13 de enero de 2018

The Disaster Artist de James Franco: Tragicómica oda a los perdedores




















¿Dónde está la frontera entre el genio y el excéntrico?¿Quién decide la genialidad?¿Puede un autor proteger aquello que quiere expresar, o es esclavo de la recepción del público? Todas y cada una de estas cuestiones son planteadas en The Disaster Artist, dirigida y protagonizada por James Franco, que al igual que el Ed Wood de Tim Burton, entrega una carta de amor hacia el negocio del arte y el cine, describiendo el tortuoso camino de otro “peor” director de la historia del cine.






Tommy Wiseau -la figura protagonista del biopic. estrenó en el año 2003 la película The Room, dirigida, escrita, protagonizada y producida por él. Un despropósito, que como le ocurrió en los años 50 a Ed Wood, acabó convirtiéndole de hazmerreír de la industria, a objeto de culto en sesiones de medianoche para cinéfilos con gusto por el trash. La película de Franco, rodada con un estilo documental, nos muestra sin juicios de valor, la travesía por el desierto de dos amigos, de dos outsiders de una industria que no les acepta, la posibilidad de crear de cero su sueño, quizá algo más importante que el éxito y el reconocimiento.






James Franco y su hermano Dave, interpretan a Wiseau y Greg, dos parias del Hollywood de los 90, con más ganas que talento, que pretenden convertirse en alguien en la ciudad de las estrellas. El primero, en un auteur. El segundo, más preocupado de ser una estrella. Una pareja que de nuevo guarda parecidos con la formada por Ed Wood y Bela Lugosi en la película de Burton. Y si Depp y Landau bordaban sus interpretaciones, lo mismo puede decirse de los hermanos Franco, sobre todo de James, que consigue un asombroso trabajo al transformarse tanto interpretativa como físicamente en ese nuevo Ed Wood que es Tommy Wiseau.





Franco disecciona, al igual que Burton, la meca del cine, transformando formalmente la película en una radiografía del Hollywood de finales de los 90, pero sobre todo cargando las tintas en la tragicómica vida y amistad entre dos individuos que se dejaron cegar por los neones de Hollywood, uno queriendo convertirse en un nuevo Orson Welles y el otro creyendo que las leyendas como James Dean nacen únicamente deseándolo.








Canto a los perdedores, pero también a los soñadores, Franco mima a sus criaturas, entregando pequeños momentos intimistas, donde el espectador es capaz de entender que aunque patéticos y risibles, tanto los protagonistas como su intento de proeza, merecen la pena ser reconocidos. De nuevo, como nos mostraba con emoción y acierto Tim Burton en Ed Wood, entre el genio (Welles) y el excéntrico (Wood) existe una delgada línea en la que a veces, es difícil encontrar la diferencia.

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