22 de febrero de 2019

La importancia de la Doom Patrol de Grant Morrison






















El final de la década de los 80 coincidió con la llegada de la segunda oleada de autores británicos al territorio del comic book americano. Autores como Peter Milligan, Neil Gaiman, Jamie Delano y por supuesto, Grant Morrison, entraron al mercado americano de la mano de Karen Berger, para continuar una revolución iniciada por Alan Moore y que cambiaría para siempre el panorama del tebeo de superhéroes norteamericano. Grant Morrison aterrizó en DC Comics con tres proyectos muy diferentes entre si, pero que servirían no solo para presentar en sociedad internacional al autor más atrevido de la nueva hornada de autores que romperían el medio, sino para preconizar unas ondas expansivas que alcanzarían a la industria, incluso hasta la actualidad. 

Esas tres obras fueron las siguientes: Batman Arkham Asylum (1989), novela gráfica en la que le acompañaba un pletórico Dave McKean y que fue la primera aproximación de Grant Morrison a la figura del señor de la noche, a través de un relato de terror gótico orgánico, introspectivo y pesadillesco que no pudo ser llevado hasta las últimas consecuencias que pretendía el guionista, por censuras editoriales. En segundo lugar Animal Man (1988-90), la primera de las revisitaciones del escocés a sus amados tebeos de la Silver Age y que redefiniría como nadie, tanto anterior como posteriormente, la frágil membrana que separa la delgada línea entre ficción y realidad. Un trabajo de estructura y conceptualización brillante y que sigue siendo el tebeo más accesible del autor para adentrarse en su particular universo, capaz de poner de acuerdo tanto a los incondicionales del autor, como a aquellos lectores más conservadores y menos atraídos por los excesos del escocés.

El tercer proyecto que aparecería poco después del inicio de su etapa al frente de Animal Man y Arkham Asylum fue su reinterpretación de la Doom Patrol o Patrulla Condenada, un tebeo, al igual que Animal Man, aparecido en la Silver Age y creado por el guionista Arnold Drake y el dibujante Bruno Premiani. Un equipo de misfits, de outsiders alejados y marginados de la sociedad debido a accidentes o mutaciones que les separaban de lo normativo y que coincidiría en el tiempo con dos tebeos de la recién nacida Marvel Comics, La Patrulla X (1963) y Los 4 Fantásticos (1961). Tebeos, donde el primero introducía también el amor y la defensa por el diferente y el segundo, el concepto de familia disfuncional, donde el Robotman de la Doom Patrol y La Cosa de los 4F coincidirían emocionalmente, a través de su dolor cuasi shakesperiano al estar ambos atrapados en cuerpos que no les pertenecían. 

Esa condición “fuera de norma” es lo que atrajo en un primer momento a Grant Morrison, que fue reclutado por DC Comics para revolucionar un serial y unos personajes que tras Crisis en Tierras Infinitas (1985-86) había sido retconeado por Paul Kupperberg junto al dibujante Steve Lightle y poco después con un primerizo Erik Larsen, sin que hubiera llamado mucho la atención, ni del público, ni la crítica especializada. Grant Morrison tenía carta blanca y libertad absoluta para reconstruir y redefinir a unos personajes que habían sido olvidados y enterrados por sus émulos de los 60, una Patrulla X, que en manos de Chris Claremont, se habían convertido en las estrellas y símbolo de los misfits de los 80. Una Patrulla X que el propio Grant Morrison, en entrevistas concedidas en dicha época, criticaba por la falta de frescura y riesgo que había acabado destilando el serial, convertido en una máquina de hacer dinero y que el escocés consideraba que debía haber terminado tras la saga “Días del Futuro Pasado”, canto del cisne de la mejor época del serial, obra de Chris Claremont y John Byrne






Morrison llevó a la Patrulla Condenada, a lo largo de una etapa que duraría cuatro años, a cotas jamás imaginadas por un tebeo de superhéroes. Si Animal Man era una oda, homenaje y ensayo teórico acerca de los límites de la ficción en general y del medio del cómic en particular, casi un arte místico que permitía abrir fronteras entre mundos y dimensiones, en la Doom Patrol hace lo mismo, pero reflejándose e inspirándose en el arte de las vanguardias, en especial el surrealismo, el dadaísmo y el futurismo. Este último en concreto es homenajeado en la primera página de su etapa -casi una declaración de principios- concretamente en la reproducción del accidente que convertía a Cliff Steele en Robotman. Una página compuesta por nueve viñetas, donde el movimiento cinético, el dinamismo, la velocidad representada a partir de líneas diagonales y el amor por las máquinas, reproducían con las formas del arte secuencial, los preceptos del arte futurista y definían perfectamente aquello que el escocés pretendía integrar al lenguaje y al universo de las viñetas. 

Dicha revolución en las viñetas fue introducida por el autor de Los Invisibles de manera gradual, de la misma manera que lo hiciera en Animal Man. Si Animal Man arrrancaba como una revisitación de un personaje de los años 60 con la mentalidad posmoderna y con conciencia ecológica de finales de los 80, para acabar convirtiéndose en un ensayo acerca del concepto de realidad y creación, la Doom Patrol se iniciaba como una recreación cercana a los trabajos de reconstrucción iniciados por Alan Moore en dicha década con La Cosa del Pantano. Pero donde Moore destacaba por el desarrollo de estructuras narrativas férreas, el tebeo de Morrison destacaba por un mirar hacia delante donde la locura que impregnaban sus relatos, iban parejos al atrevimiento de Morrison para convertir un tebeo de superhéroes conservador en una oda a la imaginación, a la revolución (ya fuera mental, política, social, sexual o de género) que serviría además como campo de pruebas para su obra magna, Los Invisibles. No es casual que los personajes más relevantes de la larga etapa - cuatro años de historias en 44 ejemplares desde diciembre de 1988 hasta noviembre de 1992- fueran un veterano del serial, Larry Trainor AKA Negative Man, que ya en su primer ejemplar era transformado en un ser omnigenérico y multirracial, que rompía y se elevaba de su prisión carnal, que Morrison aprovechaba para desarrollar un discurso acerca de las limitaciones impuestas por una sociedad temerosa de todo aquello que amenazara el sofocante establishment, representado en esos tenebrosos hombres de negro, habitantes de un Pentágono que servía como símbolo del control social, político, cultural y mental de nuestras sociedades contemporáneas. El segundo personaje fundamental de la etapa, que incluso cierra con un brillante epílogo la etapa morrisoniana es Crazy Jane, una mujer víctima de abusos, cuya incapacidad para aceptar el maltrato de su padre biológico, provoca la fractura y escisión de su mente en 62 personalidades diferentes. Un personaje que surgió en la mente de Morrison tras leer el libro “When Rabbits Hole” (1987), transcripción de las conversaciones reales de Truddi Chase -una mujer con 92 personalidades diferentes- con su psicóloga. A través de ella, Morrison transmite su visión de la figura femenina, los límites impuestos por la sociedad hacia las mujeres y la represión sexual fruto de los condicionantes culturales. 






A lo largo de sus cuatro años de publicación -que ahora puede ser disfrutada del tirón, gracias a la magnífica reedición recopilada en cuatro volúmenes en cartoné, que ha publicado recientemente ECC Ediciones en España- se puede vislumbrar perfectamente las revoluciones de un tebeo que ha sido imitado (sin conseguir igualarlo) hasta la extenuación, a lo largo del siglo XXI. Desde los ejercicios de retcon, iniciados con el descubrimiento de las verdaderas causas del origen de la Doom Patrol original, utilizado como elemento argumental y punto de giro fundamental en futuras narrativas superheróicas contemporáneas, tales como el trabajo de reconstrucción de Scott Snyder con Batman para su etapa en los nuevos 52 o incluso la saga de Onslaught en la Patrulla X de Scott Lobdell de finales de los 90, hasta el pasado de Jessica Jones y el Hombre Púrpura en el Alias de Brian Michael Bendis; pasando por la representación formal de los tebeos de los años 60, pero desde una perspectiva contemporánea, tan cínica como reconstruccionista: la saga de Flex Mentallo o el número 53, donde el artista Ken Steacy reconstruye a partir de la emulación de las formas de Jack Kirby un relato del pasado, que luego estará a la orden del día en trabajos posteriores de Alan Moore, como su trabajo para una primigenia Image Comics, e inédito en nuestro país, titulado 1963 (1993) o sus relatos tanto para Tom Strong como para su antología Tomorrow Stories hasta la introducción del surrealismo, el pop art y las vanguardias como base y eje del discurso, influenciando a autores de tanta relevancia contemporánea como pueden ser Matt Fraction (Sex Criminals, Casanova, Ody-C), Kieron Gillen (Jóvenes Vengadores, Phonogram, The Wicked and the Divine), Jeff Lemire (Black Hammer), o Gerard Way (The Umbrella Academy), por poner solo algunos ejemplos. Ejemplos que sin las transgresiones de Grant Morrison y su Patrulla Condenada, nunca hubieron tenido lugar. 

Incluso para el propio Morrison, su etapa en la serie regular de Doom Patrol fue el punto de arrranque para su explosión como autor. No solo porque en este serial trabajó por primera vez con una plétora de artistas que se convertirían con el paso de los años en leales compañeros de armas, tales como Steve Yeowell o Duncan Fegredo, que le acompañarían en trabajos posteriores como Los Invisibles, sino que además, le dio las herramientas a Morrison para desarrollar los dos ejes en los que se moverían sus trabajos futuros: el primero, en tebeos más dirigidos al mainstream, gracias a su habilidad para reconstruir tanto el presente como el pasado de personajes canónicos y que sería reflejado en todo su esplendor en trabajos posteriores como su etapa al frente de los X-Men entre los años 2001 y 2005 o su largo arco argumental al frente de Batman, entre el 2006 y el 2013. En segundo lugar, el tema central que anida dentro de sus trabajos más personales, revolucionarios y alternativos: las fronteras entre imaginación y realidad, entre libertad y coerción, que se vislumbraría a lo largo y ancho de toda su obra, pero que destacaría especialmente en sus dos trabajos más crípticos pero también más apasionantes: la ya mencionada Los Invisibles (1994-2000), su obra maestra y compendio de todos los elementos esparcidos a lo largo y ancho de una extensa obra y El Asco (2002-03): escisión, apuntes a pie de página y (r)evolución de los preceptos en los que se basaban Los Invisibles, pero tamizados por una capa de purulenta degradación y hermetismo que la acabaría convirtiendo casi en el Inland Empire lynchiano de Grant Morrison. 






Por todos estos elementos temáticos, formales y estructurales, y por muchos más que por extensión no pueden ser desarrollados como se merecen en este humilde post, la Doom Patrol de Grant Morrison se merece un puesto de honor entre las grandes obras del arte del cómic. Un trabajo fundacional, vanguardista, revolucionario y sanamente desquiciado que al igual que su propio autor, trajo un soplo de aire fresco y libertad a un medio muchas veces sometido a las leyes del mercado y la dictadura de unos editores y audiencias excesivamente conservadores. Pero cuando alguien como Karen Berger aparece en el medio y se atreve y arriesga a probar lo diferente, nos encontramos con regalos tan inesperados, diferentes, arriesgados y provocadores como Grant Morrison y su Patrulla Condenada.
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