24 de agosto de 2018

¿Quién está matando a los moñecos? de Brian Henson: Pobre y vacía irreverencia






















Hace treinta años llegó a las salas una de las cintas más representativas de los años 80, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? de Robert Zemeckis. La cinta, una coproducción entre Disney y Amblin, era una libre adaptación de la novela Who censored Roger Rabbit de Gary K. Wolf que en manos de Zemeckis y la producción de Steven Spielberg se convirtió en una fascinante producción que llevaba hasta el límite la integración entre personajes humanos y animados, jugueteando con las convenciones del noir y la animación de los Looney Tones y Walt Disney, dejando para el recuerdo personajes tan irreverentes como Baby Herman o una de las femmes fatales más icónicas de la historia del cine, Jessica Rabbit. 






Brian Henson -hijo del legendario Jim Henson y continuador de la tradición muppet creada por su padre- entrega un trabajo que pretende conjugar el estilo del ya mencionado Roger Rabbit de Zemeckis con la ácida irreverencia de trabajos que fusionan la aparente inocencia de las marionetas -Team America de Matt Parker y Trey Stone- o la animación tradicional -La fiesta de las salchichas de Seth Rogen- junto al homenaje/parodia de las buddy movies de los 80 -en especial las producciones de Joel Silver- ya parodiadas y homenajeadas en la muy reivindicable El último gran héroe de John McTiernan. 







El resultado final es el ejemplo perfecto de que hay ideas que funcionan mejor sobre el papel. ¿Quién está matando a los moñecos? arranca como un noir para reconvertirse sin pretenderlo en una buddy movie de chistes tan procaces y zafios como profundamente poco inspirados que en su intento infructuoso por provocar solo inducen al bostezo prolongado. A su vez, la labor de puesta en escena queda malograda al entregar Henson una dirección apocada para una cinta que necesitaba de la locura de los Muppets de Henson padre para levantar el vuelo y entregar un trabajo que pudiera mirarse frente a frente con las irreverentes e inteligentes cintas anteriormente mencionadas. 






En definitiva, un intento de comedia fallida, de provocaciones de parvulario que ni siquiera las habilidades para la comedia gruesa de una estrella de la nueva y procaz comedia americana como Melissa Maccarthy es capaz de sacar a flote. Tan inofensiva y naive como una pedorreta infantil.

22 de agosto de 2018

Revenge de Coralie Fargeat o el exploitation como una de las bellas artes





















¿Es posible entregar una cinta que juguetea con géneros absolutamente machistas como el rape/revenge(violación/venganza) salido del exploitation y ofrecer a cambio una mirada feminista acerca de la representación de la mujer? Revenge, la primera película de la directora Coralie Farget hace uso de los códigos de dicho sub-género para ofrecer una intensa y visceral historia de venganza, directa y brutal en su representación de los acontecimientos, pero algo irregular o ambigua en su resultado final. 






De idéntica manera que Holiday -la provocadora cinta estrenada en el último festival de Sundance y aquí proyectada en la reciente última edición del Atlántida Film Fest, dirigida también por una figura femenina, en concreto la directora Isabella Eklöff- Revenge se sirve de la iconografía y la representación de la mujer -perpetuada por el imaginario tanto del cine pornográfico como del publicitario- para transformar a un objeto femenino vacío en icónico ángel de la muerte. Una mujer que deberá renacer de los muertos para encontrar su identidad a través de una obra que se sirve tanto del exploitation como de la visceralidad y brutalidad del nuevo cine de horror francés con Àl'intérieur o Martyrs como máximos referentes. Todo ello aderezado con unas gotas del cine de la crueldad, el Nicolas Winding Renf de The Neon Demon y un mucho del planteamiento formal que de los grandes espacios del desierto hiciera gala el Mad Max: Fury Road de George Miller. 






El resultado, una atractiva propuesta que tiene sus mayores alicientes en algunos elementos de su puesta en escena, tales como un clímax final que formalmente se acerca al punto de vista en primera persona de los deathmatch de cualquier shooter que se precie o el uso de la paleta cromática en el primer acto de la cinta para definir las personalidades e incluso el devenir de los acontecimientos futuros. Pero por otra parte, Fargeat se deja llevar en muchos de sus pasajes por un esteticismo fatuo que pervierte el conflicto y choque entre la violenta organicidad de sus dos últimos actos, frente al aparente confort del entorno aséptico de su primer acto. 






De la misma manera, la utilización de los códigos tanto del hardcore como del softcore para entregar una denuncia de los peligros del machismo implícito en nuestra sociedad, se da de bruces en la representación de la protagonista, ya sea en su primera iteración como objeto de deseo salido de un especial de baño de Sports Illustrated que como aguerrida neo-Imperator Furiosa. La diferencia con su referente es que aquí la representación de la heroína, incluso bañada en sangre y vísceras, suyas y de otros, se acerca más a la hiper-sexualización de las protagonistas del Sucker Punch de Zack Snyder que a otros iconos de la femineidad como la ya mencionada Furiosa, Ellen Ripley o Sarah Connor. Esto acaba provocando una discrepancia entre lo supuestamente denunciado y lo que finalmente es representado en las imágenes. 






En cambio, como mero título exploitation es un verdadero festival para los aficionados al terror y a las emociones fuertes, conteniendo los suficientes momentos truculentos y cruentos, además de algunas set-pieces formalmente impecables, para ser reivindicada por aquellos que disfrutan de una buena sesión grindhouse. El problema, que aparentemente Coralie Fargeat quería apuntar más alto.

20 de agosto de 2018

Xerxes: The Fall of the House of Darius and the Rise of Alexander de Frank Miller: Representando el pasado en fondo y forma






















Veinte años después de que Miller entregara 300 -la última obra que fue recibida positivamente de manera unánime- llega Xerxes, su largamente esperada precuela/secuela. En dicho intervalo de tiempo han habido más bajos que altos en la carrera del creador de Sin City, pero sigue manteniendo el interés de público y crítica con cada nuevo trabajo que realiza. En este periodo de tiempo -aunque realmente habría que remontarse a su Sin City, aparecida su primera entrega en el año 1992- el lector ha sido testigo de como, tanto el estilo gráfico como narrativo de Miller, ha ido reduciéndose a la mínima expresión. Composiciones igual de innovadoras y arriesgadas han sido transformadas en esbozos expresionistas que sugieren más que muestran. Trazos bruscos y gruesos, deformidades anatómicamente manieristas han poblado los trabajos del autor en estas dos últimas décadas. 






En Xerxes, ese estilo ha sido llevado al paroxismo, con una composiciones y trazos que traen al recuerdo los bajo relieves de los tiempos pretéritos. Un estilo perfecto para narrar un periodo de la historia, de leyendas y hombres más grandes que la vida, que han sido la obsesión del autor desde sus primeras obras. Aquí, las figuras que llenan sus viñetas, la mayoría de ellas a doble página, son meras siluetas que se superponen a unos fondos artificialmente buscados, donde el colorista Alex Sinclair fusiona el pictoricismo de la añorada Lynn Varley en trabajos como The Dark Knight Returns, Ronin o el primer 300, con los escarceos anárquicamente digitales del polémico y a medida que pasan los años, más interesante DK2. El resultado, un trabajo más cercano a los ya mencionados bajo relieves o a los grabados, que a la narrativa asociada al noveno arte. Pero no es casual, ya que dichos bajo relieves podrían bien ser la narrativa gráfica del pasado, de la que Miller se sirve más que para contar una historia al uso, para sugerir una leyenda oral, repleta de saltos bruscos en el tiempo y sin un protagonista fijo. 






Quizá ese sea el mayor problema al acercarse al lector a esta nueva obra. Miller divide la atención del lector entre dos protagonistas, antagónicos pero tremendamente parecidos. Xerxes y Alejandro Magno. Dos überhombres millerianos, tan diferentes como iguales, tan rivales como hermanos. Némesis que quieren destruirse a la vez que se adoran y respetan. El resto de elementos y personajes de la obra son, volviendo al símil del bajo relieve, meros figurantes de una historia que, como viene siendo habitual en el Miller contemporáneo, se centra más en las sensaciones inmediatas provocadas por unas ilustraciones que son un fin en si mismas, que en atrapar a un lector con un relato que es mera excusa para que el creador de Martha Washington se adentre de nuevo en las raíces y las esencias de los mitos y leyendas.

16 de agosto de 2018

Scott Snyder devuelve la grandeza al título central de la Justice League





























Desde principios del siglo XXI, en concreto tras la finalización de la etapa de Joe Kelly, la Justice League no había tenido un título a la altura de la reunión de los héroes más poderosos del universo DC. Ni el intento de retrotraerse a un pasado irrepetible, con la insípida reunión de Chris Claremont y John Byrne o un Kurt Busiek que no ha conseguido levantar el vuelo desde los 90 -exceptuando su Astro City- consiguieron levantar un título que con gente como Chuck Austen estaba abocado a la cancelación. La renumeración de la cabecera con un Brad Meltzer recién salido de su éxito mediático con Crisis de Identidad se saldó con un rotundo fracaso al que no ayudó los mediocres lápices de un inadecuado Ed Benes. Su reemplazo, Dwayne McDuffie no consiguió rematar con éxito algo que si había logrado en la fundamental serie de animación salida del estudio de Bruce Timm y Paul Dini. 






Ya con los nuevos 52, DC arrancó la fracasada línea con un equipo de éxito asegurado. Geoff Johns a los guiones y Jim Lee a los lápices. Pero más allá de records de ventas en sus primeras entregas, poco tardó en darse cuenta el avezado lector que el Johns de la JSA o los primeros compases de su Green Lantern estaba maniatado por quien era la verdadera estrella de la función. Un Jim Lee que a medida que fue abandonando el título, los guiones de Geoff Johns comenzaban a alzar el vuelo, llegando a la excelencia con la Darkseid War que daba por finiquitada los Nuevos 52 pero que demostraba que Geoff Johns todavía tenía mucho que contar, como se puede ver en la actualidad en su Doomsday Clock






En paralelo a esta última y fascinante entrega de Johns, DC le entregó un título como autor completo a Bryan Hitch, para intentar que los personajes recuperaran la iconicidad perdida y consiguiera el inglés devolver el lustre a los personajes como había conseguido una década antes con los Vengadores. La diferencia, que allí Hitch venía acompañado de un Mark Millar en plenas facultades. En cambio, tanto en ese primer serial de nueve ejemplares que se eternizó por los constantes fallos en los plazos de entrega que han hecho irse apagando la luz de uno de los dibujantes fundamentales de la pasada década, como en la serie regular que le entregaron posteriormente dentro del Rebirth, Hitch demostró que era capaz de entregar un trabajo solvente pero nada inspirador. Historias de relleno de pasadas épocas, que no aportaban nada a la historia del grupo, más allá de splash pages inspiradas en algunas ocasiones. Narrativamente, la Justice League se había convertido en el tebeo de la intrascendencia, cuando debía ser todo lo contrario. 






Tuvo que llegar Metal, el gran evento del pasado año en el universo DC, para que Scott Snyder tuviera a su alcance el vasto tapiz del que consta DC Comics, algo que había rozado con la punta de los dedos en su exitosa etapa al frente del murciélago. Así, como epílogo de su Metal, Snyder, acompañado de James Tynion y Joshua Williamson entregaron una miniserie semanal de cuatro ejemplares -Justice League: No Justice- que serviría para dar un puñetazo en la mesa en la manera de trabajar con los héroes más poderosos del cómic. Una miniserie correcta, realzada por el arte de Francis Manapul, que más que avanzar, apuntalaba las directrices que tendría la franquicia una vez terminada la miniserie y que se escindiría en tres títulos de autores y tonos diferentes. Justice League, Justice League Dark y Justice League Odyssey. La primera sería la superheróica y central, guionizada por Snyder con apoyo de James Tynion, la segunda, también de Tynion, se centraría en los aspectos más sobrenaturales del universo DC y la tercera (pospuesta un par de meses por problemas editoriales) y guionizada por Joshua Williamson, se centraría en el aspecto espacial y cósmico. 






En esta entrada nos ocuparemos de la principal. Un serial quincenal que ha alcanzado su quinta entrega y que define perfectamente lo que quiere conseguir Snyder. Algo ambicioso, con el scope cercano a Los Vengadores de Jonathan Hickman, pero más cercano en su aproximación a ese sense of wonder perdido en la gran mayoría de los tebeos de la industria mainstream. Y a tenor de los resultados conseguidos en su primer e interesante arco argumental, Snyder tiene un caballo ganador entre manos. En primer lugar, reúne a los personajes más representativos -la Trinidad formada por Batman, Superman y Wonder Woman-junto a un recuperado y fundamental Detective Marciano que al igual que John Stewart, habían perdido su importancia en un universo DC limitado, sumando a la nueva y mejorada Hawkgirl, recién pulida del evento Metal y los ya sempiternos Flash, Cyborg y Aquaman, cuyo gran salto a la gran pantalla todavía está por ver si funciona.






Pero el verdadero protagonista de la historia es un Lex Luthor al que Snyder equilibra entre los cambios perpetrados por Johns y Jurgens en los últimos años editoriales del personaje, y de nuevo su componente de amenaza fundamental del universo DC, junto a una cohorte de villanos que exudan por todos sus poros la importancia e iconicidad de sus contrapartidas superheróicas. Cierto es que Snyder abruma en sus primeros compases con una cantidad de información, escenarios y conceptos que quizá en una primera lectura dejen extenuado al lector. Pero una vez que la historia comienza a desarrollarse, el lector disfrutará de un tebeo que se siente y se percibe como novedoso e importante. A esa sensación de fiesta y celebración, ayudan el conjunto de dibujantes que acompañan a Snyder en su atrevida aventura: Jimmy Cheung, Jorge Jiménez y Doug Manhke, devolviendo a la serie regular la sensación de lectura fundamental dentro del macrocosmos conformado por el universo DC.

6 de agosto de 2018

Los Increíbles 2 de Brad Bird: Una secuela rutinaria y poco inspirada


















Catorce años han pasado desde que se estrenaran Los Increíbles, el sexto largometraje de animación de Pixar Studios. Una época, principios del nuevo siglo, donde el género de superhéroes estaba comenzando a surgir levemente en la psique de una nueva generación de espectadores y cinéfilos. Sus máximos exponentes, Bryan Singer y Sam Raimi, con sus dos interesantes aproximaciones a los X-Men y Spiderman respectivamente, comenzaban a construir lo que sería una avalancha una década después. Era un buen momento para que Brad Bird, ex-animador de Disney y guionista de Los Simpsons en las primeras temporadas del inmortal show, pusiera su granito de arena en un género tan querido para él, tras su impresionante debut con el largometraje El gigante de hierro cinco años antes. 






Los Increíbles se convirtió, gracias a su perfecta fusión para todos los públicos, del concepto de familia y sense of wonder de Los 4 Fantásticos de Stan Lee y Jack Kirby y la visión crítica ante los vigilantes del Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, en una cinta dinámica e imaginativa, gracias a un pulido guión del propio Bird y una puesta en escena dinámica, repleta de milagrosos y electrizantes planos secuencia, reforzados por perspectivas forzadas que aunaban el ritmo de las piezas de animación de Tex Avery y Warner Bros, con la elegancia y el mood del Superman de Max Fleischer y el Batman de Bruce Timm, más un toque sixties que iba de James Bond a Superagente 86. Todos estos elementos dotaban a la cinta de un tono y un estilo único, convirtiéndola en pieza clave de lo mejor que podía aportar un estudio como Pixar. 






Una década y media después, Pixar, el género superheróico y el propio Bird no están en la misma situación. Pixar, absorbida por Disney, ha puesto por encima la comercialidad ante la originalidad y la calidad, entregando secuela tras secuela de su edad dorada. El cine de superhéroes ya no es la excepción, sino la regla. Y Brad Bird, al igual que su compañero de estudio Andrew Stanton, ha tenido que pagar los platos rotos de su interesante aunque en ocasiones fallido, Tomorrowland, cinta de imagen real y último trabajo de Bird tras las cámaras previo a estos Increíbles, que al igual que el John Carter de Andrew Stanton, se llevó un enorme batacazo en la taquilla mundial. 






Así que Bird ha vuelto a una zona de confort que supo trabajar de manera excepcional, como si no hubieran pasado esos catorce años, tanto en la forma como en el fondo. La cinta arranca allá donde nos quedamos hace década y media, para contarnos el día después de la mejor familia superheróica tras los 4F. Y la idea no está mal, sobre todo si quieres aprovechar a la estrella sorpresa que fue Jack Jack y que aquí se convierte en el salvador de un trabajo donde la desidia y la falta de riesgo y garra son sus peores enemigos. El bebé de la familia aporta, casi como si fuera un Minion de Mi villano favorito, los mejores momentos de una cinta que replica sin tapujos la estructura narrativa y argumental de la primera entrega, intentado adornarla de parábola feminista que si se rasca en su superficie, sirve para entonar levemente el mea culpa de la caída en desgracia de John Lassetter (sin que nadie se lo pidiera) con un discurso post #metoo que cae en muchos momentos en la vergüenza ajena. 






Pero más allá de disquisiciones ideológicas y de género que no entraré, la cinta de Bird peca sobremanera de una desidia que le pasa factura a las dos horas de metraje, excesivo para aquello que nos está contando. Cierto es que la primera entrega duraba aproximadamente lo mismo, pero más allá de su originalidad, que esta secuela fusila sin piedad, Bird entregaba una serie de set-pieces antológicas, que sirvieron de referente para ese épico tercer acto de Los Vengadores de Joss Whedon, donde la composición y planificación de las escenas, a través del plano secuencia y las perspectivas kirbyanas, elevaban la cinta demostrando como se debían trasladar a los superhéroes al séptimo arte. En cambio, esta secuela ofrece una dirección donde Bird se olvida de todo esto, a excepción de los mencionados insertos de Jack Jack, donde volvemos a vislumbrar al director imaginativo y enamorado del medio y del género. Pero son escasos y magníficos momentos, que no consiguen elevar el conjunto de una obra donde el mínimo denominador común en todos los departamentos artísticos, dan como resultado un trabajo competentemente gris, excepcional en su técnica, pero muy pobre en el resto de sus elementos, más si cabe si miramos a las obras que la preceden. Una verdadera lástima y un nuevo ejemplo del cine clónico que abunda en el nuevo Hollywood de las grandes corporaciones.

2 de agosto de 2018

Misión Imposible: Fallout de Christopher McQuarrie: Caída y auge del neo-espía






Hace ya más de dos décadas, la adaptación de la famosa serie de televisión de los años 60 llegó a las pantallas de todo el mundo gracias al empeño de Tom Cruise y su socia Paula Wagner. Unos años 90 donde Tom Cruise equilibró con verdadera maestría el cine de acción junto a otros trabajos y películas que cimentaban su prestigio como actor, más allá de su indiscutible categoría de super-estrella. 22 años después, tanto la carrera de Cruise como la franquicia de Misión Imposible ha cambiado radicalmente. 






En primer lugar, Cruise ha olvidado o abandonado sus intentos de convertirse en un actor respetado y sus trabajos con autores hollywodienses tales como Oliver Stone, Steven Spielberg, Paul Thomas Anderson o Stanley Kubrick y ha intentado con mayor o menor acierto mantener su estatus de estrella, más allá de los envites de la edad y la competencia de las nuevas generaciones. Igualmente, la franquicia protagonizada por Ethan Hunt, ha pasado de dos primeras entregas donde más allá del ferreo control de la producción de Cruise, eran dos vehículos de una era extinta, donde directores con un sello personal aportaban trabajos que aunque eran trabajos de encargo, la fuerte personalidad de sus realizadores dejaban una indeleble impronta autoral en dichos trabajos. Tal es el caso de Brian de Palma y John Woo, directores de las dos primeras entregas de la saga. El primero de ellos supo equilibrar sus geniales delirios barrocos, entregando set-pieces de acción que han quedado en el imaginario colectivo, mientras el hongkonés se cavó su propia tumba con una obra excesiva, donde el imaginario visual de un Woo nunca a gusto con los métodos hollywodienses, se estrellaba de frente con un producto que había sido escrito y re-escrito a mil manos con firmas tan importantes como Robert Towne. A partir de su tercera entrega, Cruise evitó los ataques autorales siendo el amo y señor de la franquicia, contratando a un J.J.Abrams que entregó una competente entrega donde el inexistente sello de Abrams como realizador (más allá de sus efectismos fatuos) daba como resultado "a Tom Cruise film", con todo lo bueno y malo que ello implicaba. Peor resultado obtuvo la siguiente entrega de la franquicia, en manos de un Brad Bird al que el cine de imagen real se le sigue resistiendo, donde más allá de la inspirada escena en Dubai (rascacielos y tormenta de arena) fracasaba en su intento de equilibrar dramatismo con comicidad y fisicidad cartoon






Las cosas cambiaron con la llegada de Christopher McQuarrie a la franquicia en MI5: Nación secreta. McQuarrie, guionista fetiche de Bryan Singer en la primera época del director caído en desgracia y posteriomente reconvertido en más que competente director, coincidió por primera vez con Cruise en calidad de guionista en la desastrosa Valkiria de Synger. A partir de ahí, McQuarrie dirigió su primer largo, Jack Reacher, protagonizado por Cruise. Una competente cinta de acción con toques noir que le puso en el candelero de los nuevos artesanos de un cine de acción americano que necesitaba de directores que entendieran el concepto del plano y del ritmo en una industria donde los excesos y el descontrol estaba haciendo mella en un género repleto de egos desmedidos y poco interesados en aportar al espectador algo más que una experiencia vacía que dejara sin aliento, pero donde la concatenación de planos tuvieran un sentido más allá del efecto montaña rusa descontrolada.

MI5: Nación Secreta se convirtió en una sorpresa más que agradable. Un retorno actualizado de lo mejor de la cinta de DePalma, pero más cercana a las nuevas maneras del cine de acción contemporáneo, con el Batman de Nolan y el Bourne de Greengrass como máximos exponentes. Una cinta que no tenía la impronta autoral de las dos primeras entregas, pero que equilibraba perfectamente su fin último de entretenimiento veraniego, pero sin insultar la inteligencia del espectador. La continuación de la misma, Fallout, devuelve lo mejor de dicha cinta, convirtiéndose no solo en una continuación directa de la misma -novedad en una saga basada en entregas cerradas- sino que a su vez mira y homenajea de manera sutil y elegante el pasado completo de la misma, tanto formal como argumentalmente. 






Fallout se convierte en el Caballero Oscuro nolaniano de Ethan Hunt en sus primeros compases, donde se desmitifica y enfrenta frontalmente a su protagonista con sus propios actos y las consecuencias sociales y personales de dedicarse a un trabajo donde las dos caras del bien y del mal comienzan a fusionarse. McQuarrie plantea un crescendo de tensión constante en los dos primeros actos, que se sustenta en una concatenación de interesantes giros argumentales y escenas de acción excelentemente planificadas que confluyen en el mejor momento de la cinta: la persecución por las calles de París. Hasta ese momento, el espectador es testigo de uno de los blockbusters más interesantes de los últimos años, donde el trabajo de McQuarrie se sitúa por encima de la media en materia de cine de acción y la faceta doble de Cruise como actor/productor entrega al espectador un espectáculo de primer orden que bien merece el precio de la entrada. Lamentablemente, esos excelentes dos primeros actos caen levemente en su tercio final, donde el argumento y los conflictos se resuelven de manera algo convencional y cobarde y la gran set-piece final -con cuatro acciones simultáneas- se vuelve algo irregular y la algo excesiva duración de la cinta comienza a pasar factura al ritmo de la misma. 






Pero más allá de esos leves defectos, Misión Imposible Fallout es una excelente muestra de lo mejor que puede entregar el cine de estudio de gran espectáculo. Dos horas y media de puro entretenimiento inteligente que deja para el recuerdo el control y garra de la dirección de McQuarrie a lo largo de casi todo el metraje y el carisma y profesionalidad de una estrella como Tom Cruise que es capaz de llevar encima de su hombros el peso de una cinta de la envergadura de esta, demostrando que la saga de Misión Imposible sigue teniendo cuerda para rato.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...