos primeros actos, cae presa del efectismo y polémicas decisiones formales, cuando Legrand reconvierte el relato en una suerte de thriller -en concreto la secuencia del cumpleaños de la hija de la pareja y sobre todo su clímax final- que aunque técnica y formalmente impecable, plantea dilemas morales, sobre todo cuando se compara con esa primera hora de metraje donde lo sutil y la escala de grises eran sus mejores bazas.

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