4 años después de comenzar la que por el momento es su última obra, Charles Burns remata con destreza su surreal homenaje a Tintín y a la línea clara. Una obra inclasificable que requiere un sinfín de relecturas para rascar la superficie de un tebeo que bebe de la cinta de Mobius que tan buen resultado le dio a Lynch en Carretera Perdida.
En esta su tercera y última parte, Burns resuelve todos los misterios que quedaban por descubrir, con un cierre que deja más preguntas que respuestas y que te devuelve de nuevo a Xed Out, el primer volumen de la serie. Porque aunque los enigmas que iban apareciendo en los dos primeros volúmenes, quedan expuestos a una nueva revisión tras la lectura de un tebeo que bebe de Hergé como de la Interzona de William Burroughs, consiguiendo que ambos mundos no choquen sino que coexistan y se retroalimenten.
Burns vuelve a demostrar su dominio del miedo como instinto primitivo, el miedo a la soledad, el vacío y la existencia banal en el sinsentido de la vida de unos adolescentes en deriva existencial y miedo a la muerte y a las enfermedades que huyen, cada uno a su manera de un yo que les atormenta y no les deja avanzar.
Y si la suciedad elegante era la marca de la casa en Agujero Negro, al igual que los contrastes en blanco y negro, aquí el autor hace uso de los colores planos para plasmar las sensaciones de un protagonista, en fuga psicogénica para huir de unas decisiones cobardes que le dejan en un stand by perpetuo viajando una y otra vez a unos acontecimientos que por mucho que los maquille siguen siendo los mismos.
Un tebeo que vuelve a reafirmar la importancia de Charles Burns en el panorama contemporáneo, un tebeo y un autor único que lamentablemente se prodiga poco. Pero si el resultado es un tebeo como Sugar Skull no tengo ningún problema.
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