22 de abril de 2018

Milk Wars: El evento editorial como reflexión de un género y una industria




















Finalizada la primera temporada del sello Young Animal, surgida bajo la batuta del guionista y músico Gerard Way y con el inminente aterrizaje de su segunda temporada con cambios argumentales y de tono en sus series principales, aterriza a modo de interludio Milk Wars, el primer evento crossover entre dicho sello y el universo DC. La propuesta sirve para contentar los intereses artísticos de Way y su pléyade de guionistas y dibujantes, con los comerciales de la propia DC Comics. Este último interés tiene su lógica, máxime cuando el sello Young Animal, aunque un éxito crítico y artístico incontestable -al que solo se le podría reprochar la accidentada cadencia de su título principal, la Doom Patrol de Gerard Way y Nick Derington, no es una línea abrazada por el gran público. Así que la reunión de los antihéroes de Young Animal con los héroes DC, principalmente la fallida JLA de Steve Orlando, le sirve a DC para entregar un evento que de mucha más visibilidad y futuribles posibles ventas a la nueva temporada de las series.

Pero Gerard Way y el resto de los autores integrantes de Young Animal, con Cecil Castelucci, Jon Rivera y Jody Hauser a la cabeza, dan la vuelta a la tortilla a este historia en cinco partes que bien podría considerarse el anti-evento. Una historia de colisión de mundos, de maneras de afrontar el género superheróico y las discutibles decisiones editoriales, que habla de los problemas de la industria dentro de un tebeo de la misma. Así, el germen del conflicto es la transformación antinatural de los héroes principales de la casa hasta hacerles completamente irreconocibles tanto interna como externamente. Esto también les sirve a los autores implicados, en especial a Cecil Castelucci, la encargada del especial dedicado a Shade y Wonder Woman, para introducir el tan actual conflicto de la figura de la mujer en este siglo XXI que ha sido testigo de nuevo del avance de un germen reaccionario y fascista que pretende instaurar de nuevo un viejo orden que muchos creíamos ya extinguido. 






Pero más allá de consideraciones sociológicas y de género, los cinco especiales de estas Milk Wars -JLA/Doom Patrol, Batman/Mother Panic, Shade/Wonder Woman, Cave Carson/Swamp Thing y Doom Patrol/JLA- le sirve a autores y editorial para arrancar la ya mencionada segunda temporada de sus títulos, introducir a Eternity Girl, la interesante nueva serie regular del sello y homenajear, como ya llevaba haciendo Way a lo largo de toda su línea, las obras más arriesgadas y revolucionarias que la editorial ha publicado a lo largo de toda su historia.

20 de abril de 2018

Batman Superfriends de Tom King, Clay Mann y Joelle Jones: Equilibrando impecablemente luz y oscuridad



Bajo un título que trae al recuerdo la serie de animación de DC Comics y que dio a conocer a dichos personajes y universo a la audiencia infantil de los años 70, Tom King continúa su reinterpretación y modernización de los mitos de un Hombre Murciélago que necesitaba dar un paso más allá de la sombra de Miller.






Tom King ha sabido, partiendo de lugares conocidos, reconstruir al personaje desde su particular punto de vista, a lo largo de un año y medio donde no han habido pasos atrás y si muchos pasos hacia delante. El truco es el siguiente: Devolver a los personajes ese aura de pureza e inocencia venido de la Golden Age, con un compleja inmersión en las interioridades de los personajes y el medio, evitando la sobreexposición pseudo-psicológica, tan aparentemente compleja, como pedestre en el fondo.






Ahora, con su boda con Selina Kyle en el horizonte cercano, Bruce Wayne se rodea de dos de sus mejores amigos y compañeros, Superman y Wonder Woman, en dos historias pertenecientes a un arco argumental dividido en dos partes bien diferenciadas y que le sirve a King para reinterpretar la relación de esta mítica trinidad de héroes. Pero de nuevo, para no recurrir a lugares comunes, la relación de Wayne con sus dos mejores amigos y confidentes, se divide tanto argumental, como narrativa y temáticamente.






La primera mitad de esta arco narrativo le reúne con El Hombre de Acero, en concreto, en una cita a cuatro entre Batman, Superman, Lois y Selina Kyle, aka Catwoman. Esta informal reunión le sirve al guionista, ayudado por un charestiano Clay Mann -sorprendente en su evolución como artista- para humanizar la relación entre dos hombres tan diferentes como iguales, tan rivales como hermanos, enfrentándolos con su pasado y haciéndoles mirar un futuro de esperanza, donde las convenciones de ambos iconos se entremezclan para demostrar que entre la luz y la oscuridad, la noche y el día, el héroe y el vigilante y el bien y el mal, solo les separa un punto de vista. Todo esto sin olvidarse de Lois y Selina, mucho más que partenaires sin personalidad propia de ambos héroes, avanzando una nueva relación que en manos de King promete al lector y a los personajes un interesante desarrollo.


La segunda mitad de este arco argumental pasa de lo íntimo a lo épico, en el encuentro entre Bruce y Diana Prince. King, que de nuevo se reúne con la artista Joelle Jones, da un paso más en esa tensión sexual no resuelta entre el Caballero Oscuro y la Mujer Maravilla, apuntada por Joe Kelly en su interesante y nunca suficientemente ponderada etapa al frente de la JLA, a través de un relato que juega con la percepción del tiempo y el significado del amor, que entrega sus mejores momentos en la excelente compenetración de los guiones de King, los dibujos de Jones y su excelente, poderosa y atractiva representación de Wonder Woman y Selina Kyle.








Entre ambas historias, Tom King, junto al dibujante Travis Moore, ofrece al lector un one-shot titulado tramposa y brillantemente The Origin of Bruce Wayne (El origen de Bruce Wayne). El lector que cree encontrarse ante la enésima reinterpretación del origen de Batman, es testigo de un relato oscuro y pesimista, envuelto en una investigación detectivesca y que de nuevo, como a lo largo de su memorable etapa, empaña y cubre de un halo de amargura la en aparente labor “heróica” del mejor detective del mundo.








18 de abril de 2018

Custodia Compartida de Xavier Legrand: De lo sutil a lo genérico

















Precedida de una gran cantidad de premios y alabanzas a su paso por distintos festivales como Venecia, donde recibió el León de Plata al Mejor Director y el Premio Luigi de Laurentiis a la Mejor Ópera Prima, o San Sebastián, donde recibió el Premio del Público a la Mejor Película Extranjera y el Premio TVE-Otra Mirada, llega a los cines españoles Custodia compartida (Jusqu’a a la garde, 2017) la ópera prima del director Xavier Legrand, extensión al largometraje de su cortometraje Antes de perderlo todo ( Avant que de tout perdre, 2013) nominado a los Oscars en 2014 y ganador de innumerables premios, tales como el César al mejor cortometraje de ficción en 2014. 










Tanto cortometraje como largometraje se centra en una temática compleja y espinosa: el divorcio, los efectos que provocan en los más indefensos y sobre todo la sombra del maltrato, tanto de género como infantil. Sin haber tenido posibilidad de ver el cortometraje, es difícil establecer nexos de unión y comparativas entre ambos trabajos, por lo que a partir de aquí se analizará el filme que está a punto de estrenarse. 










El arranque de la cinta es un prodigio de concisión y montaje. Tras un plano fijo tenuemente iluminado del despacho de un juzgado, en paralelo a los sobrios créditos de arranque, la acción se sitúa en el juzgado de una localidad francesa donde se va a resolver la custodia compartida de un menor de edad. A través del plano-contraplano, el espectador presencia una escena modélica en su puesta en escena, donde las partes que la conforman, van aportando información sesgada y antagónica, mientras el director va presentando a sus protagonistas. Una secuencia que finaliza con un plano general, que resume aquello que en apariencia va a ser la apuesta de la cinta. Solo conocemos partes fragmentadas de un relato, con percepciones muy diferentes según quién cuenta la historia y solo viendo el todo (ese plano general) podremos saber la “verdad”. Y así ocurre en los sobrios pero intensos dos primeros actos, gracias sobre todo a su reparto principal (padre, madre e hijo) que entregan una interpretación donde lo que no se dice, las miradas y los silencios, sumado a un uso muy inteligente del primer plano y la tensión, acaban entregando memorables escenas de progresiva intensidad. Buen ejemplo de ello son las repetidas recogidas del padre al hijo y las secuencias en el interior del vehículo, que van aumentando en amenaza a medida que el metraje avanza. Dichas secuencias son un ejemplo del equilibrio de la cinta y el uso que hace de los puntos de vista, que van desde el niño al observador omnisciente y que son testigo de aquello que ocurre en los vacíos y silencios. Destacar al densidad emocional y tensión constante que aporta el actor Denis Menochet -el padre en el filme- que pasa del más flagrante patetismo a la intensa amenaza, en un mismo plano. 










Esa quirúrgica representación del maltrato, tanto de género como infantil y que tan buenos resultados da en esos dos primeros actos, cae presa del efectismo y polémicas decisiones formales, cuando Legrand reconvierte el relato en una suerte de thriller -en concreto la secuencia del cumpleaños de la hija de la pareja y sobre todo su clímax final- que aunque técnica y formalmente impecable, plantea dilemas morales, sobre todo cuando se compara con esa primera hora de metraje donde lo sutil y la escala de grises eran sus mejores bazas.

14 de abril de 2018

Hellboy de Mike Mignola: del homenaje lovecraftiano al universo con entidad propia






















Veinticuatro años han pasado desde que Mike Mignola diera a luz al que quizá es uno de los iconos más representativos del cómic de las últimas décadas. Hellboy comenzó su andadura -tras ser presentado en el número 21 de los Next Men de John Byrne en diciembre de 1993-, en una miniserie de cuatro ejemplares titulada Hellboy: Semilla de destrucción. Un primer acercamiento al personaje y a su fascinante mundo, donde Mignola, que nunca se había planteado escribir sus propias historias, tuvo la inestimable ayuda de John Byrne como guionista. Esta primera historia del personaje, de clara influencia lovecraftiana, aunque irregular en el aspecto narrativo, sirvió como eclosión y demostración del estilo Mignola, tras haber entregado obras gráficamente revolucionarias y atmosféricas en títulos como Batman: Gotham by Gaslight, Cosmic Oddisey o su adaptación del Drácula de Coppola para la editorial Topps. 






Tras esta miniserie introductoria, casi capítulo piloto de un serial por arrancar y donde se plasmó el tono y la esencia de la serie -un universo melancólico tan gótico como lovecraftiano entre la vigilia y el sueño, movido a ritmo de Kirby- Mignola se dedicó a ofrecer aquello que más le gustaba y que finalmente fue lo que acabó convirtiendo a Hellboy en una serie y un personaje con una no excesiva pero muy fiel base de seguidores: los relatos auto-conclusivos. Así, saltando en el tiempo y en la cronología de un personaje que había resuelto casos paranormales desde los años 40, Mignola ya sin el apoyo de John Byrne, entregó relatos tan conseguidos y que ampliaron los horizontes de su universo recién nacido, como, El cadáver, Baba Yaga o Casi un coloso. Estos relatos de corta extensión también le sirvieron al autor para desarrollar su incipiente talento como escritor y llevar al paroxismo su atractivo y único estilo visual. 






Ya entrenado y habiendo calentado con una sucesión de relatos cortos que hicieron las delicias de la crítica y de una cada vez mayor legión de seguidores, Mignola se atrevió a dar un paso hacia delante y plasmar aquello que tímidamente se había sugerido en Semilla de destrucción: el origen y el destino al que se dirigía Hellboy. Este fundamental punto de giro lo desarrolló en Despierta al demonio, la segunda historia larga del personaje y fundamental para el progreso de la mitología de la misma. Mucho más ambiciosa y superior que Semilla de destrucción, tanto en intenciones como en resultados, Despierta al demonio es la historia fundacional para entender no solo la evolución del personaje, sino también el florecimiento de un universo extremadamente personal, que se convertía por derecho propio en una línea editorial paralela y mucho más extensa de lo que podía abarcar por si solo Mike Mignola. 






El cambio de siglo -Despierta al demonio apareció en 1999- fue un proceso de cambios y miedos para el autor. Su amistad con el cineasta Guillermo del Toro y la introducción del autor en labores cinematográficas tales como los diseños de Atlantis: El mundo perdido -película de animación de Disney- o su labor en tareas de diseño en Blade 2 de del Toro y la próxima adaptación de este último de su querida criatura, paralizó en algunos aspectos el desarrollo del cómic original. El gusano conquistador fue, en el año 2001, el siguiente paso en la cada vez más épica y legendaria historia de un personaje que arrancó como modesto homenaje a los géneros adorados por Mignola, el pulp y el horror. La envergadura de una producción cinematográfica, hizo que Mignola se bloqueara en el desarrollo de la cada vez más ambiciosa historia y el proceso editorial para sacar adelante La isla y El tercer deseo, capítulos fundamentales en la progresión dramática y narrativa de la historia, le dieron más de un quebradero de cabeza al creador y a su editor, Scott Allie. La decisión que tomó Mignola fue difícil pero necesaria para que personaje y serie avanzaran: otros autores tomarían el legado gráfico de su querida creación. 






El primer elegido fue ni más ni menos que una leyenda viva de la historia del cómic, Richard Corben. El legendario dibujante de Den, se encargó de las tareas gráficas de varios relatos del personaje, sacando a Mignola y a Hellboy de su zona de confort. Los más destacados, El hombre torcido y Makoma. El primero de ellos, una historia de gótico americano que demostró que la entente formada por Mignola y Corben no desmerecía los relatos previos y aportaba una nueva mirada, igual de interesante y con sabores nuevos a lo realizado por Mignola como autor completo. Esto le dio confianza a Mignola para que otros dibujantes de primera línea como Scott Hampton o Kevin Nowlan aportaran su particular visión a una obra tan personal e intransferible sin que el resultado final desentonara. 






Pero si hay que hablar de un autor fundamental en la historia editorial y artística del personaje es Duncan Fegredo y la emocionante trilogía de historias compuestas por Darkness Falls, The Wild Hunt y The Storm and Fury. En esta trilogía, en principio propuesta al dibujante Lee Bermejo y que no llegó a buen puerto por diferencias creativas entre Mignola y Bermejo, Fegredo consigue una tarea que a priori podría parecer imposible: mantener su estilo propio pero integrándolo con el tono y ambientación made in Mignola. El resultado, las tres mejores historias de Hellboy, donde Mignola, liberado del miedo al trabajo de autor completo, entrega sus mejores historias, llevando hasta el infinito, los preceptos de un universo creado por él mismo. Donde en un principio solo había homenajes a Lovecraft, un aspecto gráfico atmosférico y breves relatos de alta calidad que parecían no tener relación entre si, la historia se acaba convirtiendo, en esta trilogía, en un compendio de tradiciones cristianas y nórdicas y cuentos y leyendas populares que engarzan a la perfección y donde los detalles acaban conformando un todo superior a todo lo realizado con anterioridad. Una historia que se devora por lo trágico y fatal del destino del personaje, pero que sigue maravillando en su equilibrio entre melancolía y epicidad kyrbiana, llegando a un capítulo final que bien podría ser el perfecto final para la historia de Hellboy. 






Pero Mignola tenía un regalo para sus fieles seguidores, Hellboy in Hell. Un epílogo majestuoso, tan bello como melancólico, donde el autor, tras varios relatos breves como autor completo, de nuevo coge las riendas de su creación en diez capítulos donde la tristeza, el horror y la belleza se dan la mano, en un final inclasificable, muy diferente a lo que el lector esperaría, pero tremendamente poderoso en su ambigüedad y belleza. Un relato que acepta con valentía pero también con tristeza que toda historia tiene que concluir, que no es necesario terminarla con estruendo y falsa ampulosidad, sino que remata a la manera de esas omnipresentes estatuas de lánguidas vírgenes católicas que se esconden y vigilan a lo largo y ancho del serial. Con las lágrimas y el dolor contenido de lo inevitable, con aceptación y resignación, termina la historia de una serie, un personaje y un autor, que al igual que Neil Gaiman y su Sandman, arrancó gracias al amor y a los homenajes a unas obras, autores y elementos muy concretos, para acabar convirtiéndose con el paso de los años, en universos, obras y personajes con vida propia y que han servido y servirán a futuros artistas, como punto de arranque para nuevos y prometedores universos de fantasía, tan honestos, sinceros y auténticos como este Hellboy.

10 de abril de 2018

Déjame Salir de Jordan Peele: Brillante sátira terrorífica sobre el "otro" racismo























Una de las grandes sorpresas del pasado año fue Déjame salir (Get Out, Jordan Peele, 2017), la ópera prima del actor, guionista y director Jordan Peele. Una producción modesta que se atreve a satirizar con el racismo inherente en la sociedad norteamericana, pero sin caer en los tópicos habituales y lanzando un dardo envenenado incluso a los en apariencia demócratas liberales que pueblan el país. Todo esto bajo la apariencia de una horror movie que es mucho más de lo que parece a simple vista, de idéntica manera que el hogar y la familia del sufrido afroamericano protagonista de la función. 






Con ecos de La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, George A. Romero, 1968) o La semilla del diablo (Rosemary's Baby, Roman Polanski, 1968), aderezado con toques de un episodio de la imprescindible Twilight Zone de Rod Serling -no es casual que el próximo proyecto de Peele sea traer de vuelta dicho serial a las audiencias del siglo XXI- Peele construye un artefacto que sabe perfectamente en que terrenos está jugando, hablando de tu a tu al espectador y sobre todo al aficionado al género, a través de un guión y sobre todo una puesta en escena que está medida y planificada a la perfección, donde la profundidad de campo, los primeros planos levemente deformados o los planos generales de escalofriante simetría no solo aportan más información que los aparentes diálogos banales de este grupo de yuppies liberales de la tercera edad, sino que crean una atmósfera con ecos que van desde Darren Aronofsky a Stanley Kubrick. 






Y si en los dos primeros actos, el suspense, la sutileza y los ecos -incluso a obras tan trash como el Society (1989) de Brian Yuzna- emergen de los poros de este inclasificable trabajo, con referencias incluso al humor de la mencionada cinta y la representación de lo que oculta la beatiful people, demostrando la ingente carga satírica que atesora la obra, en su tercer acto nos adentramos en los terrenos del gore, el slasher e incluso la ciencia ficción, donde Peele hace una apología del poder del hombre negro, representándolo incluso, en un giro que da la vuelta de nuevo a la percepción de la obra, con la mirada represora e ignorante de la alt-right adoradora de Trump. Porque si nuestro protagonista se refleja en la obra a través de la mirada distorsionada de unos vampíricos liberales, en el acto final se convierte en la bestia que proclaman y temen los radicales ultraderechistas que se niegan a desaparecer. Pero incluso ahí, Peele sabe reírse de nuevo de ellos, consiguiendo en sus minutos finales darle de nuevo la vuelta al memorable e ideológico final de la ya mencionada La noche de los muertos vivientes, demostrando que el 2017 ha dado a luz a un cineasta inteligente, mordaz y con una mirada diferente que sabe aunar como nadie el terror de género con la crítica social más ácida.

8 de abril de 2018

El Cuarto Mundo de Jack Kirby volumen 4: Accidentado final para una obra fundamental



















ECC finaliza su fabulosa reedición del trabajo más personal y accidentado del maestro Kirby con el cuarto volumen de su epopeya de El cuarto mundo. Un volumen que reúne el fragmentado proceso de publicación de un trabajo que fue herido de muerte por un público lector que no estaba todavía preparado para una obra transversal y que aun algo naive en su resultado global, pronosticaba el camino que otros autores como Grant Morrison llevarían a su paroxismo en las siguientes décadas. 






Este volumen final incluye los dos últimos ejemplares de Los nuevos dioses y Jóvenes eternos, donde lo abrupto de su finalización es aún más grave en los seis últimos ejemplares de Mr. Miracle, siendo doloroso comprobar como Kirby tiene que desechar todo aquello que tiene que ver con el Cuarto Mundo, al intentar convertir a Mr. Miracle y su elenco de secundarios en un trasunto de tebeo de superhéroes al uso, aunque es todavía capaz, en la boda de Big Barda y Scott Free, de traer de vuelta como coda final a los personajes principales de su odisea. 






Pero el accidentado camino no terminó a mediados de los 70, sino una década más tarde, concretamente entre los años 84 y 85. Gracias a una reedición del material perteneciente a Los nuevos dioses, Kirby consiguió darle un relativo final a lo expuesto en el undécimo ejemplar de Los nuevos dioses. Un capítulo final de doble duración, que reflejaba lo alejado que estaba ya Kirby de aquello que quería contar en la década de los 70, reintroduciendo su universo tan personal, en un planeta tierra donde los problemas y formas de pensamiento de la población y el propio Kirby ya no eran las mismas. 






Los problemas de salud que afectaban a Kirby, no ayudaban a que además el resultado gráfico estuviera a la altura de su glorioso legado. Lo mismo ocurrió en su acto final llamado Los perros hambrientos, el enfrentamiento definitivo entre Darkseid y Orion, una novela gráfica donde vemos a un autor más cansado y dubitativo en un medio que había cambiado mucho desde su salida. Una narrativa morosa y la necesidad de cerrar con broche de oro una saga que necesitaba todavía de un arco central, ya que las series originales no pasaban de ser un arco introductorio al vasto mundo salido de la imaginación del Rey, daban como resultado un tebeo en algunos pasajes ininteligible y de difícil lectura.

 
Pero la importancia y el valor de El cuarto mundo no se queda en su resultado final, sino en la fascinación que las partes provocan y siguen provocando en la imaginación de autores y aficionados que han llevado un paso más allá aquello que salió de la cabeza y el talento de un autor que iba veinte pasos por delante de autores e industria. Un canto a la libertad y a la imaginación que por primera vez podemos recopilar en cuatro bellos y muy completos volúmenes a la altura del material que atesoran en su interior.

5 de abril de 2018

Verano de una familia de Tokio de Yoji Yamada: Agradable aunque repetitivo regreso de la familia Hirata

Una variación musical es una composición que se caracteriza por contener un tema musicalizador que se imita en otros subtemas o variaciones, los cuales guardan el mismo patrón armónico del tema original, y cada parte se asocia una con la otra. Difieren entre ellas los patrones melódicos y el tempo de cada variación. El nuevo trabajo del director japonés Yoji Yamada, al igual que dos de sus trabajos anteriores -Una familia de Tokio (2013) y Maravillosa familia de Tokio (2016)- podrían inscribirse bajo esta definición musical. Por ello, no es casualidad que este nuevo largometraje sea una secuela que trae de vuelta a la familia Hirata, protagonista de Maravillosa Familia de Tokio, que a su vez fue la versión en clave de humor de Una Familia de Tokio, homenaje/remake actualizado de Cuentos de Tokio (1953) de Yasujiro Ozu, obra que podría considerarse el germen de estas tres variaciones.






Verano de una familia de Tokio continúa el tono de comedia de situación instaurado en su precursora, para continuar desarrollando las tan conflictivas como emotivas relaciones entre distintas generaciones de una misma familia en el Japón actual. Pero más allá de su deriva cómica, a través de una concepción del humor puramente japonés que en algunos momentos chocará con la percepción del mismo por parte del público occidental, Yoji Yamada, al igual que Yasujiro Ozu, trata con respeto y mucha seriedad el problema de la senectud y la falta de comprensión de la misma por las generaciones posteriores. 






De nuevo, a través de una puesta en escena heredera de Ozu -planos medios y generales, una perspectiva distanciada y a ras del suelo que demuestra el respeto a la intimidad de los observados- Yamada consigue emocionar con los pequeños momentos, los pequeños detalles de unos protagonistas falibles pero tremendamente humanos con los que el espectador puede utilizar como espejo de su propia vida y sus emociones -más allá de la diferencia cultural ya mencionada- donde la vejez y la perspectiva que da la muerte, le sirve para continuar diseccionando el Japón contemporáneo y las consecuencias que la crisis económica global ha provocado en el país nipón. 






Quizás podría achacarse al nuevo trabajo de Yamada la excesiva repetición de las variaciones creadas y la escasez de sorpresas que esta tercera entrega de la familia japonesa contemporánea aporta tras sus dos primeras entregas. Pero es tal la compenetración de su reparto, que aunque la cinta no sorprenda al igual que sus dos trabajos previos, es tan sincera y honesta la operación entregada y tan rica en su aproximación a las emociones y sentimientos humanos, que si el cineasta tuviera la intención de volver a traer de vuelta a la familia Hirata, volveremos a sentarnos para disfrutar de una serie y unos personajes que oscilan entre el drama y la comedia, de la misma manera que los seres humanos en la vida real.

4 de abril de 2018

Wildstorm: Michael Cray de Bryan Hill, Warren Ellis y N. Steven Harris. Expandiendo el Ellisverso






















Michael Cray, también conocido como Deathblow, fue un pequeño capricho de Jim Lee cuando arrancó su sello Wildstorm bajo la escudería Image a mediados de los años 90. Lee, hipnotizado por el trabajo de Frank Miller y sobre todo su Sin City, quiso homenajear al maestro con un tebeo que era todo estilo y escasa sustancia. Gráficamente fue un paso adelante para Jim Lee, que abandonaba su abigarrado estilo, herencia mal entendida del gran Katsuhiro Otomo, en un juego de luces y sombras y de adoración por el espacio negativo que se convirtió en uno de los tebeos más arriesgados de la recién nacida Image Comics y que también sirvió para que diera sus primeros pasos un prometedor Tim Sale, tras el abandono del título de un Jim Lee más centrado en cuestiones editoriales y burocráticas que artísticas. 






Tres décadas después, Warren Ellis le ha vuelto en colocar en primera línea a través de su The Wildstorm, la inteligente revisitación del universo creado por Jim Lee y Brandon Choi que se publica actualmente y del que este Michael Cray es su primer spin-off. El asesino con dilemas morales tuvo una participación fundamental en el primer arco de dicho The Wildstorm, para desaparecer del título tras abandonar I.O. y ponerse en manos de Christine Trellane. Es aquí donde nos lo encontramos en esta miniserie de doce ejemplares que ya ha alcanzado la media docena de ellos. 






El guionista Bryan Hill, basándose en una historia creada por el propio Warren Ellis, sigue el tono de su serie madre -realismo magnificado en un entorno de ciencia ficción- pero dando un paso más allá, convirtiendo este universo Wildstorm en una tierra paralela donde los héroes de DC Comics habitan en ella, pero reconvertidos en sus reversos tenebrosos. Así, Cray tiene que enfrentarse en esta primera media docena de ejemplares con Green Arrow, Flash y Aquaman, siendo este último la reinterpretación más interesante, en una mezcla de criatura de la laguna negra y Drácula que remite a los escalofriantes vampiros acuáticos de Alan Moore y su American Gothic en La cosa del pantano


En el apartado gráfico nos encontramos con un correcto N. Steven Harris, que intenta emular el grafismo sintético de Jon Davis Hunt en The Wildstorm, pero con un nivel menor de detalle y profundidad. Cierto es que la composición de página y el ritmo de Michael Cray es más dinámico y no se siente restringido a las nueve retículas por página -marca de la casa del The Wildstorm de Ellis y Hunt- y los arcos argumentales centrales se resuelven cada dos ejemplares. Pero si ya el arte de Hunt en los tres primeros ejemplares es correcto pero irregular en su acabado, la llegada de Larry Hama como encargado de los bocetos, le da un acabado algo amateur a un tebeo por otra parte muy interesante, sobre todo porque las portadas del legendario Denys Cowan hacen imaginar como mejoraría el producto final, con él en las páginas interiores. 






Pero si te encuentras entre aquellos que están disfrutando con la nueva visión de este universo por parte de Ellis, no puedes perderte esta serie paralela que, sin llegar a los niveles de excelencia de la serie madre, sirve para profundizar en el misterio de aquello que se encuentra en el interior de Cray, asombrar con sus irreverentes encarnaciones de la plana mayor del universo DC y la introducción del ocultista más famoso de la línea Vertigo en el arco global de la serie, promete una segunda media docena de ejemplares muy interesante.

3 de abril de 2018

Marea Humana de Ai Weiwei: Necesario y abrumador documento social






















Un plano cenital aéreo abre y cierra el extenso documental titulado Marea Humana, la nueva obra del polifacético artista y exiliado chino Ai Weiwei. Dicho plano, una lancha en medio del océano, sin puntos de anclaje y de salvamento, es la imagen perfecta para resumir este documental tan humano como desgarrador. Un trabajo que sin necesidad de efectismos gratuitos, consigue adentrar al espectador, resguardado en la comodidad y el confort de la sala cinematográfica, en la odisea de esperanza y sobre todo sufrimiento del sinfín de víctimas que emigran de sus países devastados por la codicia y la indiferencia occidental. 






Desde las costas de Lesbos a la franja de Gaza y de ahí al infierno sirio, pasando por la crisis de los Rohingyas y su exterminio étnico, hasta terminar en la frontera entre Estados Unidos y México y sin olvidar el drama sirio, Ai Weiwei, también un emigrante de China, su propio país, pone rostro, nombres y sobre todo humanidad a lo que los medios de (des)información han convertido no solo en números y rostros anónimos, sino que también han transformado de víctimas a verdugos, culpables de todos los males que asolan a una sociedad occidental culpable, en la gran mayoría de las ocasiones, de la situación de necesidad extrema de unas personas que necesitan dejarse oír. 






De los planos aéreos que convierten a las personas en hormigas atrapadas en un laberinto exacerbado por los medios de comunicación, Weiwei sitúa al espectador en la incómoda situación de encontrarnos con primeros planos de personas que hablan de tú a tú a un espectador que se revuelve incómodo en la butaca, al darse cuenta de que aquellos números, aquellas estadísticas que le han acabado insensibilizando, tienen nombre y un rostro, una vida y unas ilusiones, que han sido destruidas por la codicia y la apatía de un mundo que se ha hecho cada vez más pequeño, donde las fronteras se han diluido, pero que aún con todos esos factores de cambio, les hacen estar tan cerca pero cada vez más lejos. 






Y aunque su larga duración, casi dos horas y media, provoca en la cinta algunas arritmias estructurales y redundancias narrativas, la cinta deja un poso amargo pero necesario, en una sociedad occidental y un espectador que necesita abrir los ojos y dejar de ver a las víctimas creadas por la codicia del primer mundo como el enemigo invisible y convertirles en la prioridad de una sociedad tecnológicamente avanzada pero emocionalmente primitiva.

2 de abril de 2018

Ready Player One de Steven Spielberg: Emocionante pero vacía montaña rusa























Editada en el año 2011 y convertida en uno de los puntos fuertes de ese eterno revival de los años 80 que parece no querer desaparecer, la primera novela de Ernst Cline se convirtió en el libro de moda de una generación nacida entre los años 70 y 80 que, desilusionada por el mundo contemporáneo que le ha tocado vivir, abrazó con inocencia y candidez infantil este retorno a los lugares de confort que la cultura de los 80, en todas sus vertientes, edificó y construyó una edad infantil ya lejana. Tanto novela como adaptación cinematográfica, sitúa la acción en un futuro próximo donde los recursos naturales están ya completamente decimados. En consecuencia, a la humanidad no le queda más remedio que subsistir en un entorno de realidad virtual llamado Oasis, un espejismo dentro del “desierto de lo real”, donde lo que en un principio es un medio de subsistencia acaba convirtiéndose en una adicción donde lo virtual tiene mucho más peso que lo real. 






Tiene lógica que su adaptación a la pantalla grande fuera realizada por Steven Spielberg, creador de algunos de los mejores y más importantes sueños e iconos de esa década “maravillosa” de los años 80, volviendo en este trabajo a aquellos mundos y universos de fantasía que había tenido algo abandonados en los últimos tiempos, convertido en un director más interesado en lo real que en lo virtual. La duda era si Spielberg quería únicamente retrotraerse a una época supuestamente más inocente o introducir un discurso crítico dentro de una novela que aunque tenía un posicionamiento levemente crítico acerca de la nostalgia y las nuevas tecnologías, era en su globalidad un canto a una época que el recuerdo ha situado en un lugar más importante del que le corresponde. 






El resultado final es una obra que se disfruta igual que una buena montaña rusa, un frenético viaje sensorial, pero que deja un extraño vacío una vez la proyección y la experiencia ha terminado y el espectador intenta analizar aquello que ha experimentado, más que visionado. El motivo, que aunque Spielberg vuelve a demostrar su habilidad para el cine de entretenimiento, sobre todo en sus dos set pieces más impactantes -la carrera automovilística con ecos del Speed Racer de las hermanas Wachowski y la inmensa y perfectamente narrada batalla final- o su brillante homenaje a su maestro y amigo Stanley Kubrick, el resto del metraje se siente como una oportunidad perdida. Y esto es provocado por los cambios en la novela original, de los que Ernst Cline, junto al guionista Zak Penn es responsable. 






Cierto es que una carrera frenética con invitados estelares de primer orden es más cinematográfico que una aventura gráfica de primera generación que es lo que era el primer tercio de la novela original. Pero el ritmo frenético, los mil y un guiños con sus correspondientes “easter eggs”, los perfectos entornos y criaturas digitales, aportan en contra, un desarrollo excesivamente esquemático de nuestro protagonista y su equipo de héroes digitales a su pesar. A esto sumémosle un discurso que en su exterior es una apología de todos los excesos del cine y la cultura pop de la última década, mientras en su interior bulle una leve crítica auto-consciente acerca de los peligros de esconderse en lo virtual o imaginario, dejando lo real en un segundo plano, dando como resultado una obra que no se define por ninguno de los dos aspectos, convirtiéndola en una visión mejorada del Tron original y su tardía secuela, que intenta ahondar en el concepto de lo “real” y el totalitarismo corporativo de una manera más torpe que la ya mencionada Matrix o el Minority Report del propio Spielberg. 






En resumen, un trabajo disfrutable pero en absoluto excelente, provocado sobre todo por un muy convencional y previsible tercer acto, exacerbado por un Spielberg situado en una zona gris e indefinida, donde no se sabe bien si el autor abraza y aplaude lo digital y lo virtual o intenta a través de sus excesos, entregar una crítica tan opaca y velada sobre el estado actual del cine, la cultura y la sociedad actual, que acaba dando lugar a la confusión y a una posible mala interpretación.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...