Tras más de 25 años y dos tazas de café y sendas porciones de Tarta de Cerezas (gracias Marta) me metí en vena las 4 primeras horas de la continuación de una de las obras que han formado mi visión del mundo, mi manera de entender el arte y que me ha acompañado a lo largo de toda mi vida, porque nunca abandoné sus bosques, sus misterios, sus personajes y su universo, al que he vuelto incontables veces a lo largo de estos más de 25 años.
Es difícil transmitir con palabras las sensaciones y sentimientos tras cuatro intensas horas donde Lynch y Frost han dado la vuelta al serial de referencia de la historia de la televisión contemporánea, porque todo ha vuelto, pero nada es igual, al menos en apariencia. Y cuando todavía mi cabeza sigue bullendo, intentaré transmitir mis impresiones de lo que es desde ya una nueva manera de entender las series de televisión.
Primer aviso a navegantes: Este regreso de Twin Peaks no es para todo el mundo. No es un ejercicio de nostalgia y de regreso a los confortables orígenes del noroeste de Estados Unidos. Así que todos aquellos, nuevos y viejos seguidores, que crean que Lynch y Frost les van a llevar por caminos conocidos y por los Greatest Hits de la cultura popular que hicieron trascender al serial como los zapatos de Audrey, la tarta de cereza, la serrería y los culebronescos acontecimientos que allí acontecían, pueden darse por perdidos.
En cambio, aquellos que adoramos la obra de Lynch como un todo, del Lynch más experimental, más arriesgado, más abstracto, están de enhorabuena. La libertad creativa prometida por Showtime ha dado sus frutos y tenemos a un Lynch en plena efervescencia creativa, donde estamos más cerca de obras como sus cortometrajes de juventud como The Alphabet y The Grandmother (esa escena onírica con la que arranca el tercer episodio y que desde ya se encuentra entre los grandes momentos del cine de Lynch), a Cabeza Borradora, Carretera Perdida o Inland Empire.
Lynch fracciona y cuartea la trama en subtramas en apariencia independientes y completamente fuera de tono (en apariencia) a lo que los seguidores del serial estaban acostumbrados. Pero eso ya fue ocurriendo a medida que avanzaba el serial. Del piloto de la primera temporada al piloto de la segunda temporada hubo un mundo y un cambio de tono donde la experimentación Lynchiana comenzaba a florecer. Y lo mismo del piloto de la segunda temporada al magistral capítulo final con el precipitadamente terminó el serial. Y más aún con su precuela/secuela Fuego Camina Conmigo.
Porque los primeros capítulos de este regreso por todo lo alto es a Fuego Camina Conmigo lo que Fuego Camina Conmigo al piloto original. Una ruptura de las normas, un cambio de juego absolutamente fascinante que deja descolocado al espectador pero que no te permite que te pierdas ni un segundo lo que ocurre en las fascinantes imágenes que bombardean tu cerebro haciéndotelo explotar.
Poco quiero contar de lo que acontece en estas primeras cuatro horas que si continúan con el mismo nivel van a dar como resultado las 18 horas más extrañas, terroríficas, absurdas, hilarantes y embriagadoras que han dado el medio televisivo en toda su historia. Ya habrá tiempo de ir analizando minuciosamente lo acontecido en cada episodio, en cada escena, en cada minuto. Solo un consejo, dejaos llevar de la mano del mayor prestidigitador de la historia del cine, no tengáis miedo a no comprender, disfruta de las sensaciones que como un mazo caen en ti a medida que se va desgranando la madeja y por supuesto, revisad no una si no varias veces la magistral y vapuleada Fuego Camina Conmigo, y sus Missing Pieces, porque hace 25 años Lynch plantó la semilla de esta obra magna que no ha hecho más que empezar. No os arrepentiréis.
Menudas 4 horas que te dejan la cabeza para hacer gomas de borrar... por más horas como esas, como las siguientes de teorizar, bañadas en cafés y cherrypies :)
ResponderEliminar