Veinticuatro años han pasado desde que Mike Mignola diera a luz al que quizá es uno de los iconos más representativos del cómic de las últimas décadas. Hellboy comenzó su andadura -tras ser presentado en el número 21 de los Next Men de John Byrne en diciembre de 1993-, en una miniserie de cuatro ejemplares titulada Hellboy: Semilla de destrucción. Un primer acercamiento al personaje y a su fascinante mundo, donde Mignola, que nunca se había planteado escribir sus propias historias, tuvo la inestimable ayuda de John Byrne como guionista. Esta primera historia del personaje, de clara influencia lovecraftiana, aunque irregular en el aspecto narrativo, sirvió como eclosión y demostración del estilo Mignola, tras haber entregado obras gráficamente revolucionarias y atmosféricas en títulos como Batman: Gotham by Gaslight, Cosmic Oddisey o su adaptación del Drácula de Coppola para la editorial Topps.
Tras esta miniserie introductoria, casi capítulo piloto de un serial por arrancar y donde se plasmó el tono y la esencia de la serie -un universo melancólico tan gótico como lovecraftiano entre la vigilia y el sueño, movido a ritmo de Kirby- Mignola se dedicó a ofrecer aquello que más le gustaba y que finalmente fue lo que acabó convirtiendo a Hellboy en una serie y un personaje con una no excesiva pero muy fiel base de seguidores: los relatos auto-conclusivos. Así, saltando en el tiempo y en la cronología de un personaje que había resuelto casos paranormales desde los años 40, Mignola ya sin el apoyo de John Byrne, entregó relatos tan conseguidos y que ampliaron los horizontes de su universo recién nacido, como, El cadáver, Baba Yaga o Casi un coloso. Estos relatos de corta extensión también le sirvieron al autor para desarrollar su incipiente talento como escritor y llevar al paroxismo su atractivo y único estilo visual.
Ya entrenado y habiendo calentado con una sucesión de relatos cortos que hicieron las delicias de la crítica y de una cada vez mayor legión de seguidores, Mignola se atrevió a dar un paso hacia delante y plasmar aquello que tímidamente se había sugerido en Semilla de destrucción: el origen y el destino al que se dirigía Hellboy. Este fundamental punto de giro lo desarrolló en Despierta al demonio, la segunda historia larga del personaje y fundamental para el progreso de la mitología de la misma. Mucho más ambiciosa y superior que Semilla de destrucción, tanto en intenciones como en resultados, Despierta al demonio es la historia fundacional para entender no solo la evolución del personaje, sino también el florecimiento de un universo extremadamente personal, que se convertía por derecho propio en una línea editorial paralela y mucho más extensa de lo que podía abarcar por si solo Mike Mignola.
El cambio de siglo -Despierta al demonio apareció en 1999- fue un proceso de cambios y miedos para el autor. Su amistad con el cineasta Guillermo del Toro y la introducción del autor en labores cinematográficas tales como los diseños de Atlantis: El mundo perdido -película de animación de Disney- o su labor en tareas de diseño en Blade 2 de del Toro y la próxima adaptación de este último de su querida criatura, paralizó en algunos aspectos el desarrollo del cómic original. El gusano conquistador fue, en el año 2001, el siguiente paso en la cada vez más épica y legendaria historia de un personaje que arrancó como modesto homenaje a los géneros adorados por Mignola, el pulp y el horror. La envergadura de una producción cinematográfica, hizo que Mignola se bloqueara en el desarrollo de la cada vez más ambiciosa historia y el proceso editorial para sacar adelante La isla y El tercer deseo, capítulos fundamentales en la progresión dramática y narrativa de la historia, le dieron más de un quebradero de cabeza al creador y a su editor, Scott Allie. La decisión que tomó Mignola fue difícil pero necesaria para que personaje y serie avanzaran: otros autores tomarían el legado gráfico de su querida creación.
El primer elegido fue ni más ni menos que una leyenda viva de la historia del cómic, Richard Corben. El legendario dibujante de Den, se encargó de las tareas gráficas de varios relatos del personaje, sacando a Mignola y a Hellboy de su zona de confort. Los más destacados, El hombre torcido y Makoma. El primero de ellos, una historia de gótico americano que demostró que la entente formada por Mignola y Corben no desmerecía los relatos previos y aportaba una nueva mirada, igual de interesante y con sabores nuevos a lo realizado por Mignola como autor completo. Esto le dio confianza a Mignola para que otros dibujantes de primera línea como Scott Hampton o Kevin Nowlan aportaran su particular visión a una obra tan personal e intransferible sin que el resultado final desentonara.
Pero si hay que hablar de un autor fundamental en la historia editorial y artística del personaje es Duncan Fegredo y la emocionante trilogía de historias compuestas por Darkness Falls, The Wild Hunt y The Storm and Fury. En esta trilogía, en principio propuesta al dibujante Lee Bermejo y que no llegó a buen puerto por diferencias creativas entre Mignola y Bermejo, Fegredo consigue una tarea que a priori podría parecer imposible: mantener su estilo propio pero integrándolo con el tono y ambientación made in Mignola. El resultado, las tres mejores historias de Hellboy, donde Mignola, liberado del miedo al trabajo de autor completo, entrega sus mejores historias, llevando hasta el infinito, los preceptos de un universo creado por él mismo. Donde en un principio solo había homenajes a Lovecraft, un aspecto gráfico atmosférico y breves relatos de alta calidad que parecían no tener relación entre si, la historia se acaba convirtiendo, en esta trilogía, en un compendio de tradiciones cristianas y nórdicas y cuentos y leyendas populares que engarzan a la perfección y donde los detalles acaban conformando un todo superior a todo lo realizado con anterioridad. Una historia que se devora por lo trágico y fatal del destino del personaje, pero que sigue maravillando en su equilibrio entre melancolía y epicidad kyrbiana, llegando a un capítulo final que bien podría ser el perfecto final para la historia de Hellboy.
Pero Mignola tenía un regalo para sus fieles seguidores, Hellboy in Hell. Un epílogo majestuoso, tan bello como melancólico, donde el autor, tras varios relatos breves como autor completo, de nuevo coge las riendas de su creación en diez capítulos donde la tristeza, el horror y la belleza se dan la mano, en un final inclasificable, muy diferente a lo que el lector esperaría, pero tremendamente poderoso en su ambigüedad y belleza. Un relato que acepta con valentía pero también con tristeza que toda historia tiene que concluir, que no es necesario terminarla con estruendo y falsa ampulosidad, sino que remata a la manera de esas omnipresentes estatuas de lánguidas vírgenes católicas que se esconden y vigilan a lo largo y ancho del serial. Con las lágrimas y el dolor contenido de lo inevitable, con aceptación y resignación, termina la historia de una serie, un personaje y un autor, que al igual que Neil Gaiman y su Sandman, arrancó gracias al amor y a los homenajes a unas obras, autores y elementos muy concretos, para acabar convirtiéndose con el paso de los años, en universos, obras y personajes con vida propia y que han servido y servirán a futuros artistas, como punto de arranque para nuevos y prometedores universos de fantasía, tan honestos, sinceros y auténticos como este Hellboy.
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