26 de diciembre de 2017

Wonderstruck de Todd Haynes: Un guión que no está a la altura de su puesta en escena





Dos años después del estreno de Carol, la melancólica y punzante historia de amor homosexual que completaba el díptico comenzado con Lejos del Cielo, Todd Haynes decidió cambiar de tono y registro. El resultado es Wonderstruck, adaptación de la novela ilustrada de Brian Selznick, autor adaptado también por Martin Scorsese en su película Hugo. Al igual que esta última, los protagonistas de Wonderstruck son niños. Unos niños de dos épocas diferentes, pero problemas similares cuyo devenir discurre en paralelo hasta confluir en un acto final.






Haynes demuestra de nuevo su dominio de la puesta en escena, en sendos homenajes al cine mudo y al mood del cine de los 70, llevándolo mucho más allá de lo que es el mero homenaje superficial, dotando a ambos universos de la poesía y el alma de la obra de Haynes, alejándose de los universos de Sirk. A cambio, Haynes, apoyándose en la sordera de ambos protagonistas, innova en su producción de sonido, siendo la ausencia o aparición del mismo, lo que modela el ritmo de la narración y sus altibajos emocionales.






En los dos primeros actos, Haynes plantea y plasma en pantalla dos líneas temporales y argumentales repletas de misterios y que se suponen enlazadas la una con la otra, a través de un montaje que juega a través de mimetismos y coincidencias que viven los dos protagonistas de la historia, embarcados cada uno de ellos y por circunstancias distintas, en una odisea para encontrar unos lazos parentales de los que han sido desprovistos.








El problema, que el guión del propio Selznick es equívocamente confuso, siendo una baza en su primer y mejor acto, pero que una vez revelado su significado hace avanzar a la narración de manera abrupta para acabar desembocando en un acto final, donde el exceso de sobreexplicación, paliado por una visualmente bella escena donde la historia se desgrana a través de una maqueta de la ciudad de Nueva York, desvela que el ejercicio de estilo planteado por el cineasta, quizá uno de los mejores del año, queda disminuido por una historia que no está a la altura de lo plasmado por su director.

21 de diciembre de 2017

Coco de Lee Unkrich: Pixar vuelve de nuevo a la senda de la originalidad





En los últimos cinco años, Pixar, quitando su brillante Inside Out, había navegado cada vez más en las aguas de su matriz Disney, ofreciendo secuelas más que correctas, pero que languidecían al lado de trabajos suyos tan arriesgados como Wall-E o Up. Parecía que el proceso de Disneyficación de la compañía dirigida por John Lassetter había dejado de lado su apuesta por la revolución y se había domesticado para convertirse en otra muestra más del poderoso merchandising de la cada vez más codiciosa compañía del ratón, haciendo parecer que la original, emotiva e inteligente Inside Out había sido un oasis de creatividad en el desierto de la comercialidad.






Coco demuestra que Inside Out no estaba sola. Y aunque este Coco dirigido por Lee Unkrich no alcance las cimas de la película de Pete Docter, en algunos momentos se le acerca. Por ejemplo, en su riesgo en abrazar una bella e inquietante tradición mexicana como es el día de los muertos, en tiempos del lamentable presidente Trump. También en el hecho de convertir en tema principal de una película que es la apuesta para toda la familia del estudio para las navidades, el tema de la muerte, el recuerdo y la memoria. Un tema que el estudio se atreve a llevar hasta sus últimas consecuencias, aportando los momentos más bellos y emotivos que se puedan recordar de la historia del estudio.






En cambio, Pixar no se atreve a llevar hasta las últimas consecuencias el otro gran tema de la obra: el conflicto entre la responsabilidad familiar y la persecución de un sueño. Un atrevido punto de partida, reflejado de manera repetida tanto en el padre y el hijo del largometraje, pero que es resuelto en el tercer acto, convirtiéndolo en un conflicto entre buenos y malos, haciendo añorar la escala de grises en los que se movía el estudio en sus primeros años de vida y que tan bien le sentaba a una obra que se acercaba al conflicto, más desde una perspectiva a lo Miyazaki que a la de su matriz Disney.








Eso no quita que Coco sea una magnífica película de animación para todos los públicos y uno de los títulos más redondos del estudio en los últimos años, con un diseño de producción fascinante y bello y una aproximación a la muerte reverente pero sin tapujos, sobre todo para una producción para toda la familia. El problema, que su radicalización de puntos de vista algo maniqueo, acaba convirtiendo a una película que podría ser una de las grandes obras del estudio, en una buena película.

19 de diciembre de 2017

Wonder Wheel de Woody Allen: Crudo relato de brillante factura
























El regreso de Woody Allen cada año es siempre bienvenido, máxime cuando el conjunto de su filmografía alcanza la friolera de más de 50 películas. Cierto es que no todo lo que estrena está a la altura de sus obras de referencia, pero el nivel general está siempre por encima de la media. Ahora, tras su Café Society, estrenada en septiembre de 2016, Allen vuelve a colaborar con el director de fotografía Vittorio Storaro, el cual consiguió que la anterior película de Allen luciera tan bien como su Manhattan junto a Gordon Willis o Sombras y Niebla con Carlo di Palma.




La diferencia entre estas dos propuestas anteriores y Café Society y Wonder Wheel, es que estas dos últimas se benefician del tratamiento del color de Storaro y su fascinante uso de los colores primarios. Y si en Café Society servía para darle un mayor empaque visual y traer de vuelta el tono y estilo de trabajos previos del cineasta como Balas sobre Broadway, en esta ocasión sirve no solo para pervertir las expectativas de su público, sino para reflejar el estado de ánimo de sus personajes y el entorno en el que transcurre la historia.






Porque tras su aparente brillo y esplendor, reflejado en ese travelling que nos muestra en toda su magnificencia la noria de Coney Island y ese sabor a la América del entretenimiento y la banalidad, Wonder Wheel en su interior esconde, tras su brillante apariencia, una de las obras más descarnadas y crueles de la obra de Allen.






Heredera de trabajos previos como Delitos y Faltas o Match Point, Allen plantea un trabajo con ecos de la ya mencionada Balas sobre Broadway o Poderosa Afrodita, pero que le sirve al cineasta para hacer un crudo estudio de la mezquindad humana, representada en una excelente Kate Winslet, una mujer cuyo sueño en la vida fue frustrado por una serie de decisiones que considera únicamente culpa de los demás.





Apoyado, además de en Winslet, en un reparto compuesto por un recuperado Jim Belushi, un Justin Timberlake que está vez es el elegido para representar a un joven Allen y Juno Temple, Allen plantea visualmente su trabajo con planos donde la profundidad de campo es símbolo de la ruptura entre lo mostrado y lo pensado y que a su vez juega con el espectador tirando por tierra los estereotipos de la historia que está contando, para darle no una, sino dos vueltas de tuerca.






Cierto es que no es un Allen de fácil entrada. Lo que en un principio parece agotamiento o incluso desidia, se convierte, una vez finalizada la proyección, en un obra dura pero redonda, donde Allen sigue demostrando que sigue siendo uno de los más hábiles realizadores y guionistas en escarbar las mezquindades del alma humana.



17 de diciembre de 2017

Star Wars Los Últimos Jedi: Espectacular caramelo envenenado






















Contentar a una gran masa de seguidores convertidos en fundamentalistas de una saga de cine fantástico que nació hace ya 40 años únicamente como una puesta al día de los seriales matutinos de serie B de los años 30, se ha convertido en tarea casi imposible desde que George Lucas finalizara su primera trilogía con El Retorno del Jedi en el año 1983. El embalsamamiento que provocó el paso del tiempo tanto en las obras como en unos seguidores que fueron niños en el momento de su estreno, acabó convirtiendo tres obras que se encuentran entre lo mejor que pudo dar el cine de entretenimiento de los años 70 y años 80, en obras pluscuamperfectas, seguidas con una devoción que alcanzaría el fervor religioso, transformadas en objetos cuasi divinos a los que no se les podía sacar ni un pero y que nunca debían ser mancilladas.



Lucas ya vivió en sus propias carnes la rebelión de falsos profetas que vilipendiaron su irregular en algunos aspectos, pero fascinante en muchos otros, trabajo al frente del antiguo testamento de la saga. Unas precuelas donde el creador del invento, se atrevió a entregar a unos seguidores tres obras que aún con sus errores, eran capaces de llevar su galaxia a terrenos inexplorados, sin salirse de la estructura formal que caracterizaba a la saga original, consiguiendo un juego de espejos y reflejos simplemente fascinante. Pero sus adoradores le transformaron de profeta a hereje, no porque las películas fueran mejores o peores que las entregadas anteriormente, un interesante debate, sino por aspectos estrictamente argumentales de una historia cuyos fundamentalistas creían tener la posesión y verdad absoluta de la misma.



Visto el panorama desolador de unos aficionados, no todos, sino de aquellos que  equivocadamente convirtieron un entretenimiento lúdico en una errónea manera de dar sentido a su vida, Lucas acabó vendiendo sus creaciones y propiedades a Disney, cansado de ver como su obra, su visión y su trabajo no era valorado en términos artísticos sino en un debate eterno de como debía ser un universo que salió única y exclusivamente de su imaginación. Disney, que no quería problemas con la gran masa de seguidores de la saga y queriendo rentabilizar al máximo su compra, realizó y entregó un nuevo capítulo de la saga, El Despertar de la Fuerza, donde JJ Abrams entregó un modélico pero falto de vida, remedo de todo aquello que hizo memorable la primera entrega de la saga, pero sin aportarle ningún elemento estilístico, argumental o tonal que llevara un paso más allá o diera un nuevo punto de vista a aquello ya contado a lo largo de 12 horas por George Lucas previamente. El resultado, una película inane pero que consiguió devolver a los fundamentalistas ese Star Wars actualizado pero embalsamado, donde todo permanecía igual que donde dichos seguidores la habían dejado allá por el año 1983, junto a los recuerdos desvirtuados de su infancia perdida. Y de nuevo, Disney entregó otro momento de fan service, superior a ese Despertar de la Fuerza, con el estreno de Rogue One, un spin-off que aunque no tenía a los personajes reverenciados de la historia original como protagonistas, si que respiraba el aroma del Star Wars original, convirtiendo la pantalla en una réplica de los spin-offs que recreaban los aficionados en parques y cuartos, mientras jugaban con sus figuras Kenner imaginando que había más allá de lo mostrado por Lucas en esa galaxia muy, muy lejana.



En cambio, Rian Johnson y sus Últimos Jedi no pretende llevar a la saga de nuevo por los caminos trillados, cómodos y engañosamente confortables del Despertar de la Fuerza. Si la obra es mirada desde la superficie, no es difícil de imaginar como los ejecutivos de Disney le pidieron a Johnson que reactualizara y siguiera la estructura narrativa y formal de El Imperio Contraataca. Jonhson lo hace, pero al igual que Lucas en las precuelas, juega al deja vu para llevarte por caminos no explorados, por soluciones inesperadas, golpeando al fandom y entregando un discurso que cuestiona el embalsamamiento y la idolatría hacia las leyendas con pies de barro, aportando también un distanciamiento y una mirada crítica a un universo y a unos aficionados que en muchas ocasiones le han querido aportar una extrema seriedad a unas historias y un género que necesita elevadas dosis de ironía, auto-crítica y distanciamiento de aquello que está contando.



Eso no quiere decir que Los Últimos Jedi sea una obra perfecta ni mucho menos. La obra de Johnson se excede en su metraje, reflejado sobre todo en el desarrollo en paralelo de tres tramas que se escinden en varias subtramas de desigual resultado, siendo vencedora aquella relacionada con Luke, Rey y Ren, perdiendo la de Finn, aun con algunos momentos de brillantez y quedándose en tierra de nadie la protagonizada por Poe, Leia y el personaje interpretado por Laura Dern. También fracasa relativamente Jonhson al no poder llevar hasta sus máximas consecuencias los preceptos en los que se asientan sus dos primeros actos, donde el director y guionista se atreve a cuestionar las bases teológicas y morales que sostienen el universo de Star Wars y las creencias de sus fundamentalistas, haciendo creer que va a llevarlo hasta las últimas consecuencias, para rematarlo en un espectacular y épico tercer acto que queda desvirtuado por las concesiones por otra parte lógicas que debe hacer ante un producto que no es una película, sino una pieza más de un engranaje cuyo máximo exponente es mantener la fé ciega de sus seguidores más acérrimos y continuar generando miles de millones de dólares.



Pero más allá de dichas irregularidades, Johnson vuelve a insuflar vida a una galaxia que necesitaba un revulsivo, un nuevo punto de vista tan irreverente como respetuoso a unos personajes que funcionan mucho mejor como individuos falibles que como iconos religiosos inalterables, tan mitificados como anquilosados, entregando una obra que aunque irregular es capaz de ser lo suficientemente valiente en muchos de sus pasajes, ofreciendo a los fans no aquello que quieren ver, sino aquello que necesitan.

14 de diciembre de 2017

Dark Nights Metal 3 y Dark Nights Batman Lost 1: Reescribiendo inteligentemente la historia del Universo DC






































¿Cuánto tiempo hace que no había una Gran Historia en el mundo de los tebeos de superhéroes que te hiciera vibrar de emoción, que te hiciera preocuparte de cómo iban a salir tus héroes favoritos del entuerto en el que habían caído?¿Cuánto tiempo que unas némesis eran tan infernales y peligrosas, que un escalofrío te recorría la espalda ante su sola presencia? Es difícil recordarlo, porque hace mucho que esto no ocurría. Pero Scott Snyder ha obrado el milagro con Metal, su colofón a muchos años de carrera al frente de la franquicia del Hombre Murciélago, pero que sin que lo supiéramos, unía puentes con obras tan míticas y fundamentales como Crisis en Tierras Infinitas.



Cierto es, que sabemos que las aguas volverán a su cauce y que el daño realizado a nuestros queridos héroes de ficción será subsanado en el clímax del serial, pero este tercer ejemplar es una buena muestra de ese gusto masoquista de ver sufrir a unos héroes que se han equivocado y van a pagar duramente el error. Snyder, apoyado por un cada vez más suelto y resolutivo Greg Capullo, mete el dedo en la llaga, iniciando el tercer ejemplar de este Metal, con una idílica reunión campestre entre la trinidad de DC y sus amigos y familiares más allegados, para mostrarnos dos páginas más tarde, que esa bella estampa es un caramelo envenenado para que la caída en las fauces del infierno del universo DC, y que la temeridad de Batman ha provocado, sea más dolorosa para los lectores.



Snyder nos da un respiro en esa reunión de héroes en un punto intedeterminado del espacio-tiempo, consiguiendo aquello que parecía ya imposible en las subcompartimentadas franquicias en las que se había convertido el universo DC, reuniendo a personajes tan olvidados y dispares como Doctor Fate, Plastic Man, junto a los más exitosos e icónicos Superman, Wonder Woman o Green Arrow. Y lo consigue sin que chirríen, dándoles a todos su momento de gloria, sin que ninguno de ellos sobresalga por encima del resto. Pero esta reunión superheróica que da al lector una sensación de falsa seguridad, se quiebra en un tercer acto donde el infierno se desata, el mal vence y deja una sensacional sensación de fatalidad y desesperanza, en unas páginas finales que dejan al lector tan tocado como maravillado, ante el fatal destino que se cierne sobre sus héroes.



Pero si este tercer número no es suficiente para devolver la fé a un género y a una industria que muchos dan y a veces dábamos por muerta, la fiesta continúa con el muy especial tie-in que Snyder, acompañado en la escritura por James Tynion y Joshua Williamson nos tenían preparados a los fans del Hombre Murciélago. Este regalo es el especial Batman Lost, una historia que redefine, reinventa y reúne tres momentos clave de la historia del personaje, en un ejercicio metalinguistico, reforzado por tres grande artistas como Doug Manhke, Yanick Paquette y Jorge Jiménez, donde se da un repaso reunificador a la historia del personaje, comenzando con la seminal "El Caso del Sindicato Químico", revalorizando y poniendo en contexto una historia tan olvidada como magistral.Una serie en tres partes aparecida en la serie regular de Batman, entre los números 452 y 454, llamada "Dark Night, Dark City", donde Peter Milligan y Kwieron Dwyer, entregaban una atmosférica historia donde le daban un background sobrenatural y terrorífico al pasado de Gotham y redefinían de manera brillante y aterradora al Riddler, terminando en la miniserie "The Return of Bruce Wayne" de Grant Morrison. Una miniserie central dentro de la extensa historia que comenzó Morrison hace una década aproximadamente y que se ha convertido, al igual que el tebeo de Milligan, en base fundamental del trabajo de Snyder en Batman y Metal.



Mucho queda aún para que este Metal termine. Es posible que Snyder, como le ocurre en muchas ocasiones, derrape en los últimos acordes de su relato y se nos salga por la tangente, desvirtuando todo aquello que había construido con tanto mimo. Espero que no sea así, porque creedme cuando os digo, que este Dark Nights Metal es uno de los tebeos de superhéroes más emocionantes e interesantes de la historia de DC en mucho tiempo y que si no se estropea en los próximos meses, se acabará convirtiendo en uno de esos "must-have" de la historia de la editorial, eterno e imperecedero.

11 de diciembre de 2017

Batman: Date Nights/Last Rites de Tom King, Lee Weeks y Michael Lark: Una verdadera joya

























Una de las cosas que DC Comics está haciendo muy bien en este resurgir editorial que viven los lectores desde hace año y medio, ha sido la diversificación de formatos y líneas editoriales, donde la editorial ha recuperado su línea prestigio, ha apostado por miniseries y especiales que dan una gran variedad de propuestas de muy distinto tono y que permiten al lector poder elegir entre una gran variedad de productos, muchos de ellos más que interesantes. Pero también, ha devuelto la trascendencia y la importancia a los especiales anuales, un formato que entre los años 60 y 80 se reservaba para historias especiales y trascendentales de la historia de los personajes. Así, tenemos el Fantastic Four Annual nº 3, que versaba acerca de la boda de Reed Richards y Sue Storm, o la Guerra de Asgard protagonizada y narrada en sendos anuales de Los Nuevos Mutantes y La Patrulla X, sin olvidar el anual nº 11 de Superman, con la fundamental historia "Para el hombre que lo tenía todo". Y los autores dedicados a las mismas se encontraban entre los más destacados de la industria, en cada una de las épocas en que fueron publicados. De los ejemplos mencionados anteriormente, destacar que sus autores eran, ni más ni menos, que Stan Lee y Jack Kirby, Chris Claremont y Arthur Adams, terminando con ni más ni menos que Alan Moore y Dave Gibbons.





Y esto exactamente es lo que pretende Tom King con este, su segundo anual para la serie regular del Hombre Murciélago. Lo primero que hace es rodearse de dos artistas como Lee Weeks y Michael Lark, autores amados por el buen aficionado y ninguneados por un fandom más interesado en los fuegos de artificio de otros autores mucho más exitosos pero de muy menor talento. Lark y sobre todo Weeks, entregan página tras página con una composición, una narrativa y un trazo que se encuentran entre lo mejor que puede dar de si el tebeo mainstream americano.



El guión de King no le va a la zaga. Porque si en la serie regular que King comanda en la actualidad nos está contando un momento trascendental en la historia del personaje, como es la petición de matrimonio a Selina Kyle, aquí nos cuenta en escasas 40 páginas y una capacidad de síntesis tan encomiable como bella y desgarradora, el inicio y el fin de esta mítica relación de pareja.



Es difícil trasladar las emociones y las sensaciones que embargan al lector a través de esta 40 páginas, que describen con precisión quirúrgica y con una sencillez aplastante, los parecidos y diferencias entre ambos miembros de la pareja, reflejados a través de la prosa de King en dos huérfanos náufragos, necesitados ambos de un ancla que les rescate de las profundidades del abismo emocional en el que se encuentran. Dos personajes tan parecidos en su pérdida, como diametralmente opuestos en su respuesta a la misma.



Nunca hemos visto a un Batman tan humano y frágil, ni a una Catwoman que no pierde un ápice de su sex-appeal, reconvertida en algo que va más allá del sueño erótico. Ni ningún guionista ha conseguido hasta el momento reflejar con tanto acierto que la pulsión que existe entre ambos va más allá del mero deseo sexual, rematando de nuevo con esa habilidad de cerrar el círculo marca de la casa King, una obra cuyas dos páginas finales devastarán al lector por su habilidad de emocionar con la mínima expresión y consiguiendo que las siguientes relecturas de un tebeo, que se sitúa desde ya entre las mejores obras del personaje, sea completamente diferente, conociendo su trágico pero bello y honroso desenlace.

8 de diciembre de 2017

Batman: Reglas de Compromiso de Tom King y Joelle Jones: Insuflando humanidad y emotividad al Caballero Oscuro





















En una decisión sorprendente, pero tan lógica en cuanto sea sopesada por el seguidor del Hombre Murciélago, Bruce Wayne le pidió matrimonio a Selina Kyle, alias Catwoman. La pedida ocurría en uno de esos tejados donde el Cruzado de la Capa y la ladrona más famosa de la historia del cómic habían compartido persecuciones, peleas y en algunas ocasiones, como en la polémica etapa de Judd Winick y Guillem March al frente de Catwoman, consumando pasiones tórridas.



Y así, tras la extensa y fascinante Guerra de las Bromas y los Acertijos, donde Bruce le contaba a Selina sus mayores pecados para que no hubiera secretos en su futuro matrimonio, llegamos a Reglas de Compromiso, una historia en tres partes, donde King vuelve a ser acompañado en el dibujo, por otro de los grandes lápices del panorama comiquero actual, la dibujante Joelle Jones.



La elección de Jones para esta corta pero intensa historia no es casualidad. Porque Reglas de Compromiso es una historia de mujeres bajo el sol de Oriente Medio, que trae al recuerdo el mítico enfrentamiento entre Ras al Ghul y Batman en la etapa de Denny O'Neil y Neal Adams. Aquí, Batman cede el protagonismo a dos mujeres empoderadas que han amado y en ocasiones perdido a un Bruce Wayne, que como bien dice Selina, no es el mejor espécimen de hombre del mundo como afirma contundentemente Thalia, sino un hombre falible y difícil, pero del que está enamorado Selina, consciente de las limitaciones y problemas de un amor que no ha pedido.



Ese Batman falible y tan humano, muy alejado del superhombre nietzchiano que puso de moda Miller, queda reflejado también en la brillante, divertida y punzante conversación entre Dick Grayson y Damian, donde King, aparte de afianzar la relación de ambos que desarrolló Morrison en su larga etapa, le sirve también para que veamos a Bruce Wayne de nuevo como un ser humano triste, oculto bajo la fachada de su miedo infantil, pero con la posibilidad de redimirse y ser feliz.



King consigue todo esto y además le regala al fan, tres tebeos que se devoran con fruición y emoción y donde el enfrentamiento físico entre las dos mujeres más importantes de la vida de Batman, son representadas tan bellas como poderosas, sin lugar a la explotación barata de su belleza, todo eso gracias a Joelle Jones, dibujante que es capaz de reflejar la belleza de la mujer sin convertirla en un objeto.



Pero el nuevo camino de Bruce y Selina no termina aquí. King continuará su historia en las páginas de una etapa que esperemos no acabe nunca y en un annual, publicado tras la finalización de esta etapa y acompañado con dos dibujantes de excepción, Lee Weeks y Michael Lark, que con su trazo elegante y clásico, nos adentrarán en una historia del pasado y un vistazo al futuro de esa pareja icónica que son Bruce y Selina, Batman y Catwoman.

5 de diciembre de 2017

Doomsday Clock 1 de Geoff Johns y Gary Frank: Entretenida pero superficial herejía


























Treinta años han pasado desde que el primer ejemplar de Watchmen apareciera en quioscos y librerías en los años 80 y provocara un vendaval en la industria del cómic de superhéroes, cuyos efectos todavía no han remitido. Su premisa, un mcguffin envuelto en un whodunnit, "¿Quién mató al Comediante?", le sirvió al guionista Alan Moore y al dibujante Dave Gibbons, para deconstruir un género, unas convenciones y unos personajes que pasaron a ser unos semi-desconocidos héroes comprados por DC Comics a la editorial Charlton, a unos sosías de los mismos, cuando DC decidió integrar a dichos personajes dentro de su universo tradicional.



Si Watchmen era un ejercicio de post-modernismo que entroncaba con la tradición instaurada por autores como Lucas y Spielberg de devolver el aroma de la aventura clásica de los años 30 a una nueva generación, este Doomsday Clock es la alternativa a ese nuevo post-post modernismo que ha caído sobre la saga galáctica: Supuestas nuevas historias que formalmente aluden a unas obras que ya de por si eran un ejercicio de post-modernidad, donde el guiño y el uso de los recursos que hicieron destacar a dichos trabajos sobre el resto de la producción de la época, sirven meramente como artefactos vacíos, donde la forma puede al fondo.



DC Comics ya intentó hace cinco años traer de vuelta una historia y unos personajes que posiblemente no necesitaba de más extensiones, pasadas o futuras, porque la obra de Moore y Gibbons era una obra cerrada que abría y cerraba una historia e incluso un género que no podía seguir discurriendo por los mismos derroteros, abocada a un callejón sin salida. DC juntó a algunas de las mejores firmas y artistas del cómic contemporáneo, para entregar unos tebeos que no se atrevieron a seguir indagando en la matemática y cerrada estructura formal de la obra original, intentando acercarse a un tono, que en el mejor de los casos, daba como resultado unos tebeos correctos pero muy lejanos a la excelencia de la obra que querían emular u honrar.



Pero la editorial propietaria de los mayores iconos del cómic de superhéroes americano no podía dejarlos tranquilos, decidiendo incorporar a las creaciones de Moore y Gibbons como amenaza en la sombra de una nueva DC, que intentó con gran exito, traer de vuelta el heroísmo y la luz a una editorial que malentendió el legado de Miller y Moore, convirtiéndo a dichos personajes e historia, en los males de la editorial. Así, a lo largo de año y medio, los personajes DC se han visto amenazados, en especial Batman y Superman, por unas némesis que ellos desconocen, pero que el público lector conoce de sobra, en un ejercicio metalinguistico digno de estudio.



Y así se llega a Doomsday Clock, la gran apuesta de DC Comics para ser el centro de la atención cada vez más menguante de la industria del cómic de superhéroes, empañando en el intento el muy atractivo Dark Nights Metal de Scott Snyder, al solapar la publicación de ambas obras en el tiempo. Y el lector al tener en sus manos el primer ejemplar se encuentra con emociones y pensamientos enfrentados. El ataque de nostalgia es evidente. La forma de este Doomsday Clock es idéntico en la superficie al Watchmen original. Tenemos la portada casi descontextualizada marca de la casa de la obra original. Una imagen de portada que luego continuaba en la primera página del tebeo, yendo a través de una composición de página matemática y obsesiva de nueve paneles, con permutaciones siempre en múltiplos de tres, que iba retrocediendo la mirada, desde un primerísimo primer plano, hasta llegar después de seis paneles, a un plano general que daba sentido y conjunto a las fragmentadas seis primeras viñetas.



El ejercicio, de unos muy aplicados Johns y Frankj, lo siguen emulando con un mimetismo que raya en algunos aspectos la obsesión enfermiza, en las primeras siete páginas. En el núcleo de la historia relajan las pretensiones de mimetización, pero vuelven a ello en la última página, donde la desolación y nostalgia de Búho Nocturno y de la que es testigo Silk Spectre, aquí es replicada, pero cambiando a dichos personajes por Clark Kent y Lois Lane.



Es aquí donde la apuesta de esta secuela de Watchmen -los acontecimientos de la obra original afectan a esta historia que se desarrolla seis años después del original- se reconvierte y la acerca a los preceptos más trillados del tebeo de superhéroes tradicional. El Watchmen original utilizaba la forma y el whodunit de la muerte del Comediante como punto de partida de un ensayo acerca de las líneas difusas entre el heroísmo y el vigilantismo. En cambio, en Doomsday Clock, si se mira más allá de la milimétrica emulación formal, lo que tenemos es simple y llanamente un misterio que no es un mcguffin, sino el centro mismo de la trama. ¿Qué relación hay entre Watchmen y el universo DC tradicional?. El misterio es lo único importante. Es mucho más banal y prosaico que lo que nos contó Moore y Gibbons y es por ello, que por muy entretenida e intrigante que pueda ser esta maxiserie de 12 números, y lo puede ser, leído el primer ejemplar, seguramente una vez las aguas vuelvan a su cauce y el tebeo esté finiquitado, será muy improbable que se convierta en una obra de referencia y de arduo estudio con el paso de los años, como fue y sigue siendo el Watchmen de Moore y Gibbons.

3 de diciembre de 2017

El Amante Doble de Francois Ozon: Un thriller erótico tan estiloso como de manual




















La sombra del maestro Hitchcock es alargada. Sino, que se lo digan a su discípulo Brian de Palma o a autores posteriores como Paul Verhoeven o el mismo Francois Ozon. Pero donde Hitchcock sugería el componente sexual en unos thrillers donde la censura obligaba al cineasta inglés a hacer gala de subterfugios para que el espectador pudiera intuir aquello que no podía ser hablado y mostrado, su sucesor, Brian dePalma, continuaba las piruetas y retruecanos visuales del autor de Vertigo, llevándolas al infinito y más allá, pero introduciendo de manera clara y sin subterfugios el componente sexual que pugnaba por salir en la obra de Hitchcock.



Francois Ozon a lo largo de su obra ha heredado el trabajo de ambos realizadores, hasta llegar a El Amante Doble, un thriller erótico de factura y técnica intachable, donde Ozon hace uso del tema central del doble en su puesta en escena, duplicando y superponiendo planos o creando caleidoscopios infinitos en ese juego de espejos visual que irónicamente es reflejo de la narrativa de la obra.

El Amante Doble no solo homenajea los trabajos de Hitchcock y sobre todo del dePalma de Vestida para Matar, Doble Cuerpo o la más reciente y reivindicable Passion, sino que también hereda el ambiente pegajoso, peligroso y sexual del Instinto Básico de Paul Verhoeven, con ecos del Perfect Blue de Satoshi Kon o el horror de la nueva carne Cronenbergiana.



Y así, en sus dos primeros actos, la película fluye con una tensión constante, donde nuestra protagonista, Chloé, reflejo en el fondo de la Catherine Deneuve de Repulsión de Polanski y de la Mia Farrow de La Semilla del Diablo en la forma. Marine Vacht, actriz que ya hizo un más que estimable trabajo junto a Ozon en Joven y Bonita, es los ojos del espectador en una cinta que no solo juega con las duplicidades y la paranoia, sino con un punto de vista que podría ser excesivamente subjetivo... o no.



Quizás la obra, que no es más que un juguete tan retorcido como divertido y que demuestra la habilidad de Ozon para la creación de atmósferas y la representación de una sexualidad reprimida, choca con un guión que en su acto final, como muchos de estos thrillers eróticos pasados, comienza a recurrir a lugares comunes y supuestos giros argumentales que intentan rizar el rizo pero que se ven a la legua, convirtiendo un trabajo que en sus primeros compases, promete más por la posibilidad de lo sugerido que de lo finalmente mostrado, pero que no quita para que sea una cinta que se sabe un juego macabro e intrascendente, pero que en ningún momento pretende ser más de lo que es, una atracción de circo.

1 de diciembre de 2017

Detective Comics: Un Lugar Solitario para Vivir. Reivindicando a Tim Drake y a todos los Robins en el proceso


 "Un Lugar Solitario para Vivir" trae al recuerdo y homenajea una de las sagas de principios de los años 90 más recordadas por el aficionado al universo del murciélago: "Un Lugar Solitario para Morir". Dicho mini-evento, guionizado por Marv Wolfman, fue un crossover que apareció en las series de Batman y Los Nuevos Titanes y que presentaba a Tim Drake, un inteligente joven que había descubierto la identidad secreta de Batman y cuyo sueño dorado era que Batman y Robin volvieran a estar unidos. No debemos olvidar que esta historia apareció dos años después de que Bruce Wayne perdiera a Jason Todd, su segundo Robin, a manos de El Joker, en la polémica "Una Muerte en la Familia", guionizada por Jim Starlin y dibujada por Jim Aparo.



Tim Drake acabó convirtiéndose en el tercer Robin. Un Robin que se volvió toda una estrella, haciendo olvidar a los lectores de la época el mal sabor de boca del ominoso y amargado Jason Todd y situándose muy a la par con el clásico Dick Grayson como gran compañero del murciélago. DC Comics supo aprovechar al personaje a principios de los 90, siendo una parte muy importante de los dos títulos mensuales del murciélago y siendo protagonista de tres miniseries guionizadas por Chuck Dixon y dibujadas por Tom Lyle, que se convirtieron en algunos de los tebeos más vendidos de esa era pre y post especulación.



La llegada del siglo XXI no le sentó bien a Tim Drake, ya fuera por la resurrección a manos de Judd Winick del añorado posteriormente Jason Todd, o por la creación y ascenso fulgurante del cuarto Robin, Damian Wayne, hijo de Bruce y también del guionista Grant Morrison en su laureada etapa al frente del personaje. Tim no tenía ni el aura de rebelde sin causa de Jason Todd, ni los galones y el clasicismo de Dick Grayson, ni la arrogancia y el carisma del fabuloso Damian Wayne. En definitiva, Tim Drake había perdido su sitio.



Ha tenido que llegar este DC Rebirth y un guionista como James Tynion IV a la cabecera de Detective Comics, para demostrar dos cosas: la primera, que Tynion es un magnífico guionista, que ama y conoce este universo y a sus personajes como la palma de su mano y que Tim Drake es un elemento fundamental del universo del Cruzado de la Capa. Y así, Tynion tuvo que aparentar que Drake había muerto, para que Batman y su séquito y sobre todo los lectores, nos diéramos cuenta que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos.



Aproximadamente un año después, aunque Tynion ya nos había mostrado brevemente que Tim estaba secuestrado por Mr. Oz, el tercer Robin vuelve por la puerta grande. Y lo hace en una historia en cuatro partes, que demuestra la habilidad y la concisión de Tynion para construir una historia épica que deja de lado en las páginas iniciales el misterio de Mr. Oz, ya que Jurgens en paralelo descubría su identidad en las páginas de Action Comics, para centrarse en diseccionar el legado de los Robins y definir perfectamente a cada uno de ellos, quedando representado en una doble página que sugiere un posible futuro para todos ellos, que romperá el alma a todo seguidor de los personajes.



En el apartado gráfico, a Tynion le acompañan sus dos dibujantes rotatorios en las páginas de Detective Comics: Eddy Burrows y Álvaro Rodríguez. Y de nuevo, hacen un excelente trabajo, en 80 páginas frenéticas que van de la espectacularidad a la intimidad sin que eso frene el frenético avance de tramas y subtramas que se van solapando a velocidad de vértigo, resolviendo cabos pendientes de anteriores relatos y dejando entrever un posible futuro, tanto de los personajes como de la colección, que vuelve a demostrar que este Detective Comics no es un serial secundario a la sombra del título principal, Batman, sino que es una serie y una etapa tan o igualmente importante que el Batman de King, pero con su propio estilo y tono. 



En definitiva, un fabuloso tebeo de superhéroes a la antigua usanza, un homenaje y reivindicación de la figura de Tim Drake que ya hacía falta y un paso más para afianzar una etapa que pasará a la historia como un pequeño título de culto que será reivindicado en las próximas décadas, con el mismo regusto del tebeo artesano bien hecho, como lo fue la etapa de Alan Grant y Norm Breyfogle al frente de Batman y Detective Comics.





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