17 de septiembre de 2019

Stormwatch: Preludio a Authority de Warren Ellis, Bryan Hitch, Oscar Jiménez y Michael Ryan. La génesis del tebeo de superhéroes del siglo XXI




























A finales de los 90, la industria del tebeo americano había tocado fondo. Tras la resaca dejada por la invasión Image (que dio lugar a una crisis especulativa que casi hundió la industria a base de infinitos números 1, variant covers cromadas y tebeos donde la artificiosidad de las formas habían desembocado en un abismo narrativo sin precedentes y unos tebeos inflados de hype que tras dos o tres números se hundían en ventas por su escasa calidad o directamente por los múltiples retrasos que acarreaban), la industria y sus editores tenían dos caminos a seguir: una vuelta al pasado, como pudo comprobarse con la llegada de escritores como Kurt Busiek y Mark Waid .cuyo mayor exponente serían la iniciativa Heroes Return- que miraban al pasado pre-Miller y Moore, es decir, a los años 70 y primeros mediados de los 80, lo que traería de vuelta momentaneamente a los lectores veteranos y nostálgicos, o mirar al futuro con atrevimiento, de la misma manera que la generación de la segunda mitad de los 80 hizo para colocar a los tebeos en un lugar preeminente dentro de la cultura popular.

Casualidades o ironías de la vida, la salvación y una nueva manera de entender el género de superhéroes, vino de la editorial y los personajes que casi hundieron al mismo: Wildstorm (uno de los sellos de Image, propiedad de Jim Lee y el que quizá entregó sus tebeos más solventes) y un supergrupo de segunda perteneciente al mismo: Stormwatch. Porque la realidad es que del mundo construído por Lee y compañía, el mayor éxito en sus primeros pasos fueron sus Wildcats y en su segunda iteración, la juvenil y siliconada Gen 13 de Jeffrey Scott Campbell. Entre medias, un tebeo llamado Stormwatch, un grupo superheróico gubernamental parte Vengadores y parte Shield, que debido a la poca calidad de sus equipos creativos y la poca integración en el resto de la franquicia Wildstorm pasaba desapercibida entre la ingente cantidad de publicaciones de los locos y cromados 90.



Jim Lee, demostrando de nuevo su inteligente visión empresarial, se dio cuenta que el modelo que había imperado en los 90 estaba a punto de implosionar. Pero también percibió que el modelo retro impuesto por Waid y Busiek no tenía demasiado recorrido más allá de recuperar un aroma perdido. Su decisión, como ya había hecho previamente con sus Wildcats, entregándoselos a ni más ni menos que a Alan Moore, fue ofrecerle la serie regular de Stormwatch a un nuevo talento también proveniente del viejo continente, Warren Ellis. Un guionista inglés que ya había intentado entrar en el mainstream, de la mano de Marvel y tebeos y personajes tan dispares como Excalibur o Thor, que no había conseguido despuntar, sobre todo porque las etapas que tuvo a su disposición se encontraban en ese interín de la casa de las ideas entre la imagización de su universo y su forzado retorno al clasicismo. Más suerte tuvo en DC Comics, de la mano del sello Helix con Transmetropolitan, su ácida distopía futurista que bien sirvió y sirve como espejo no tan distorsionado de los conflictos contemporáneos, ya sean políticos como sociales. Esa mirada áspera y cruel es la que impuso en su acercamiento a un Stormwatch que gracias a su condición de tábula rasa, le permitía al guionista acercarse a ellos con la misma osadía y arrojo con la que Alan Moore reinterpretara a La cosa del pantano, Frank Miller a Batman y Daredevil o Chris Claremont a La Patrulla X.

En su primera intentona, el todavía primer volumen de Stormwatch, Ellis tuvo la desgracia de tener como compañero de batalla a un cumplidor pero escasamente brillante Tom Raney a los lápices. Pero si que fue una etapa en la que pudo comenzar a desarrollar todos y cada uno de los conceptos que explotarían posteriormente. Ese momento coincidió con la llegada tanto del volumen 2 de Stormwatch -recopilado en el volumen editado recientemente por ECC Ediciones- como sobre todo con la llegada del británico Bryan Hitch a los lápices de la colección. Este último, al igual que Ellis, había comenzado de manera titubeante en la industria mainstream, considerado meramente como un émulo o trasunto de Alan Davis. Pero es en Stormwatch: Preludio a Authority donde tanto el talento y las capacidades de Ellis como Hitch explotan. Un trabajo que se convierte en referente total y primer paso de una nueva manera de entender el tebeo de superhéroes mainstream y que ha acabado redefiniendo tanto a autores como a editores e industria hasta el día de hoy. No podemos entender el trabajo de autores como Brian Michael Bendis o Mark Millar, u obras como The Ultimates, Kick Ass, Powers o Civil War, sin mirar a su referente más evidente.



El éxito de la propuesta, fusionar dos conceptos en apariencia total y completamente antagónicos: la deconstructiva y cínica mirada “high brow” de Moore, Miller o Milligan, con la espectacularidad formal y cromática, en formato scope y DTS digital que lograba aunar sin despeinarse el trazo de un Bryan Hitch que miraba como referentes tanto a los hiperbólicos e hipermagnificados escorzos de Jack Kirby, como al trazo majestuoso de un John Buscema fusionado con la estilización gráfica de Alan Davis, pasando por los excesos de ruido y furia de los enfants terribles de los 90, ya fueran Jim Lee o Marc Silvestri. El resultado, un tebeo que marcó la pauta a seguir de los tebeos del siglo XXI, que dio pie al que seria el tebeo que daría definitivamente la bienvenida del género superhéroico al siglo XXI: The Authority, continuación directa de este Stormwatch: Preludio a Authority y que al igual que Jenny Sparks -personaje creado por Warren Ellis para estos Stormwatch/Authority- se convierte en el verdadero espíritu y zeitgeist de los tiempos.

10 de septiembre de 2019

Los Picapiedra de Mark Russell y Steve Pugh: Irreverente y lúcido cartoon



























Una de las grandes sorpresas que nos ha dado la industria del cómic americano mainstream de los últimos años ha llegado del lugar más inesperado. En primer lugar, porque proviene de ese sub-género en el que se han convertido los tebeos provenientes de franquicias cinematográficas, televisivas o videojuegos, que en la gran mayoría de las ocasiones entregan tebeos referenciales y reverenciales, que suplen su escasa calidad y riesgo, a partir de la seguridad que proporciona una base fiel de seguidores. En segundo lugar, porque la procedencia del material proviene de una estupenda serie de animación emitida entre 1960 y 1966 por el estudio Hanna Barbera y que intentó con escasa fortuna, dar el salto a la imagen real y a la pantalla grande en 1994 con un largometraje que infrautilizaba el carácter satírico y punzante del original y que sirvió de inspiración dos décadas más tarde para Los Simpson: Los Picapiedra.

Ahora, el guionista Mark Russell y el dibujante Steve Pugh, entregan una obra brillante que lleva un paso más allá los preceptos de esa blanca ironía de la que hacía gala el serial original -no lo olvidemos, un producto para todos los públicos- imbuyéndolo de una mirada estrictamente contemporánea, en la que cabe la parodia de un presidente de escasas luces y homólogo de  Donald Trump, la perversión y explotación del arte moderno, el matrimonio homosexual, el origen de las religiones corporativas, la explotación laboral, el consumismo o la explotación animal. Una mirada esta última, donde Russell demuestra que además de ser capaz de la parodia y la crítica social y política más cáustica, es capaz de remover las entrañas y el corazón de los lectores, en su mirada emotiva y sensible a un mundo animal que aquí se convierte en el precursor de los electrodomésticos de usar y tirar.



Las formas para llevar a cabo esta brillante reinterpretación de un material previo e inofensivo para la mirada contemporánea, es conjugar los elementos formales del pasado -la estructura episódica y auto-conclusiva, la aparente apariencia del arquetipo en los integrantes del relato -junto a unas maneras audiovisuales plenamente contemporáneas -el desarrollo de un arco narrativo en forma de temporada de serial por cable, la mirada cáustica del mejor Daniel Clowes o Peter Bagge, o el arte de un Steve Pugh que funde el toque caricaturesco de por ejemplo la dibujante Amanda Conner con el realismo estilizado de las figuras de Yanick Paquette- dando como resultado un trabajo único y lúcido. Lúcido porque realiza una radiografía terroríficamente certera del mundo que habitamos a día de hoy, mostrando sin paños calientes las atrocidades que cometemos los unos con los otros, los errores repetidos una y mil veces a lo largo de la historia de la humanidad, distanciándose objetivamente, al igual que el alienígena que les observa y estudia desde la ficción, pero a la vez mostrando una ternura y sensibilidad que contrasta y complementa al mismo tiempo las partes más cruentas del relato, equilibrado por una paleta de colores pastel que traen al recuerdo el arte de la serie original.

En definitiva, una de las mejores muestras de humor satírico que se pueden encontrar en el mercado del cómic americano. Una perfecta fusión entre homenaje al pasado y mirada al presente, que sabe sacar partido y diseccionar a unos personajes arquetípicos y que el paso del tiempo los habían fosilizado tanto como nuestros recuerdos de los mismos. Una sátira tan punzante como tremendamente sensible, dos polos contrapuestos que dan como resultado un trabajo único. 

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