30 de octubre de 2017

Imperio Secreto Mes 2: Reciclando conceptos de los últimos 10 años






































Con la publicación este mes de Octubre de la cuarta y quinta parte de Imperio Secreto, llegamos al ecuador de la saga. Una saga proveniente de la serie regular del Capitán América y que parecía iba a ser un soplo de aire fresco que nos iba a quitar el mal sabor de boca dejado por eventos previos, como por ejemplo Civil War 2.

Pero no ha sido así. Ya que tras un arranque espectacular en su número 0, los tres primeros capítulos de la miniserie nos trajeron de vuelta una infinidad de lugares comunes que empañaron el trabajo de Spencer hasta entonces, siendo el más grave, el descubrimiento demasiado inminente de que este Capitan América no es más que la manipulación del personaje por parte de un Cubo Cósmico.



Por lo tanto, los sentimientos de traición y engaño, y la losa que tendría que haber sido para la comunidad superheróica la transformación de Steve Rogers en fuerza del mal, con todo lo que conlleva, ha derivado de nuevo en un enfrentamiento entre dos facciones de héroes, en busca de fragmentos de un cubo cósmico que alterará la realidad hacia un lado u otro y que deja de lado las implicaciones emocionales del mismo.



Eso no quita para que Spencer entregue un par de números en líneas generales, superiores a los del mes pasado, destacando sobre todo esa inquietante y divertida cena improvisada por Ultrón Pym, que le sirve a Spencer para reírse de si mismo y de la deriva de héroes enfrentados explotada hasta la saciedad en la que se ha convertido la Marvel de los últimos 10 años, repitiendo una y otra vez el mismo chiste, quitándole toda la emoción y gracia al proceso.



Spencer sigue anticipando cliffhangers que no causan el impacto necesario, debido a unas ansias por anticiparlos, en concreto el final del cuarto ejemplar que se descubre en el quinto, pero sigue demostrando su buen hacer en aquellos fragmentos que devuelven a este crossover a los mejores momentos de su etapa al frente de Capi, como esa tensa conversación entre Steve y Henry McCoy, aunque de nuevo, Marvel sigue destrozando a nuestros mutantes favoritos en su representación y en las absurdas acciones de los mismos.



Gráficamente, tenemos de nuevo una ensalada mixta de artistas, algunos de la talla de Andrea Sorrentino o Rod Reis, que se les nota no han tenido el tiempo suficiente para entregar unas páginas a las que se las ve apresuradas, aunque demuestran la altura profesional de los mismos. No puedo decir lo mismo de Leinil Yu, un autor al que nunca le he pillado el punto, y menos cuando tiene que entregar páginas en tres días, como es el caso del cuarto ejemplar.



En definitiva, una demostración palpable de que Marvel necesita un renacimiento creativo y argumental, que esperemos sea ese Legacy, aunque este Imperio Secreto tenga en algunos momentos, breves destellos de genialidad, trístemente lapidado por las prisas y las injerencias editoriales de una Casa de las Ideas que inunda el mercado con historias "bigger than life" de las que ellos mismos no están ni siquiera convencidos.

28 de octubre de 2017

Del Neonomicón a Providence, del trabajo alimenticio a la obra total
























Es curioso como un trabajo que comenzó sirviendo solo para solucionar deudas impagadas, puede acabar convirtiéndose en un resumen de las inquietudes de toda una carrera. Algo así debe estar pensando Alan Moore al cerrar de manera cíclica el tercer volumen de Providence, su canto del cisne dentro de la reinterpretación del universo de Lovecraft, que realmente lleva haciendo desde el principio de su carrera.



Porque aunque su primer acercamiento directo a la obra de Lovecraft fuera en el año 1994 con el relato The Courtyard, adaptado posteriormente por Avatar Press en el año 2003, con guión adaptado de Antony Johnson y dibujos de Jacen Burrows, el universo del escritor nacido en Providence, a revoloteado alrededor de la obra de Moore desde sus orígenes, siendo claros ejemplos el parásito que anida en el pecho de Superman y que le hace vivir una realidad paralela en el relato "Para el Hombre que lo Tiene Todo", la criatura creada genéticamente por Ozymandias en Watchmen que da paso a un nuevo orden mundial en el climax de la obra fundacional del tebeo de superhéroes contemporáneo o su reinterpretación del terror clásico y de los tebeos de la editorial E.C. que fue su larga etapa al frente de La Cosa del Pantano, donde la América de los 80 es subyugada por todas aquellas cosas que no pueden ser nombradas.



Pero su inmersión absoluta en el universo puramente Lovecraftiano fue con la miniserie en cuatro partes llamada Neonomicón, publicada bajo el sello Avatar Press entre el año 2010 y 2011. Un trabajo puramente alimenticio en un principio para el escritor de Northampton, necesitado de una fuente de ingresos inmediata que le permitiera pagar una deuda con el fisco. En esta continuación de su relato The Courtyard, Moore, acompañado del dibujante con el que realizaría todo su ciclo Lovecraftiano, Jacen Burrows, entroncaría los conceptos del escritor en nuestro mundo contemporáneo, en un tebeo en apariencia de fácil consumo, donde Moore explotaría la casquería y la sexualidad implícita dentro de la obra del autor de "La Sombra Bajo Insmouth", para entregar un tebeo provocador y en apariencia menor dentro de su obra, que solo podría ser apreciado en toda su magnitud, con su precuela/secuela y gran trabajo del autor en los últimos 10 años, Providence.



Providence, una miniserie en 12 partes, publicada por Panini Comics en tres volúmenes recopilatorios en tapa dura, es posiblemente una de las grandes obras de la carrera de Moore. Un tebeo que aúna muchos de los conceptos diseminados a lo largo de más de 40 años de carrera, que es tan hermética como fascinante, tan magistral y abrumadora, como irregular en algunos pasajes.



Providence le sirve a Moore para situar en contexto lo acontecido en The Courtyard y Neonomicón, haciendo visible aquello que meramente era mencionado en dichos relatos, presentándonos a Robert Black, un periodista y pretendido escritor de finales de la segunda década del siglo XX ,que comienza a investigar el horror bajo la superficie del sueño americano, sirviéndole a Moore para desarrollar su tesis, no solo de la obra de Lovecraft, sino sobre la importancia de los mitos en la construcción de nuestra propia realidad y aunando toda la historia del pulp y su influencia en el siglo XX en un trabajo cuyo inicio y final se retroalimentan a si mismo, rematando la historia en el mismo punto cíclico, argumental y narrativamente, donde quedaba su clásico Watchmen.



Al igual que en Watchmen y posteriores obras como From Hell o La Liga de los Hombres Extraordinarios, Moore parcela su narración entre relato gráfico y relato literario, siendo este último, al igual que en los ejemplos anteriores, una manera de dar más información, profundidad y en algunos casos contraste, de aquello que hemos sido testigos en la narración gráfica. El problema, que el relato literario, una representación del diario de nuestro protagonista, Robert Black, es en algunos momentos excesivamente redundante con aquello que nos han mostrado previamente las imágenes.



Pero quitando ese exceso de ego propio de Moore, la experiencia de leer de manera continua Providence y sus relatos previos The Courtyard y Neonomicón -estos dos últimos recopilados también por Panini Comics en un volumen llamado Neonomicón- es abrumadora, fascinante e inmersiva, como la gran mayoría de las obras capitales de Alan Moore, obras que necesitan de un estado de ánimo especial, de una predisposición por parte del lector para adentrarse ante un trabajo que una sola lectura no es suficiente para asimilar todos los conceptos que Moore traslada a través de la estructura cerrada de una obra plasmada con acierto por un Jacen Burrows, que sin ser santo de mi devoción, entrega un más que estimable trabajo, sabiendo transmitir la sensación de tensión constante y mundos de otros mundos que Moore arroja a través de sus palabras.



En definitiva, una obra capital de Alan Moore, un trabajo que comenzó como un encargo y que Moore ha convertido en una de sus obras más personales. Un homenaje y reinterpretación de un autor capital de la historia de la ficción del siglo XX, que sirve, como todas las buenas obras de arte, para servir de reflejo del mundo en el que vivimos.

26 de octubre de 2017

La Librería de Isabel Coixet: La cultura como arma contra la mezquindad




















En un pequeño y en apariencia idílico pueblo de la Inglaterra de los años 50, una joven viuda decide iniciar su sueño, una librería. Lo que en principio parece un acto inocente, revolverá las entrañas de un pueblo pesquero que intentará por todos sus medios, destruir las esperanzas de su propietaria.

En estos tiempos oscuros en los que vivimos, donde el pensamiento totalitario y la cerrazón de miras son directamente proporcionales al escaso interés por la cultura, el mensaje que nos transmite Coixet en su último largometraje, adaptación de la novela de Penelope Fitzgerald, está más vigente que nunca.



Porque La Librería nos habla de los sueños, de las ilusiones, de la apertura de mente, todo ello gracias a la literatura, un espacio, como el de todas las artes, que enriquecen nuestra vida, nuestra manera de pensar y que nos hacen evolucionar como individuos y que nos evitan ser absorbidos por el pensamiento unitario y embrutecedor.

Es por ello que destacan dentro de un conjunto de personajes, que van de la burguesía provinciana mezquina y mediocre, hasta una clase trabajadora que prefiere no tomar partido y convertirse en una minoría silenciosa, que permite con su inacción el castigo de los inocentes, dos figuras, interpretadas por Emily Mortimer y Bill Nighy, que prefieren vivir una vida solitaria, protegidos por su pasión, que interactuar con una masa de población, en apariencia inofensiva, pero cuya media sonrisa oculta las peores intenciones.



Acompañada por una voz en off pausada y discursiva, que trae al recuerdo la narración de otra gran adaptación literaria, La Edad de la Inocencia de Martin Scorsese, Coixet brilla en los momentos íntimos entre personajes, como el encuentro entre los personajes de Blunt y Nighy, o la bella relación entre Mortimer y el gran descubrimiento de la obra, la actriz Honor Kneafsey, que se convierte en el alma de una obra y una población, el último halo de esperanza de un pueblo extrapolable al mundo entero, donde el cinismo y la mezquindad triunfa y pisotea a aquellos seres puros que viven en su propio sub-universo.

La propensión de Coixet, en ocasiones tendente al spot o al videoclip, queda reducido a unos pocos planos, que no ensombrecen una obra sencilla, honesta y profundamente devastadora, que deja un pequeño poso de amargura, que contrasta con su bella puesta en escena.



Un canto a la libertad de pensamiento, al poder de la individualidad frente al pensamiento adocenado, reflejado en la obra a través de dos novelas tan polémicas como fundamentales como Farenheit 451 y Lolita, que al igual que la anteriormente mencionada La Edad de la Inocencia, desvela, tras su elegante y brillante factura, un discurso pesimista sobre la naturaleza global del ser humano.

24 de octubre de 2017

Thor de J. Michael Straczynski, Olivier Coipiel y Marco Djurdjevic: Promesas incumplidas






















J. Michael Straczynski entró como un torbellino en la industria del cómic americano en el año 1999 con Rising Stars, un distópico tebeo de superhéroes con las mismas intenciones y ambiciones del Watchmen de Moore y Gibbons, pero que quedó lastrado por una periodicidad más que irregular y un equipo artístico que no embellecía, sino que empobrecía el trabajo del guionista.

Pero este tebeo y su labor al frente de Babylon 5, un serial de ciencia ficción que se convirtió en objeto de culto, le dio pie a saltar de la editorial Top Cow, propiedad del dibujante Marc Silvestri y entrar por todo lo alto en la arriesgada Marvel de principios del siglo XXI, para renovar a su personaje icónico, Spiderman y devolverle la relevancia y la calidad perdida, tras más de una década de intentos y trucos de salón rematados por autores irregulares e irrelevantes.



A partir de ahí, y tras una prometedor inicio de una etapa que se alargó en demasía, el creador de Babylon 5 se convirtió, junto a Brian Michael Bendis y Mark Millar, en el guionista mimado de Marvel. Pero mientras los anteriormente mencionados autores le entregaron a la Marvel de la pasada década, algunos de sus títulos más memorables y exitosos, Straczynski les comenzó a dar más problemas que alegrías -su aperiódica y finalmente inconclusa Supreme Power junto a Gary Frank, que en el fondo era un remedo de su trabajo en Rising Stars.

Pero Marvel seguía confiando en él, y el autor fue el encargado de renovar la figura de un Dios del Trueno que estaba en el limbo de la muerte Marvel, tras etapas que no habían conseguido, a lo largo de más de dos décadas, dejar el poso que el Thor de Simonson había conseguido a mediados de los años 80.



Straczynski, acompañado en los inicios del suave, limpio, pero también poderoso trazo de Olivier Coipiel, consiguió mantener la periodicidad a lo largo de los seis primeros meses, con una construcción lenta pero original y efectiva del nuevo statu quo del hijo de Odín, al que trajo de la muerte, le volvió a reunir con su alter ego humano Donald Blake, devolviendo a la vida a Asgard, con el pequeño detalle de introducirlo dentro de un pequeño pueblo de Oklahoma.

Los ingredientes eran buenos, la idea atrevida y arriesgada, daba pie a una etapa que aunque podía parecer que no iba a ninguna parte, tenía los ingredientes para convertirse en un punto y aparte dentro de la historia del personaje, donde los pequeños detalles, como el regreso de Donald Blake y el intento de recuperar la relación con Jane Foster, la nueva encarnación de Loki, las diferencias entre un humilde pueblo y los dioses de Asgard y sobre todo el panorama post-Civil War donde Thor había sido usado de manera atroz por un Tony Stark cegado, daban pie al guionista para armar una larga y definitoria etapa.



El problema, que los pequeños detalles se quedan en eso, en pequeños detalles. La trama principal, de nuevo es un ardid de Loki para tomar el poder de Asgard, con la originalidad de viajar en el tiempo para crear una paradoja temporal, pero que queda vulgarizado por un final de etapa precipitada y anticlimático, donde el lector no tiene una sensación de fin de fiesta, sino que el autor aparenta haber abandonado el barco precipitadamente, dejando a otro capitán que solucione los mil y un cabos abiertos que ha dejado, no solo sin cerrar, sino muchas veces sin desarrollar.

También le hace flaco favor al conjunto de la etapa, la sustitución en muchos de los ejemplares del artista Olivier Coipiel por Marco Djurdjevic, ilustrador que funciona mucho mejor como portadista e ilustrador de fantasía heróica, al estilo Earl Norem, Joe Jusko o Gabrielle del Otto, que como narrador gráfico, sobre todo si su estilo es dinamitado por el entintado de Danni Miki o Mark Morales, o el color digital de Paul Mounts o Laura Martin.



También es cierto, que aunque el tebeo deja una sensación agridulce en su conjunto, también tiene pequeños momentos memorables, como la reunión entre Thor y Iron Man, el homenaje del Dios del Trueno al Capitán América fallecido, la reinterpretación y primera aparición de Hela o el pequeño pero entrañable reparto de secundarios que conforman el pueblo de Oklahoma.

Pero si el conjunto falla, los pequeños detalles no pueden salvar el global de una obra. Straczynski deja para la posteridad 17 ejemplares, que sirvieron para abrir los ojos a la editorial de que Thor era un personaje que podía salir de la alargada sombra de Simonson, como puede demostrar ahora sí, la imprescindible etapa de Jason Aaron al frente del personaje, la cual si que puede mirar perfectamente a los ojos a la laureada etapa Simonson.

22 de octubre de 2017

All Star Batman: El Primer Aliado de Scott Snyder y Rafael Albuquerque. Forzando retrocontinuidades






















Alterar el pasado de personajes con orígenes muy bien establecidos, reinterpretados de mil y una maneras, en ocasiones de manera excelente y con más de 70 años de historia, no está al alcance de todo el mundo. En los últimos diez años, y sin salirnos del personaje que nos ocupa, dos autores lo han conseguido con creces, de manera muy diferente y desde ópticas muy distintas. Los autores, Grant Morrison y Tom King.



Mientras Morrison supo aunar en una etapa inclasificable, los preceptos del Batman de los años 50 de autores como Sheldon Moldoff con el Bondiano Batman de principios de los 70 de Denny O'Neill y Neal Adams, aportando de su cosecha personajes tan memorables como Damian y unas gotas de locura marca de la casa, Tom King, apoyándose en los trabajos de los últimos 25 años de historia del personaje, ha sabido reinterpretar sin contradecir al personaje, ahondando más en su psique, que en los acontecimientos externos que ocurrían a su alrededor.



No es ese el caso de Scott Snyder, un guionista más que competente, que aunque tuvo unos inicios prometedores, sobre todo con American Vampire y su primera aproximación a Batman en Detective Comics, en cuanto alcanzó las mieles del éxito en su sobrevalorada etapa junto a Greg Capullo en la serie principal del Caballero Oscuro, comenzó una espiral de ataques a la retrocontinuidad, tan fastuosas como unos fuegos artificiales, pero tan vacías como el agujero de un donut, en sagas tan famosas como La Noche de los Buhos, La Muerte de la Familia, Año Cero o esta saga que nos ocupa, El Primer Aliado, con la que cierra su estancia al frente de Batman, al menos de manera regular.



Curiosamente, esta última historia de su etapa al frente de Batman, le vuelve a reunir con Rafael Albuquerque, el excelente dibujante que le acompañó en la que considero su mejor trabajo hasta la fecha, la ya mencionada American Vampire. Y hay que reconocer que el trabajo gráfico de Albuquerque en este Primer Aliado, no decepciona a sus seguidores, demostrando de nuevo el dibujante, que es un maestro narrativamente, sabiendo equilibrar dinamismo e intimidad, apoyado en su arte atmosférico.



El problema viene derivado de nuevo por esa necesidad imperiosa de Snyder en intentar reescribir la historia de Batman a base de golpes de efecto que chirrían absolutamente con lo construido por la gran cantidad de autores que han ido construyendo la historia del personaje, tras más de 75 años.



En esta ocasión, el personaje desdibujado es nuestro querido Alfred Pennyworth, el famoso mayordomo y confidente de Bruce Wayne que se convirtió primero en la figura paterna de este, tras el asesinato de sus padres y posteriormente su aliado más destacado en su lucha contra el crimen. Aquí, Snyder pretende hacernos creer, que Alfred no solo fue un soldado del ejército británico en su pasado previo a vivir en la mansión Wayne, como hemos visto en otras aproximaciones al personaje, sino que obvia su pasado como actor de teatro de Shakespeare, con lo que hizo maravillas Neil Gaiman en la trágica y desgarradora historia "¿Qué le Ocurrió al Cruzado de la Capa?" y para rizar el rizo, le convierte en un trasunto de agente secreto altamente cualificado y espejo de la obsesión de Bruce Wayne.



Esa perversión del personaje y los trucos de magia pedestres, lapidan un tebeo que por otra parte, demuestra que Snyder sabe contar una historia, con un buen ritmo, por lo menos al principio de sus relatos, que acaban hundiéndose en el fango del absurdo y el sopor, por esos trucos y esa intención/obsesión de epatar al personal con fuegos de artificio ya demasiado manidos por el mismo, a lo largo de su ya agotada etapa al frente del personaje.



En definitiva, un tebeo que falla argumentalmente más que narrativamente, otro intento de brillar con materiales defectuosos de un Scott Snyder que necesita como agua de Mayo, alejarse lo más posible del personaje más famoso del medio, para volver a intentar demostrar la frescura que tuvo en sus orígenes, demostrando que la sencillez y la humildad son mejores aliados que la ambición sin control.

20 de octubre de 2017

Batman: La Guerra de las Bromas y los Acertijos de Tom King, Mikel Janín y Clay Mann: Deconstruyendo a los villanos de Gotham y a Batman en el proceso




















Como ya hiciera Scott Snyder en su etapa al frente del Hombre Murciélago, con la excesivamente descomprimida Batman Año Cero, Tom King, tras la sorprendente proposición de Batman a Catwoman, hace un viaje al pasado del personaje, en concreto al comienzo de su segundo año como vigilante enmascarado, para deconstruir el panteón de villanos del Cruzado de la Capa, con especial atención a El Joker y El Riddler.



Siendo la saga más ambiciosa de Tom King hasta la fecha -ocho ejemplares, donde seis concretamente corresponden a la historia principal, realizados al alimón por King y Janín, más dos interludios centrados en la figura de Kite Man, ilustrados con destreza por Clay Mann- el miedo a un tropezón, teniendo como referente el Año Cero de Snyder que propició el comienzo de la caída de calidad de este al frente de Batman, estaba justificado.



Nada más lejos de la realidad. Tom King consigue de nuevo superarse a si mismo, en una inteligente y ambiciosa saga que se adentra en la psique de dos villanos tan emblemáticos como el Joker y el Riddler, deconstruyendo su personalidad y todo lo que los lectores sabemos de ellos, tras más de siete décadas, volviendo a conseguir que parezcan nuevos y frescos, falibles y patéticos, peligrosos y sanguinarios, destacando la amenazadora presencia de un inteligentísimo Edward Nigma, verdadera revelación de la saga y un patético y melancólico Joker, convertido, nunca mejor dicho, en una broma de si mismo.



La vuelta al pasado es propiciado a través de la figura de un narrador que no es nada menos que el propio Hombre Murciélago, que le narra a su prometida, Selina Kyle, una vivencia de los inicios de su carrera, de la que ambos formaron parte, pero en la que Bruce hizo algo que le lleva carcomiendo desde entonces.



King plasma una inhumanizada pero a su vez colorida Gotham City, donde el disfrute de un buen tebeo de superhéroes no lastra que la obra profundice en la psique de unos personajes que van de lo patético a lo lastimero, como esa oda a los villanos de tercera encarnado en la figura de Kite Man, o que el propio King introduzca una serie de easter eggs a lo largo y ancho de la saga y que solo descubrirán los verdaderos seguidores de los dos Batman de Burton y el primer Batman de Schumacher.



Incontables escenas pasan desde ya a la galería de mejores momentos de la historia del Caballero Oscuro, como ese siniestro inicio en el club de stand up comedy "regentado" por el Joker, pasando por el trágico destino del hijo de Kite Man, la surrealista y brillante escena en la mansión Wayne correspondiente a la totalidad de la cuarta parte del relato o ese emotivo epílogo entre Bruce y Selina, reafirmando los sentimientos entre dos almas resquebrajadas necesitadas de redención.



En definitiva, otra magistral historia de Batman narrada por Tom King e ilustrada por Mikel Janín, donde ambos autores arriesgan con estructuras y composiciones como esas dobles splash pages que pasan de una página a otra como si fueran el rollo de una película en contraposición con páginas compuestas en múltilples viñetas que aceleran o reducen el ritmo de la narración con maestría, consiguiendo devolver la frescura a un héroe, unos villanos y una ciudad que necesitaban renovarse sin perder su esencia y espíritu por el camino.

18 de octubre de 2017

Wonder Woman de George Perez 1(de 2): El origen definitivo de Diana de Themyscira






















En 1987, tras unas Crisis en Tierras Infinitas y tras renovar a sus dos grandes iconos, Superman y Batman, de las manos, respectivamente de John Byrne y Frank Miller, DC Comics decidió que ya era hora de tratar como se merecía al tercer icono de la editorial, casi tan famosa como sus partenaires masculinos, pero mucho peor tratada en sus vidas en papel.

El autor encomendado a dicha tarea fue el popular George Perez, que aunque había llamado la atención en Marvel Comics, sobre todo realizando a Los Vengadores, se ganó el favor del público y la crítica especializada, con dos trabajos emblemáticos en DC Comics, Los Nuevos Titanes y sobre todo, Crisis en Tierras Infinitas, ambas en colaboración con el guionista Marv Wolfman.



Perez, cuyo arte había destacado y le había convertido en un fan favourite, por su extremado y cuidado clasicismo y por un gusto por el detalle y la acumulación de personajes y entornos en sus viñetas sin perder un ápice de claridad expositiva, se encontró aquí con su mayor desafío hasta la fecha: hacer relevante un personaje que nunca había conseguido destacar más allá de su iconicidad y convertirlo en un título que generara la misma sensación de contemporaneidad y modernidad que habían conseguido los trabajos de Byrne y Miller.

El autor, conocedor de su falta de experiencia como guionista, se sirvió de la ayuda del semi-desconocido guionista Greg Potter (Jem Hija de Saturno) en los dos primeros números de esta nueva serie regular y del veterano y más que competente guionista Len Wein a partir del tercer ejemplar, para desarrollar el rico e interesante entorno mitológico en el que estaba entroncado la creación de William Moulton Marston y que nunca había sido suficientemente explotado, un poco al estilo de lo que hizo Walter Simonson, pocos años antes con Thor el Dios del Trueno.



Tras un memorable primer ejemplar de orígenes, donde Perez y Patterson se acercaron a los orígenes de Diana de Themyscira y sus hermanas amazonas desde un punto feminista y atrevido, donde el abuso sexual hacia las mujeres se puso en primer plano en un tebeo generalista a mediados de los años 80, Perez y asociados, desarrollaron en los primeros 14 ejemplares de su etapa -recopilados en un primer volumen de dos por ECC Ediciones, llamado Wonder Woman-La Mujer Maravilla Grandes Autores de Wonder Woman George Perez- una versión que podríamos considerar definitiva del personaje, donde el entorno mitológico y la mirada femenina se hicieron preponderante.

A través de dos grandes sagas, la primera dedicada a Ares y que ocupa los primeros seis ejemplares de la colección y la segunda "El Desafío de los Dioses", más un interludio de dos episodios para presentar renovada a una villana clásica del personaje como es Barbara Minerva, alias Cheeta, George Perez consiguió redondear casi perfectamente una historia en catorce partes, que ahondaba en el origen mitológico de Diana y su importancia para el mundo moderno, renovando sorprendentemente su relación con Steve Trevor, su amor desde los tiempos de Marston y reinterpretando tanto conceptual como gráficamente el panteón de dioses griegos, sobre todo a un imponente Ares, consiguiendo que una nueva generación de lectores, descubriera un rico y profundo universo, cuyo origen provenía de las historias clásicas y no de un universo comiquero compartido.



De personaje unidimensional y de escaso background, Diana se convirtió en epítome de la inocencia y el feminismo, un halo de luz que podría guiar tanto a una humanidad pesimista y cínica, como a un mundo de las viñetas inundado por aquel entonces de una oscuridad fruto de los estertores de una guerra fría que parecía no tener fin.

Cierto es que el tebeo no es perfecto, comenzando con el brillante trabajo gráfico de Perez en los primeros seis ejemplares y que luego baja de calidad, sin ser en ningún momento deficiente, motivado por un exceso de trabajo que hace que el entintador Bruce Patterson, tenga mayor responsabilidad a medida que pasan los ejemplares del acabado gráfico final de la obra y terminando con una resolución de los abusos sexuales de Hercules hacia las amazonas, que leído de nuevo, se hace difícil de aceptar.



Pero son pequeños detalles de una pequeña gran obra que quizás no pasará a los anales del medio como sus contemporáneas The Dark Knight o Watchmen, pero que si que es una excelente muestra de un tebeo de superhéroes clásico y convencional, que dentro de sus ajustados márgenes se atreve a ir un paso más allá y tratar temas que cualquier sociedad moderna y avanzada debe poner sobre la mesa, eso sí, adornado con aventuras, magia y fantasía que todo buen tebeo de superhéroes debe tener.

11 de octubre de 2017

Hellblazer de Andy Diggle: Corta pero intensa etapa del detective de lo oculto






















Tras 230 ejemplares, casi dos décadas de publicación ininterrumpida y una caterva de autores tan interesantes como Jamie Delano, Garth Ennis, Neil Gaiman, Mike Carey o Brian Azzarello, ¿qué más se podía contar del detective de lo paranormal más irreverente de la historia del cómic? Andy Diggle tenía una respuesta.



Y eso que Andy Diggle nunca ha sido santo de mi devoción, ya que nada de lo que había leído anteriormente me había llamado la atención, entre la indiferencia de su The Losers junto al dibujante Jock o la absoluta decepción del primer arco argumental de la serie del Hombre Murciélago que iba a sustituir a la legendaria Legends of The Dark Knight, llamada Batman Confidential y que inauguró Diggle junto al horroroso Whilce Portaccio.



Pero sus 20 ejemplares al frente de la cabecera de Hellblazer me ha hecho callarme mis palabras y como ya me ocurrió con la etapa de Mike Carey, darme cuenta que este Hellblazer es uno de las interpretaciones más puras de la creación de Alan Moore.



Diggle, apoyado por el trabajo de un soberbio y atmosférico Leonardo Manco en la gran parte de su etapa, consigue devolver al serial ese tono malsano y sucio que tenía el trabajo original de Jamie Delano antes de que le diera por el New Age y cerrar varias tramas abiertas y pequeños detalles que habían ido diseminando todos los autores previos que habían pasado por la historia del personaje.



Y a través de seis arcos argumentales que desarrollan una historia central, más un par de episodios autoconclusivos, sumado a un fill-in de auténtico lujo formado por Jason Aaron y Sean Murphy, este volumen de casi 500 páginas se deja leer con sumo agrado, provocando, asustando y dejando un poso en el lector como solo los mejores trabajos pueden dejar.

9 de octubre de 2017

Blade Runner 2049 de Dennis Villeneuve: Podemos seguir soñando con ovejas eléctricas






















En un panorama cinematográfico donde las secuelas, precuelas y reinterpretaciones de material están a la orden del día y donde la gran mayoría de las veces, el producto entregado palidece o es meramente una manera de exprimir de manera burda, títulos que han quedado en el inconsciente fílmico de los cinéfilos, la llegada de esta nueva aproximación a la adaptación del clásico cyberpunk basado en el relato de Philip K. Dick, "Sueñan los androides con ovejas eléctricas", es un verdadero milagro y un regalo para los fans de una obra original cuya calidad y sofisticación no ha hecho más que crecer en los 35 años que han pasado desde que se estrenó en el verano de 1982.



De los artífices de la película original solo quedan un Harrison Ford que demuestra tras mucho tiempo de cínicas elecciones, es capaz de volver a insuflar vida y nuevos matices a uno de sus personajes más icónicos, Philip Deckard y William Hampton, el guionista original de la obra de 1982, antes de ser sustituido en una de las mil reescrituras del guión por David Webb Peoples.



Ridley Scott abandonó la dirección de esta secuela -gracias a dios- para entregársela al canadiense Dennis Villeneuve, uno de los mayores talentos de la cinematografía actual, recién salido de una obra de ciencia ficción que es ya uno de las obras imprescindibles contemporáneas, La Llegada, sin olvidar trabajos tan destacados como Prisioneros o Enemy.



La sensibilidad mostrada por Villeneuve en sus obras posteriores, más su habilidad para impregnar de una atmósfera inquietante, a la par que hermosa, su obra, le hacía un candidato excepcional para continuar el legado de una obra tan grande y tan importante, que cualquier director temería acercarse a ella.



Pero Villeneuve consigue tanto honrar y continuar el tono, la atmósfera y el estilo que Scott plasmó en el año 1982, cambiando la percepción de la ciencia ficción cinematográfica a partir de entonces, e influyendo a varias generaciones de cineastas y aficionados en el proceso, sin perder las señas de identidad que le convierten en un autor, consiguiendo entregar una cinta fascinante tanto visual como temáticamente, de ritmo pausado pero subyugante, donde sus más de dos horas y media de duración se harán cortas para todo aquel que vuelva a enamorarse de ese futuro distópicamente bello.



Ampliando y planteando nuevos conceptos a un material de por si tan rico, este Blade Runner 2049 entrega dos primeros actos inmaculados, donde el desarrollo de la historia y de nuestro protagonista, un impecable y parco Ryan Gosling, van introduciendo al espectador en el rico universo de K. Dick, y donde Villeneuve continua los temas planteados por el original de Scott, pero sin olvidar sus propios intereses y motivaciones.



Y que decir del apartado técnico y visual del largometraje. Una maravilla, realzada por el sobrenatural trabajo de Roger Deakins como director de fotografía, donde los tonos azules del original dejan paso a una atmósfera de color ocre que refleja el fin de la civilización tal y como la conocemos, plasmando el fin del mundo más bello jamás rodado. Esto, acompañado por un score de Zimmer y Wallfisch que sabe continuar el legado de Vangelis pero donde Zimmer sigue impregnando el ambiente sonoro del filme de su personalidad. Súmale a esto un diseño de producción cuidado y original, más unos efectos visuales de primer orden y tenemos la experiencia audiovisual más fastuosa en mucho, mucho tiempo.



Quizás el libreto de Hampton y Green no consigue rematar las fascinantes tramas y conceptos apasionantes que nos son mostrados en los dos primeros actos, en un acto final que se resuelve a lo mejor con una premura que desconcierta tras dos actos que sabían tomarse su tiempo y que se dejaban paladear como solo se paladean los grandes manjares. Pero es un pequeño pero a una experiencia hipnótica, inteligente y tan diferente a lo que estamos acostumbrados dentro del terreno de los blockbusters hollywodienses, como lo fue la obra original en 1982.



En definitiva, una magnífica continuación del clásico de Ridley Scott, que no defraudará ni por asomo a los amantes de la obra original y donde la ambición de la obra original vuelve a demostrarse en un trabajo que Villeneuve ha sabido hacer suyo, consiguiendo algo muy complicado, honrar una obra tan reverenciada, sin perder sus señas de identidad, entregando una película que plantea nuevos conceptos, desarrolla los heredados y deja de nuevo al espectador con la misma ambiguedad y preguntas apasionantes que la obra original consiguió hace 35 años.
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