Ya han pasado 22 años desde que Steven Spielberg estrenara una de sus películas más exitosas y famosas, Jurassic Park, basada en el bestseller del fallecido escritor Michael Crichton y que provocó en el año 1993 una dinomanía sin precedentes. Los motivos de su éxito, el avance exponencial en materia de efectos visuales que dejaban en paños menores todo lo que se había hecho hasta el momento y que hizo creer a una generación de espectadores que los dinosaurios dominaban de nuevo la tierra, además de cambiar el blockbuster hollywodiense moderno.
Pero quitando su apabullante apartado técnico, la película tampoco era gran cosa, algo que el paso del tiempo ha dejado en evidencia. Un Spielberg más centrado en la producción de su Lista de Schindler, entrego una película de acción y suspense con una dirección algo plana, excepto en momentos puntuales como la primera aparición del T-Rex o el ataque de los velocirraptores en la cocina, pero que demostraba que el director de películas de aventuras tan extraordinarias como la trilogía de Indiana Jones o Tiburón, los dos referentes para este Parque Jurásico, estaba interesado en otro tipo de cine y este lo podía seguir haciendo con los ojos cerrados, pero sin la pasión de sus inicios.
Tampoco ayudaba el funcional pero francamente mejorable guión de David Koepp y un desarrollo de personajes que dejaba mucho que desear, muy alejados de ese trío de cazadores de tiburones o el icónico y carismático Indiana Jones interpretado por Harrison Ford. Sin olvidar la blandificación de personajes como el millonario John Hammond o la conversión de Ian Malcolm de fascinante científico especializado en la teoría del caos, transformado en el personaje cómico de la función.
Pero la nostalgia vende, y si no que se le digan a los que fueron niños a principios de los años 90, que han convertido el Jurassic Park original en una obra de referencia como a los que fuimos niños en los 80 lo fueron Star Wars o Indiana Jones. Y esto se ha demostrado con el fulgurante estreno de esta cuarta entrega (que obvia con razón, la mediocre secuela dirigida por Spielberg y la horripilante tercera entrega de Joe Johnston), que bebe absolutamente del filme original, a veces en demasía.
Desde sus primeras escenas, precedidad por el logo de Amblin, la película respira el espíritu de la factoría de Spielberg de los 80 y principios de los 90 por todos sus poros. Trevorrow, el director de esta secuela, homenajea al maestro en múltiples escenas y guiños que contiene la nueva entrega. Ahora, el parque fracasado de Hammond se ha reconvertido en un Disneyworld que necesita renovar de nuevo su oferta para atraer a nuevos visitantes acostumbrados a unos dinosaurios que sorprenden lo mismo que una jirafa en un zoo.
Interesante este punto del largo, porque se puede extrapolar a las audiencias del año 2015. Una audiencia que ya no tiene esa inocencia ya perdida y que nos hacía maravillarnos con los prodigios de la técnica que creo ILM en el año 93, saturados y anestesiados por la orgía de efectos digitales en los que se han convertido las películas de gran presupuesto Hollywodiense.
Así que sabiendo que la sorpresa de hace 22 años es imposible reproducirla, Trevorrow y los guionistas juegan al factor nostálgico, un mal endémico de nuestra sociedad actual, quizá huérfanos de nuevas historias y personajes que tengan la fuerza de lo que se hacía hace décadas. Y en ello está el mayor acierto y el mayor defecto de este Jurassic World.
La película entretiene, en ningún momento aburre y el ritmo es constante y casi sin tiempos muertos. Pero en el fondo, es la misma historia del original, incluída su estructura y sus escenas de acción, da igual que aquí tengamos una nueva especie de dinosaurio, el Indominus Rex o que los Velocirraptores estén amaestrados. No hay sorpresa y casi puedes telegrafiar lo que va a ocurrir a continuación.
Lo mismo se puede decir de los personajes, aunque Chris Pratt y Bryce Dallas Howard estén mucho mejor y tengan el triple de carisma que Sam Neill o Laura Dern, porque Vincent Donofrio es el nuevo Nedry, Bryce Dallas Howard tiene el mismo problema con el compromiso y los niños que Sam Neill o la pareja de niños, aunque superior a los insoportables protagonistas del original, cumplen la misma función y además les ocurren más o menos las mismas peripecias.
En definitiva, un correcto homenaje a la obra original, excesivamente dependiente de la misma, pero que puede hacer disfrutar a una nueva generación desconocedora del original, pero a la que le falta la garra y la fuerza de la que disponía el irregular pero en momentos puntuales fascinante original de Spielberg, mucho más capaz que Trevorrow de realizar set pieces de acción que sabían sacar el máximo partido de los efectos de aquella época y con una habilidad para la composición y montaje de escenas de acción que ya han pasado a la historia del cine.
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