Una de las sorpresas más agradables que me he encontrado en este DC Rebirth que está recuperando a DC Comics como editorial ante los ojos del aficionado, es el rescate del formato prestigio dentro de la implantación de distintos formatos para todo tipo de aficionado y lector.
El formato prestigio, que comenzó tímidamente con la aparición del Ronin de Frank Miller en 1983 y que explotó con El Regreso del Caballero Oscuro del propio Miller en 1986, se convirtió en la línea editorial de lujo de la editorial a finales de los 80, donde en un mercado acostumbrado a ediciones baratas, con un color rudimentario y papel de pescadería, sorprendió a los lectores de por entonces, con ediciones que nada tenían que envidiar a la calidad técnica del álbum francés.
Dentro de ese formato aparecieron tebeos ya icónicos de la historia de la editorial como La Broma Asesina, Orquídea Negra de Gaiman y McKean, Odisea Cósmica de Starlin y un primerizo Mignola o el Blackhawk de Howard Chaykin, por poner unos cuantos ejemplos que me vienen a la memoria. La irrupción de Image y su papel satinado y colores digitales, que rápidamente implantaron las dos grandes y el redireccionamiento del mercado a recopilatorios en tapa blanda y cartoné, convirtieron al formato en una reliquia de tiempos pasados.
Y ahora DC Comics lo estrena con una miniserie en tres volúmenes, protagonizado por uno de los héroes de culto de la editorial, Deadman, el fantasma del trapecista Boston Brand que destacó en sus orígenes a finales de los 60 gracias a Arnold Drake y Neal Adams y que tuvo un breve resurgimiento, casualidades de la vida, en una miniserie de dos números en formato prestige guionizada por Mike Baron y dibujada por Kelley Jones.
Tengo el presentimiento que la publicación de esta serie en formato prestigio es más fruto de la casualidad que algo pensado de primeras, porque cada volumen está dividido en dos capítulos que coinciden con lo que serían dos grapas de 20 páginas cada una, como es lo habitual. Quizás DC la tenía en el baúl de los proyectos no publicados y pensaron darle un mayor empaque para que llamara más la atención de los aficionados nostálgicos como yo.
Pero eso da igual tras leer la serie de cabo a rabo. La guionista Sarah Vaugh, de la que que no había leído nada suyo hasta el momento, pero que es conocida sobre todo por su serie Alex+Ada junto a Jonathan Luna, es un bello tebeo gótico, reminiscente de los relatos de Allan Poe, las películas de la Hammer y los relatos publicados en series de los años 60 como House of Secrets o House of Mistery.
Vaughn no se queda solo en ese ejercicio de nostalgia, sino que también aporta una protagonista femenina a la altura, una voz en off dividida en dos puntos de vista que aporta mucho al relato que nos plantea, retazos de trabajos de los 80 pre-Vertigo como la saga Amor y Muerte de Alan Moore aparecida en La Cosa del Pantano y una exposición directa a las personas trans-género digno de elogio. Todo ello, apoyado en un interesante trabajo artístico de Lan Medina, ayudado por Phil Hester a partir del segundo volumen y rematado con mucho estilo por el atmosférico color del gran José Villarrubia.
En definitiva, una honesta y humilde historia de fantasmas góticos, que se disfruta en los pequeños detalles y cuya humildad es su mejor baza, porque al final no importan los fuegos de artificio o los propósitos de intentar contar la historia más grande o ambiciosa posible. Lo que en el fondo queremos los lectores es una buena historia y eso es lo que nos da este nueva serie de Deadman.
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