Disneyworld. La quintaesencia del american dream y el lugar aspiracional de una América que sigue persiguiendo un ideal inalcanzable, aunque todo lo que les rodea sea un lodazal del que no se puede escapar. Esa idea, se convierte en algo tangible en The Florida Project, el nuevo largometraje de Sean Baker tras Tangerine. Una obra donde la mirada inocente e infantil de unos niños que viven en unos hostales colindantes al Disneyworld del estado de Florida, le sirve al autor para entregar al espectador un drama sin moralejas.
Ese mundo infantil de niños pertenecientes a familias destruidas, navegan por un universo donde los adultos que les rodean tampoco les sirven como agarraderas emocionales para avanzar en una vida adulta que se les escapa de las manos. Pero en cambio, como el sueño americano, viven su desgracia no comprendida, al menos conscientemente, rodeados y embaucados por un mundo de colores chillones, que intentan reflejar sin éxito, las luces y supuesta felicidad del famoso parque de atracciones, tan artificial y falso como esa vida que aspiran a vivir.
Baker, a través de largos planos que acompañan a sus protagonistas casi de la mano y un libreto que no sigue las estructuras clásicas de la narración convencional, le sirve para plasmar un universo adulto degradado y pesimista, que al igual que Verano 1993 de Carla Simón, no está ausente de dureza, pero presentándose desde una perspectiva que no busca el sensacionalismo barato y sugiriendo a través de la puesta en escena, una gama cromática que le sirve para diferenciar y potenciar el enorme plantel de un mini universo donde los simulacros de lo real ahogan a unos individuos representados como si fueran pequeñas miniaturas que deambulan sin orden ni concierto entre todo aquello que se vendió como el sueño americano y del que solo queda una réplica de todo a cien.
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