El regreso de Twin Peaks a la ya no tan pequeña pantalla, 26 años después de su abrupta cancelación en junio de 1991 con su segunda temporada y 25 años después del vapuleo a una obra tan fuera de su tiempo y tan magistral como fue la precuela/secuela de Twin Peaks, rompe todas las expectativas que se esperaban de ella y ha sentado como un mazazo a todos aquellos que creían que este regreso iba a ser una apología de la nostalgia.
Twin Peaks, serie de televisión y entorno en el que se desenvolvía el serial multigenérico, era el perfecto reflejo de lo que se ha venido en denominar Americana, esa nostalgia de la vida idealizada que ocurrió entre 1880 y la llegada de la I Guerra Mundial, donde los Americanos por última vez en su historia -tras conquistar la “Última Frontera” y ser vencedores de la Guerra entre España y Estados Unidos- creyeron entender con orgullo lo que supuestamente significaba América y sentirse Americanos.
Dicha "vida idealizada" se localizaba en pequeños pueblos y pequeñas ciudades, donde sus habitantes se reunían alrededor de una plaza central y sentían que tenían el país que querían, donde la celebración del 4 de Julio, la tarta de manzana y lo que les decían los medios de comunicación, sus escuelas e instituciones era la verdad absoluta y no querían que eso cambiara.
Es por eso que la nostalgia por esa Americana es algo hacia lo que los Estados Unidos miran habitualmente, al igual que la mayor parte del mundo occidental, motivado por su invasión mediática y cultural, porque el siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI no ayuda a que se deje de idealizar una época que en apariencia era perfecta. Para Estados Unidos, la caza de brujas, la guerra fría, el asesinato de los Kennedy, Martin Luther King, la muerte de incontables jóvenes americanos en guerras que solo servían a los intereses de una minoría como Vietnam, Irak, Afganistan, 11-S, etc.. les hace retrotraerse a otra época donde los jardines de viviendas unifamiliares con su impoluta valla blanca de fondo, el cielo azul, las barbacoas, el carrito de los helados y los vecinos sonrientes y en apariencia encantadores eran la cúspide de la felicidad.
El Twin Peaks original tenía mucho de todo eso. La población, los bosques con sus abetos Douglas, la Doble R y sus tartas de cereza celestiales, las cataratas del imponente Gran Hotel del Norte o las avenidas de zona residencial de clase media en auge donde vivían los Palmer, los Hayward y los Briggs eran el sueño de una población que se resistía al cambio y parecía protegida de los males de la realidad.
Pero un buen día, se dieron cuenta que el paraíso tenía un precio, cuando su Reina del Baile y en apariencia perfecta adolescente Laura Palmer, otro epítome de la Americana, apareció muerta en las orillas del río de la localidad, envuelta en plástico. Y la aparente normalidad se rompió, acrecentada por la llegada de un forastero, El Agente Especial Dale Cooper, que traía a Twin Peaks el veneno del presente y también sus demonios internos -la muerte de su amada y la caída a los infiernos del que fue su amigo y mentor- pero que sabía encubrir hacia a aquellos que le rodeaban y a si mismo, al quedar anonadado por la pureza, la nobleza y el ambiente de ese pueblo fuera del tiempo que era Twin Peaks.
No importaba que una vez que comenzaba la investigación del en un principio frío y distante, pero encantador Agente Cooper, los trapos sucios del en apariencia inocente pueblo salieran a la luz, con sus capitanes del equipo de fútbol traficando con drogas, prostitución en la frontera financiada por figuras respetables de la comunidad, incestos paternales, relaciones paterno-filiales quebradas y orgías en el bosque a la luz de la luna. La música de Angelo Badalamenti, celestial, glamurosa y adictiva y el encanto de unos personajes que vivían cada uno de ellos en su propia Americana, ayudaban a que el espectador y los personajes vivieran una situación de aparente felicidad y tranquilidad, porque en el fondo y por mucho que supieran que algo malo se escondía bajo la aparente paz que reinaba en Twin Peaks, lo querían así, claro reflejo del aislacionista pueblo americano que ha querido vivir su existencia sin interesarse y ser influídos por el mundo exterior que les rodea.
Y así se lo hizo ver el Sheriff Truman en la conversación que mantiene este con Cooper, acompañado de Hawk y Ed en la cafetería de la Doble R, donde le explica el lado oculto y oscuro de Twin Peaks:
“Twin Peaks es diferente, está alejada del mundo, como habrás comprobado. Y así es exactamente como nos gusta. Pero también hay una contraprestación para ello, algo diferente. Quizá es el precio que pagamos por el resto de cosas buenas. Hay algún tipo de mal allí fuera. Algo muy, pero que muy extraño en estos viejos bosques. Llámalo como quieras, una oscuridad, una presencia. Puede tomar muchas formas, pero siempre ha estado ahí. Y todos estamos aquí para luchar contra él”.
Esta historia se la cuenta Harry a Cooper en uno de los primeros episodios de la primera temporada, posiblemente en el cuarto o quinto aproximadamente. Y en ese momento -aunque ya teníamos sospechas y detalles de que en Twin Peaks se cernía algo sobrenatural, tras el sueño de Cooper y las visiones de una desquiciada Sarah Palmer- todavía el serial no había abrazado su aspecto sobrenatural como si hizo en la segunda temporada y en el filme Fuego Camina Conmigo.
Es en dicho filme donde descubrimos que Bob, el espíritu que anidaba en Leland Palmer y posteriormente anidaría en el agente Cooper, tenía un pacto con los en apariencia entes benignos del serial, concretamente con Mike el Manco y el Hombre de Otro Lugar posteriormente conocido como El Brazo, donde Bob podía matar a una víctima seleccionada por el cónclave, para luego entregarles parte de la Garmonbozia, una especie de maíz cremoso guisado, que representaba el sufrimiento y el arrepentimiento de Leland tras matar a su hija Laura.
Este macabro ritual y sus connotaciones lo emparentaban con la conversación que he transcrito entre Truman y Cooper. ¿Es posible que la paz y estancamiento de la población de Twin Peaks, en la que el mundo exterior nunca infectaba a la población y a sus habitantes, se basara en la premisa de que una víctima ritual cada cierto tiempo debía ser entregada a estos seres que vivían entre dos mundos, para que Twin Peaks nunca cambiara y la llegada de Cooper y sus descubrimientos comenzara a resquebrajar esa calma chicha de la localidad?.
Otra pista de todo esto lo encontramos en la conversación que mantiene Jean Renault con Cooper cuando el primero le tiene secuestrado en la cabaña blanca en el episodio 12 de la segunda temporada del serial:
“Antes de que llegaras aquí, Twin Peaks era un bello lugar. Mis hermanos vendían drogas a través de los adolescentes del instituto y los camioneros. Jack el Tuerto daba la bienvenida a los hombres de negocio y a los turistas. La gente tranquila vivía una vida tranquila. Entonces, una chica guapa murió y tú llegaste y todo cambió. A mi hermano Bernard lo mataron en los bosques, un padre atormentado por la muerte de su hija ahogó con una almohada a mi hermano Jacques, secuestros, muertos. La gente tranquila ya no volvió a estarlo. De pronto, un sueño tan simple, se convirtió en una pesadilla. Es posible que tu trajeras la pesadilla contigo y es posible que la pesadilla muera cuando tu mueras”.
Estas proféticas palabras de Jean Renault cobran sentido en el episodio final de la segunda temporada de Twin Peaks. Windom Earle, el antiguo compañero y maestro de Cooper secuestra a Annie Blackburn, la amada de Cooper y la lleva consigo a la Logia Negra para conseguir el alma de este. No hay que olvidar que Cooper tuvo una relación con la mujer de Earle y que este último la mató cuando Cooper la protegía dejando malherido a nuestro querido Agente Especial, tanto física como psicológicamente. Cooper había traído su pesadilla a Twin Peaks y para él y para el pueblo nada volvería a ser lo mismo. Cooper entra en la Logia, pero sin su capacidad analítica y su frialdad detectivesca, entra como un hombre enamorado y debilitado. Y todos sabemos lo que le ocurre. Su verdadero yo queda atrapado y a Twin Peaks vuelve su doppelganger maligno impregnado de la semilla del demonio Bob.
25 años después hemos vuelto al universo de Twin Peaks y por lo que hemos visto, el pacto que tenía Bob con sus congéneres del otro mundo lo ha roto, no volviendo a entregarles periódicamente la Garmonbozia y extendiendo su veneno más allá de las fronteras de la ficticia pequeña localidad del noroeste de los Estados Unidos. Y hemos visto breves retazos de la localidad en los primeros cinco capítulos que hemos podido disfrutar hasta el momento. Hemos visto a Hawk, a Lucy, a Andy, a Lady Leño, a los hermanos Horne, a Bobby, al Doctor Jacoby, a Shelly y a Norma. Pero les falta “algo”, al igual que ese “algo” perdido que Margaret le dice a Hawk que se necesita para encontrar a Cooper. Lo mismo ocurre con los escenarios icónicos del serial, como el Gran Hotel del Norte, la Doble R o el Roadhouse. Son los mismos pero no lo son. Ya no suenan los acordes de Angelo Badalamenti que nos hacían sentir seguros y reconfortados en dichos escenarios. Ya no hay, como le decía El Hombre del Otro Lugar a Cooper en su primer sueño en el tercer capítulo de la primera temporada, “música en el aire”.
Twin Peaks, la localidad, sus habitantes y sus escenarios están muertos en vida. Les falta algo o les sobra algo. Y es que parece que las acciones de Cooper y su intrusión como un virus en la vida de la localidad y la ruptura del pacto de Bob, han dejado muerta el alma de la localidad, como si el mundo exterior y la terrible actualidad contemporánea haya irrumpido en la antaño icónica población como un torbellino y le hubiera quitado su esencia. La Americana, con lo bueno y con lo malo, ha sido mancillada por la intervención de un forastero que puso su hipócrita normalidad patas arriba y a la vista de todos, enfrentándolos a todos con su doppelganger.
Ejemplos, múltiples y variados. El Roadhouse, tanto en la serie original como en el filme, era un bar de moteros de los años 50 -más cercanos al movimiento beatnik que a los rebeldes sin causa del cine de James Dean- donde solo se escuchaba la música celestial de una Julee Cruise que parecía haber salido de una brecha entre dos mundos. Ahora es un bar de hipsters donde todo tipo de grupos musicales contemporáneos tocan en él y que podríamos encontrar en cualquier lugar de Estados Unidos o del mundo. Ya no tiene personalidad. Se ha gentrificado. Y algo aún peor. En el piloto de la primera temporada, cuando Donna entraba en el Roadhouse para encontrarse con James Hurley, Bobby Briggs y Mike Nelson intentaban agredirla era inmediatamente rescatada por el honesto Ed Hurley y el grupo de moteros amigos de James. En esta nueva iteración del serial, concretamente en el episodio 5, vemos como un turbio individuo que tiene tratos con algunos elementos de la policía local, al que los créditos finales nos descubren que es un nuevo miembro de las nuevas generaciones de los Horne- agrede sexualmente a una joven de la localidad a la vista de todos los clientes del local, sin que nadie haga nada por ayudarla. Un triste reflejo del mundo en el que vivimos y del que los habitantes de Twin Peaks intentaban escapar.
Lo mismo ocurre con la historia de Betty, la hija de Shelly Johnson, y su politoxicómano novio. Ambos son un reflejo de la relación auto-destructiva entre Laura Palmer y Bobby Briggs, pero en el original había un aura de ensoñación, de glamour, de cercanía y empatía con dichos personajes y su historia. Aquí, esta relación se narra de manera cruda, anticipando que el personaje de Betty correrá un camino similar al de su predecesora Laura Palmer, pero sin ese aura mítica de la historia de Laura. Betty, el personaje interpretado por la actriz Amanda Seyfried no está hecho para ser el icono de un pueblo, unos personajes, o una historia. Es vulgarmente real. O para rematar, el ejemplo más visual lo encontramos en el discurso de la Alt-Right americana del Doctor Jacoby, ejemplo de los radicalismos que la pérdida del sueño americano ha provocado en esas localidades donde creían que la Americana sería algo eterno, el Camelot del Rey del Arturo.
Es por ello que los seguidores del serial que añoran los elementos más nostálgicos del mismo, se sienten extraños e incómodos ante este nuevo Twin Peaks. Por eso no suenan los acordes de Angelo Badalamenti en cada escena y cada plano, por eso nadie baila como Audrey Horne en la Doble R bajo los acordes de los temas de Badalamenti salidos de la JukeBox o el pueblo parece estar desierto y falto de vida. Porque los causantes de la irrupción de la realidad en la Americana, el Agente Cooper y el diabólico Bob, lo destruyeron. Y tendrán que volver allí y devolver a la población y al serial esa vida eterna que tenían, para lo bueno y para lo malo, al igual que Cooper necesita recuperar su alma, y los seres del Otro Lado necesitan recuperar su Garmonbozia. Para que todos ellos y la localidad recuperen esa Americana que se ha perdido, tanto en el mundo real como en este pequeño universo de ficción tras 25 años que se dicen pronto. Que eso sea algo bueno o algo malo, dependerá del ojo que lo ve y lo que prefiera, la crudeza de lo real o la hipocresía de la apariencia.
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