En un pequeño y en apariencia idílico pueblo de la Inglaterra de los años 50, una joven viuda decide iniciar su sueño, una librería. Lo que en principio parece un acto inocente, revolverá las entrañas de un pueblo pesquero que intentará por todos sus medios, destruir las esperanzas de su propietaria.
En estos tiempos oscuros en los que vivimos, donde el pensamiento totalitario y la cerrazón de miras son directamente proporcionales al escaso interés por la cultura, el mensaje que nos transmite Coixet en su último largometraje, adaptación de la novela de Penelope Fitzgerald, está más vigente que nunca.
Porque La Librería nos habla de los sueños, de las ilusiones, de la apertura de mente, todo ello gracias a la literatura, un espacio, como el de todas las artes, que enriquecen nuestra vida, nuestra manera de pensar y que nos hacen evolucionar como individuos y que nos evitan ser absorbidos por el pensamiento unitario y embrutecedor.
Es por ello que destacan dentro de un conjunto de personajes, que van de la burguesía provinciana mezquina y mediocre, hasta una clase trabajadora que prefiere no tomar partido y convertirse en una minoría silenciosa, que permite con su inacción el castigo de los inocentes, dos figuras, interpretadas por Emily Mortimer y Bill Nighy, que prefieren vivir una vida solitaria, protegidos por su pasión, que interactuar con una masa de población, en apariencia inofensiva, pero cuya media sonrisa oculta las peores intenciones.
Acompañada por una voz en off pausada y discursiva, que trae al recuerdo la narración de otra gran adaptación literaria, La Edad de la Inocencia de Martin Scorsese, Coixet brilla en los momentos íntimos entre personajes, como el encuentro entre los personajes de Blunt y Nighy, o la bella relación entre Mortimer y el gran descubrimiento de la obra, la actriz Honor Kneafsey, que se convierte en el alma de una obra y una población, el último halo de esperanza de un pueblo extrapolable al mundo entero, donde el cinismo y la mezquindad triunfa y pisotea a aquellos seres puros que viven en su propio sub-universo.
La propensión de Coixet, en ocasiones tendente al spot o al videoclip, queda reducido a unos pocos planos, que no ensombrecen una obra sencilla, honesta y profundamente devastadora, que deja un pequeño poso de amargura, que contrasta con su bella puesta en escena.
Un canto a la libertad de pensamiento, al poder de la individualidad frente al pensamiento adocenado, reflejado en la obra a través de dos novelas tan polémicas como fundamentales como Farenheit 451 y Lolita, que al igual que la anteriormente mencionada La Edad de la Inocencia, desvela, tras su elegante y brillante factura, un discurso pesimista sobre la naturaleza global del ser humano.
Desconocía que ya tuviera nuevo film. Es una directora peculiar, de esas que siempre crean debate. Me gustan algunas de sus pelis, y otras no.
ResponderEliminarUn saludo.