La primera temporada de Twin Peaks había terminado con un sinfín de cliffhangers relacionados con el amplio abanico de personajes, donde el misterio de quién había matado a Laura Palmer -el eje central del serial- se había convertido en uno de los muchos misterios que atesoraba el serial en sus primeros y magistrales 8 episodios.
Lynch volvió a coger las riendas del serial en el episodio piloto de la segunda temporada, de nuevo de doble duración y donde Lynch cargó desde la primera escena los tintes sobrenaturales que el serial había tímidamente insinuado en su primera temporada. Y así, Lynch nos presenta, tras el intento de asesinato al Agente Cooper y mientras este yace en el suelo de su habitación en El Gran Hotel del Norte, a El Gigante, un ser supuestamente sobrenatural que le da tres pistas para seguir avanzando en las extrañas circunstancias que desembocaron en la muerte de Laura Palmer, motor de la serie.
Y es que a Lynch lo que le importaba era el núcleo de la serie, Laura, los Palmer, Ronette Pulaski, Cooper y los extraños seres de la que luego conoceríamos como Logia Negra. Es por eso que Ronette vuelve de su coma en el escalofriante final con el que cierra este extraño piloto, con los recuerdos sobrecogedores de lo que ocurrió en ese vagón de tren y podemos vislumbrar la muerte de Laura a manos de Bob.
Extraño piloto me refiero anteriormente, porque Lynch en este piloto da un golpe en la mesa. Porque tras las ínfulas de autor que se gastó Frost en la season finale de la primera temporada, provocó la salida de un Lynch que aunque fiel a su estilo, había sido capaz de reprimir en la primera temporada, convirtiendo este inicio de temporada en una verdadera declaración de principios.
Tiempos dilatados, una sensación de extrañeza imperante, resolución absurda y satírica de los absurdos cliffhangers de Frost, Lynch despacha con evidente desinterés toda la paja que Frost introdujo en el último episodio de la pasada temporada y devuelve la serie a sus raíces pero hiperbolizando su peculiar estilo, dando como resultado un episodio memorable y que demostraba que los elementos sobrenaturales habían llegado a quedarse y creando a su vez una mitología a su paso.
El segundo episodio continúa esa buena senda, de nuevo dirigido por Lynch, donde los misterios sobrenaturales y Bob vuelven a estar en primer plano y parece que la serie vuelve a encauzar la trama principal virando absolutamente hacia los terrenos del horror, como por ejemplo con la escalofriante escena de Madeleine sola en el salón de los Hayward, mientras Bob se acerca hacia ella en un plano para el recuerdo.
Pero Lynch no podía quedarse para siempre y a partir del tercer capítulo y sobre todo hasta el quinto, la serie comienza a flaquear, siendo preponderante la búsqueda de Bob, pero dejando de lado de nuevo a Laura y la noche de su muerte y centrándose de nuevo en las subtramas de Frost, con Josie, Benjamin, Audrey, Hank y la serrería en primer plano. Sin olvidar la inclusión de nuevos personajes al serial como el señor Lee, Jean Renault, Harold Smith o Dick Tremaine (infame la subtrama de la paternidad del supuesto hijo de Lucy) que no están a la altura de los icónicos y carismáticos personajes creados en la primera temporada.
Además, la serie comenzó a bajar en audiencia y la productora consideró que era porque querían saber ya quién había matado a Laura Palmer. El problema, que eso no fue lo que ocurrió, sino que pasar de una primera temporada de ocho episodios a otra de 22 episodios en menos de cuatro meses, entre el final de una y el principio de otra, provocó una merma en la calidad final de un producto que no estaba tan pulido como en su primera temporada.
Y así, Lynch y Frost tuvieron que desvelar al asesino de Laura, en un episodio, el séptimo de la segunda temporada, donde Lynch reveló en un episodio absolutamente antológico, con escenas memorables, que el hombre bajo el que se escondía Bob no era ni más ni menos que un Leland Palmer que se había convertido en co-protagonista de esta primera tanda de episodios de la segunda temporada.
El caramelo envenenado, que el descubrimiento de que fuera Leland, padre de Laura su asesino, es que en la convencional televisión de principios de los 90, el fantasma de la pederastia y los abusos quizás era demasiado para una pacata productora y unas audiencias más pacatas aún.
Por ello y tras la despedida a lo grande Lynch en la serie con la terrorífica muerte de Maddy a manos de Leland/Bob, el descubrimiento de la identidad del asesino y ese emotivo y triste momento en el Roadhouse bajo los acordes de "The World Spins" de Julee Cruise con un Cooper más perdido que nunca y unos habitantes y una población sumidos en la desolación, la serie solo podía ir para abajo.
Los dos siguientes episodios que siguieron a este hito de la historia de la televisión y que cierran esta primera parte de la Segunda Temporada de la serie son buena prueba de ello. El cierre de la investigación se hace deprisa, corriendo y mal, dejando de lado la investigación para tomar las pistas dejadas por Lynch de manera eficiente, pervirtiéndolas y extrayéndolas de su verdadero significado. Eso no quita para que Ray Wise, Leland Palmer, haga un memorable trabajo, aunque el resto de directores no sepan controlar sus dotes dramáticas como David Lynch, olvidando que menos es más y llevando al actor y personaje a los excesos del peor Jack Nicholson en algunos momentos.
Pero con sus luces y sombras, esta primera mitad de la segunda temporada seguía siendo Twin Peaks y aunque había ya elementos discordantes que la convirtieron en una serie irregular, los grandes momentos superaban a los malos y el pueblo y sus habitantes seguían siendo aquellos de los que se enamoraron sus fans, además de que este primer bloque de la segunda temporada, abrazó sin tapujos lo surreal y sobrenatural creando una mitología eterna a su paso. Lo que nadie nos esperábamos era lo que llegaba a continuación. Pero de eso ya hablaremos en el siguiente post.
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