En el año 2006, David Lynch volvía a la pantalla grande con una nueva obra que nada hacía presagiar que sería su último largometraje y su última obra audiovisual, hasta que este año 2017 nos hemos vuelto a reencontrar con ese peculiar y magistral regreso a la localidad de Twin Peaks que está siendo Twin Peaks The Return.
5 años habían pasado desde que volviera a ser encumbrado con Mulholland Drive, ese piloto fallido de serie de televisión que acabó reconvirtiéndose en una de las obras cumbres de la filmografía del director nacido en Missoula. Una obra que atacaba con ferocidad el sueño irreal de Hollywood, sus promesas rotas y que envolvía y llenaba de glamour un relato de la perdida de identidad, corazones rotos y sueños ahogados por la cruda realidad.
Inland Empire continúa la senda de Mulholland Drive, casi convirtiéndose en una cara B de Mulholland Drive, llevando al extremo los preceptos de la obra anterior y el estilo y el hermetismo del cineasta y completando la trilogía de la mente que comenzara en 1996 con Carretera Perdida.
Porque el mecanismo que hace funcionar a Inland Empire es el mismo de las muñecas rusas, donde una identidad se esconde detrás de otra y llega un momento en el que no sabes cual es la real y cual es la copia. Y eso le ocurre a Nikki Grace la heroína de nuestra historia -interpretada por una inconmesurable Laura Dern que dota al personaje de múltiples registros y personalidades- una actriz de éxito de Hollywood casada con un escalofriante millonario del este de Europa y con un pasado algo turbio.
Nikki se convierte en la protagonista principal de una nueva obra cinematográfica que descubre posteriormente que es un remake de una película maldita polaca que nunca terminó de rodarse porque todos los implicados en ella acabaron muerta. Pero por supuesto, tratándose de Lynch, este es el mcGuffin que Lynch aporta al espectador, al igual que las cintas de vídeo en Carretera Perdida o el accidente de Rita en Mulholland Drive, para introducirnos en una laberíntica historia repleta de espejos y dobles reflejos.
Porque una vez que ahondas en la historia y comienzas a atar los cabos sueltos, en la medida de lo posible, vamos descubriendo que la historia pasa de las zonas residenciales del Hollywood de las estrellas al frío e inhóspito invierno polaco, pasando por las decadentes calles de Hollywood Boulevard y parques de trailers de la América más profunda que traen al recuerdo el Big Tuna de Corazón Salvaje o el Parque de Trailers Fat Trout donde vivía Teresa Banks en Twin Peaks Fuego Camina Conmigo.
La interpretación de la misma es un juego de muñecas en si mismo. ¿Es la historia de una actriz que soñó y se metió demasiado en sus papeles desde la tranquilidad del Hollywood de las estrellas o es la historia de una joven prostituta que sueña con ser actriz durante dos horas para escapar del infierno de su propia vida? ¿O son ambas las mismas? Os invito a que lo descubráis por vosotros mismos.
Lynch pone a prueba la resistencia del espectador con un metraje de tres horas, de ritmo irregular pero apasionante, por supuesto si entras en el juego y una decisión estilística, el rodar en video digital de baja definición, que aunque nos hace perder al Lynch más bello, es consecuente con el estilo y el tono del largometraje. Un tono pesadillesco y caricaturesco en su horror, que queda realzado por esos primeros planos que consiguen deformar los rostros hasta límites grotescos, provocando una sensación de extrañeza que solo los muy seguidores de David Lynch podrán disfrutar.
Y es que para Lynch este Inland Empire es su liberación absoluta, para lo bueno y para lo malo, de los límites que impone una industria que no es país para artistas radicales como Lynch. Y el formato digital, con el que ya jugueteó con resultados tan irregulares como interesantes, en una serie de cortos que se podían ver en su página web y posteriormente recopilados en la antología Dynamic:01 The Best of DavidLynch.com, es lo que le daba la libertad absoluta de hacer lo que le place.
Y ese hacer lo que le place es Inland Empire. Una película rodada con absoluta libertad, un campo de juegos y experimentación para Lynch que lleva al paroxismo los elementos de obras previas como Cabeza Borradora, Carretera Perdida y Mulholland Drive para desmontarlas y darles una vuelta de tuerca, donde muchos de los amigos y actores de Lynch son invitados a ser partícipes de una obra maestra del video-arte, incomprendida en su estreno en salas, reivindicada parcialmente a lo largo de la última década y que ha servido como guía estilística de muchas de las alegrías que nos está dando su regreso a Twin Peaks, quizá la primera obra de video arte para la televisión, como este Inland Empire lo fue para las adormecidas mentes del espectador del siglo XXI.
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