28 de junio de 2017

Twin Peaks o el Mal hecho por los hombres


























“Quizás Bob no sea más que eso… El Mal hecho por los Hombres”
Albert Rosenfeld, Miguel Ferrer. Twin Peaks Temporada 2 Episodio 9

El domingo pasado, David Lynch y Mark Frost hicieron historia de la televisión. Y no solo de la televisión, sino del noveno arte en su conjunto, al emitir una hora absolutamente prodigiosa de serial televisivo, origen de una mitología críptica y video-arte contemporáneo. Porque cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo en Twin Peaks y en la obra de Lynch, los creadores del serial entregaron un regalo maravilloso a sus seguidores y un caramelo envenenado a todos aquellos que se habían apuntado al carro de Twin Peaks, porque estaba de moda apuntarse a la nostalgia de una serie que tanto ahora como hace 25 años en el momento de su emisión original, siempre ha ido miles de pasos por delante tanto de su público como de los demás creadores de ficción que hay y habían tanto en la actualidad como a finales de los 80 y principios de los 90.

En las siete horas previas a la emisión de esta octava parte de la obra definitiva de David Lynch, quizá el episodio más importante de la historia del serial, Lynch y Frost habían maravillado y desconcertado a partes iguales a los seguidores de la serie de culto por antonomasia con esa mezcla esquizofrénica y apasionante de géneros televisivos y cinematográficos donde cohabitaban sin miedo y pudor el humor de Jacques Tati, el surrealismo más desacerbado, el relato de horror y ciencia ficción, aderezado por los repuntes de violencia más malsana y descarnada que hemos podido ver en la ya no tan pequeña pantalla.






Pero a lo largo de esas siete horas, sobre todo en su séptima parte, los creadores habían comenzado a dejar vislumbrar el camino que había arrancado de manera tan radical y fracturada. Parecía que los misterios comenzaban a encaminarse hacia una narración más convencional y la cercanía a ese Twin Peaks que conocíamos de la serie original estaba más cerca que nunca. Tanto es así que progresivamente, a lo largo de las siete partes emitida hasta el momento, cada una de ellas iba teniendo más momentos en la localidad que da título tanto a la serie original como a este Regreso.

Y los primeros diez minutos de esta octava parte parece que iba a seguir ese camino de la narración convencional y de desarrollo de los misterios planteados, mientras somos testigos de la huida de Mr.C y Ray de la prisión en la que estaban retenidos. Y parece que vamos a averiguar que son y a donde apuntan esas coordenadas que traen de cabeza a Mr. C y que solo Ray conoce.

Nada más lejos de la realidad. Ray baja a orinar, Mr. C coge su pistola y piensa sacarle esa información por la fuerza y acabar con él en el proceso. Pero Ray tiene su propio plan y dispara a Mr. C no sin antes dejarle descubrir que ha sido engañado y sus balas son de fogeo. Mr. C se desploma en el suelo y el infierno se abre paso en la tierra tanto para un atónito Ray, como para los espectadores.






Ocho figuras espectrales de unos leñadores/vagabundos carbonizados rompen el espacio/tiempo y se abren paso a través de una brecha en la realidad y comienzan a realizar un ritual diabólico y ancestral alrededor del inerte cuerpo de un Mr. C que es poco más que un pelele en manos de estos seres sobrenaturales y donde Lynch vuelve a epatar al espectador con una producción de sonido que solo puede considerarse fuera de este mundo.

Interludio de la interpretación más fantasmagórica y bella de Nine Inch Nails en el Roadhouse y viajamos en el tiempo al pasado. Concretamente al 16 de Julio de 1945 en el desierto de Nuevo México, lugar histórico donde se hizo la primera prueba atómica con la misma bomba que menos de un mes después arrasara Nagasaki y nos hiciera entrar en la era atómica y el principio del fin para la humanidad.

Porque Lynch y Frost, a través de una secuencia lisérgica, acrecentada por las técnicas de la macrofotografía, nos hace testigos hipnotizados del origen del universo de Twin Peaks, de la brecha de la realidad entre nuestro universo y la llegada de unos seres que no pertenecían a nuestro mundo, a través de una secuencia tan eterna como fascinante que hasta el momento parecía más cercana a las exposiciones de video-arte, que a una serie de televisión acontecimiento en prime time.






Y tras una secuencia que trae al recuerdo el viaje lisérgico del protagonista de la magna 2001 de Stanley Kubrick llegamos a ese mar de tranquilidad y monocromo con tintes violáceos que ya visitamos en los 20 primeros minutos de la tercera parte de este Retorno a Twin Peaks, junto a un Agente Cooper que como el mago del famoso poema, quería encontrar una posibilidad para salir entre dos mundos. En su interior, nos encontramos con “??????” antes conocido como El Gigante y la Señorita Dido y volvemos a un nuevo cambio de tono y texturas dentro de esta octava parte, retrotrayéndonos a la época gloriosa del cine mudo, con Murnau o Cocteau como referentes.

Algo rompe la paz y tranquilidad y de estos seres, quizá los protectores del equilibrio del universo y cuya localización podría bien ser La Logia Blanca mencionada en la segunda temporada del serial y nunca vista. La ruptura de la paz y el principio del fin es la explosión provocada por la prueba atómica y el nacimiento de unas esporas surgido de la expulsión de un material orgánico, que parece la garmonbozia, de manos de un ser parecido a la entidad que aparecía en la caja en Nueva York en la primera parte de este regreso. Entre esa miríada de huevos encontramos una matriz de color grisácea que contiene el rostro de la entidad conocida como Bob, idéntica a la extraída de Mr. C a manos de esos leñadores del averno en su tétrico ritual.






“?????” como dios creador del universo expulsa de su interior una entidad, una bola de energía dorada que es entregada a la Señorita Dido y que contiene la esencia de Laura Palmer. El nacimiento del bien y del mal. La confrontación de la luz y la oscuridad, provocada por la acción de un hombre que se creía dios y que ha desatado el infierno en la tierra y que arderá como Prometheo al querer acercarse y convertirse en los dioses a los que veneraba y a los que ha perdido el respeto.

Y tras una escena que aúna esa magia propia de los albores del cine y que guarda semejanzas estilísticas con el epílogo de Fuego Camina Conmigo, donde Laura y Dale son testigos de la llegada de un ángel que le ofrece la redención a una Laura Palmer, que emocionada, asciende a los cielos y que vuelve a demostrar que los acontecimientos en Twin Peaks no tienen un inicio y un fin, sino que son a la vez causa y consecuencia -“es el futuro, o es el pasado”- llegamos al bloque final de un episodio excelso.






Avanzamos 11 años, a 1956 y somos testigos de la creación/llegada/transmutación de los seres que vivían en la parte superior de la tienda de oportunidades (Convenience Store en el original). Porque mientras una pareja de adolescentes salidos de una película de Nicholas Ray de los años 50 intentan de manera pacata adentrarse en los enigmas de la sexualidad y el contacto físico humano, el infierno se apodera de una localidad de Nuevo México, cuando un fantasmagórico grupo de leñadores/vagabundos aterrorizan a los habitantes de la población encerrados en sus automóviles y su "american way of life", consecuencia de los terribles actos de la bomba atómica.

Lynch y Frost homenajean y dan una vuelta de tuerca a la sci-fi de los años 50 y su paranoia comunista y atómica con estos vagabundos/leñadores carbonizados y electrostáticos que han quedado encerrados entre dos mundos por la explosión nuclear y las consecuencias de la radiación, mientras el “líder” de estos seres repite incansablemente rodeado de electricidad, “¿Tienes Fuego?”.






A partir de ahí, el horror inunda la pantalla, mientras este ser mata a los empleados de una radio local y transmite un mensaje, poema “beat” o invocación, que invita al resto de seres de esa otra dimensión a que atraviesen la oscuridad del futuro pasado y encuentren la manera de entrar por la brecha de los dos mundos para que tomen y castiguen a los seres humanos que habitan en nuestra dimensión.

Y uno de esos huevos, que anteriormente hemos visto eclosionar en el desierto que rodea la población de Nuevo México y que de su interior sale una criatura parte cucaracha, parte saltamontes, parte rana, entra a la habitación de la chica de los 50 vista anteriormente y se introduce en su organismo a través de su boca para engendrar, ¿la semilla del mal?¿Bob?.






Porque Mike ya se lo comunicó a Cooper, Harry, Gordon y Hawk en el sexto episodio de la segunda temporada. Bob lleva entre nosotros unos 40 años. Y si la serie original transcurría en el año 1989, las fechas encajan con lo visto en este capítulo.

Y es así como Lynch y Frost han decidido explicar y expandir hasta los límites del tiempo y el espacio, la mitología de un serial que comenzó con el trágico, pero convencional asesinato de una chica de 17 años en la localidad de Twin Peaks. Pero como en la serie original Laura Palmer era el pegamento que unía el universo de Twin Peaks y a todos los habitantes y tramas de la localidad, ahora Lynch y Frost dan un salto de fé y le piden al espectador otro salto de fé, convirtiendo a Laura, a su esencia o espíritu, en el pegamento que una a un universo que se resquebraja y que ha infectado a lo largo de 70 años a una humanidad que jugó a ser dioses y solo trajo el apocalipsis a nuestras vidas.








Y todo ello en escasos 58 minutos que te dejan con la boca abierta, que abre nuevas puertas a la narrativa audiovisual, que homenajea los picos creativos previos a ella en las artes audiovisuales, que fascina, que remueve, que lleva un paso más allá a una obra que ya era revolucionaria y más atrevida que cualquier ficción previa, actual o futura. Dos artistas en la cumbre de sus facultades creativas y que estamos siendo testigos semana a semana, viendo como la magia y el arte se fusionan para entregarnos una obra maestra eterna. Si esto no es la cumbre del arte, que venga “??????” y lo vea.

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