Paralelamente en el tiempo, DC Comics está publicando dos grandes eventos: Doomsday Clock y Dark Nights: Metal. Ambos provienen de diferentes momentos y estilos de la historia del cómic americano, en especial de la casa que vio nacer a Batman y Superman. Y en ambos, estos dos grandes iconos son parte fundamental de la historia que están intentando narrar. Igualmente, ambas historias pretenden traer de vuelta el sense of wonder y la apariencia de gran historia que se ha ido perdiendo en las últimas décadas, en un medio que casi se ha acabado convirtiendo en la excusa para un imperio de franquicias multimedia.
De idéntica manera, ambas obras están a cargo de algunos de los mejores y más exitosos talentos que tiene la editorial a su disposición. En Doomsday Clock, Geoff Johns y Gary Frank. El primero, autor que consiguió, en los albores del siglo XXI, entregar dos tebeos tan emblemáticos y tan conseguidos como su JSA o su etapa al frente de Green Lantern. Dos tebeos, que más allá de su gran éxito, conseguían trasladar esa sensación de legado e historia compartida que siempre ha acompañado al universo DC. Dark Nights: Metal surge de la mano de Scott Snyder y Greg Capullo. Dos autores que consiguieron su mayor éxito de crítica y público con su etapa al frente de la serie regular de Batman en los infames Nuevos 52, siendo este, uno de los pocos tebeos que pasarán a la historia de dicha línea editorial.
Ahora, con la coincidencia en el tiempo del tercer número de Doomsday Clock y el quinto de Dark Nights: Metal, se puede analizar con mayor profundidad el camino que debería seguir la editorial para no volver a caer en los errores del pasado. Y ya en su tercer ejemplar, se puede afirmar que el camino no debería ser el de Doomsday Clock. El motivo: el género de superhéroes muere si continúa la senda de la oscuridad y la trascendencia formal, que no de contenido, de la obra de Moore y Gibbons. Este tercer ejemplar es un buen ejemplo. Johns y Frank continúan su enfermiza y detallista reinterpretación de los valores formales de la obra crepuscular definitiva del género de superhéroes. Pero el trabajo de Moore equilibraba de manera milimétrica la forma y el fondo, con ese juego de reflejos y simetrías que ahondaba, a través de la forma, en las dobleces de la identidad superhéroica y sus personajes torturados. En Doomsday Clock, Johns y Frank, en una tarea encomiable, ofrecen un trabajo que formalmente demuestra el esfuerzo y la dedicación que ambos autores realizan para estar a la altura de un tebeo tan excelente como magnificado, casi piedra filosofal que ha hecho estancarse al género, más que llevarle un paso adelante. Es por ello que hay algo que no funciona en Doomsday Clock y que se hace evidente en su tercer ejemplar. La composición de nueve viñetas por página, la obsesión por el detalle y la rigidez formal choca indefectiblemente con escenas tan prosaicas y que podrían resolverse de una manera mucho más honesta, como por ejemplo, el enfrentamiento entre el Comediante y Ozymandias. O en la entrega del diario de Rorschach a Batman por parte del nuevo y misterioso Rorschach. Pero Johns y Frank lo representan con excesiva trascendencia. Unos momentos que deberían ser mucho más orgánicos y no tan impostados.
En cambio, Dark Nights: Metal, que se acerca a su próxima y excitante conclusión es totalmente contraria a ese trascendentalismo en sus formas, pero mucho más interesante en su trasfondo. Ambos trabajos quieren devolver la semilla del heroísmo perdido a un universo que las excesivas iteraciones y cambios de rumbo lo había dejado casi irreconocible. Ambas persiguen descubrir de donde proviene su legado y cuales son las teclas que hay que tocar para que este funcione. Snyder y Capullo plantean una obra, cuya forma podría ser vista a través de una mirada esquiva como aquellos horrendos y excesivos tebeos de principios de los 90, influenciados por la cuadrilla de Image con Todd McFarlane y Rob Liefeld a la cabeza. Ruido, furia y vulgaridad. Pero Snyder y Capullo utilizan esos elementos para demostrar que esos excesos son la oscuridad de un universo DC que necesita recuperar las raíces del heroísmo sometiendo y subyugando a unas reinterpretaciones oscuras que han hundido al universo DC en las tinieblas, tanto directamente en el argumento de la historia que nos presentan, como metafóricamente en las últimas décadas de la editorial. No es casual que Snyder y Capullo estén recuperando a personajes maltratados o desdibujados en las últimas décadas por la editorial, tales como Plastic Man, Hawkman o el Detective Marciano. Esos personajes son parte fundamental de un universo tan rico en personajes, tonos y mundos. Y es lamentable que los editores y autores contemporáneos hayan rascado solo la superficie, utilizando una mínima parte de lo vasto de un universo que es tan memorable por la cantidad de géneros que abarca y que Snyder ha sabido reunificar convirtiéndolo en un todo que es mejor que dichas partes convertidas en compartimentos estancos. Si el trabajo de Johns y Frank solo sirve para rememorar desde una nostalgia perdida aquellos tebeos que fueron vanguardistas pero que han dañado el camino que vino después por una falta de comprensión de los mecanismos que los hacían funcionar, Snyder y Capullo han entendido la raíz del problema y a través de sus errores, están construyendo el camino que debe seguir la editorial y el género de superhéroes para volver a ser esa fábrica de fantasía y mundos imposibles que nos encandiló hace ya mucho tiempo.
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