Un plano cenital aéreo abre y cierra el extenso documental titulado Marea Humana, la nueva obra del polifacético artista y exiliado chino Ai Weiwei. Dicho plano, una lancha en medio del océano, sin puntos de anclaje y de salvamento, es la imagen perfecta para resumir este documental tan humano como desgarrador. Un trabajo que sin necesidad de efectismos gratuitos, consigue adentrar al espectador, resguardado en la comodidad y el confort de la sala cinematográfica, en la odisea de esperanza y sobre todo sufrimiento del sinfín de víctimas que emigran de sus países devastados por la codicia y la indiferencia occidental.
Desde las costas de Lesbos a la franja de Gaza y de ahí al infierno sirio, pasando por la crisis de los Rohingyas y su exterminio étnico, hasta terminar en la frontera entre Estados Unidos y México y sin olvidar el drama sirio, Ai Weiwei, también un emigrante de China, su propio país, pone rostro, nombres y sobre todo humanidad a lo que los medios de (des)información han convertido no solo en números y rostros anónimos, sino que también han transformado de víctimas a verdugos, culpables de todos los males que asolan a una sociedad occidental culpable, en la gran mayoría de las ocasiones, de la situación de necesidad extrema de unas personas que necesitan dejarse oír.
De los planos aéreos que convierten a las personas en hormigas atrapadas en un laberinto exacerbado por los medios de comunicación, Weiwei sitúa al espectador en la incómoda situación de encontrarnos con primeros planos de personas que hablan de tú a tú a un espectador que se revuelve incómodo en la butaca, al darse cuenta de que aquellos números, aquellas estadísticas que le han acabado insensibilizando, tienen nombre y un rostro, una vida y unas ilusiones, que han sido destruidas por la codicia y la apatía de un mundo que se ha hecho cada vez más pequeño, donde las fronteras se han diluido, pero que aún con todos esos factores de cambio, les hacen estar tan cerca pero cada vez más lejos.
Y aunque su larga duración, casi dos horas y media, provoca en la cinta algunas arritmias estructurales y redundancias narrativas, la cinta deja un poso amargo pero necesario, en una sociedad occidental y un espectador que necesita abrir los ojos y dejar de ver a las víctimas creadas por la codicia del primer mundo como el enemigo invisible y convertirles en la prioridad de una sociedad tecnológicamente avanzada pero emocionalmente primitiva.
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