21 de julio de 2018

The Man of Steel de Brian Michael Bendis y vv.aa.: Algo viejo, algo nuevo



Al igual que hace ya más de treinta años, Superman, el icono de DC Comics en particular y de la industria de los cómics de superhéroes en general, abre siempre el paso de una renovación del género. A mediados de los años 80 fue la llegada de John Byrne a DC Comics, tras su espantada de Marvel debido a sus múltiples problemas y disensiones con Jim Shooter -editor in chief de la casa de las ideas en esos momentos- la que trajo una renovación y una calidad necesaria a una editorial que había desatendido a sus primeras espadas. Ahora, el revulsivo es la llegada de Brian Michael Bendis a la editorial y al personaje tras casi dos décadas de dedicación exclusiva a Marvel Comics. Y de nuevo, su llegada al Hombre de Acero, al igual que la de John Byrne, es a través de una miniserie de seis ejemplares, titulada The Man of Steel, como preámbulo a una etapa, dividida entre ambos títulos (independientes, pero a la vez co-dependientes) como son Superman (renumerada de nuevo para la ocasión) y Action Comics (que exhibe con orgullo su prolongada numeración). 






Pero si Byrne llegó para hacer borrón y cuenta nueva (eran los tiempos post-Crisis) renovando y modernizando el origen del Hombre de Acero desde cero, la situación de Superman, DC Comics y el propio Bendis no es la misma. En primer lugar, DC Comics está en un buen momento creativo, con títulos, líneas editoriales y autores interesantes, de los que este Superman solo es la guinda del pastel. Y en cuanto al último hijo de Krypton, el personaje viene de dos etapas que han sido bien recibidas tanto por público como crítica, las correspondientes a Peter Tomasi y Patrick Gleason en Superman y la de Dan Jurgens en Action Comics. A partir de ahí, Bendis elabora su miniserie entre dos líneas temporales: aquella que funciona desde el pasado y que desarrolla y lleva a un nuevo punto de partida, aunando los elementos más importantes de las etapas de Tomasi y Jurgens y que funciona a través de los seis ejemplares como flashbacks donde Bendis hace un excelente uso de su herramienta más conocida y a la vez polémica, el “decompressed storytelling”. En cambio, el presente del personaje le sirve a Bendis como nuevo tapiz donde desarrollar aquello por lo que se le ha contratado: nuevos arcos argumentales, nuevos personajes (con preponderancia de personajes femeninos poderosos y fuertes, marca de la casa Bendis) y nuevas amenazas como ese tan publicitado como Rogol Zaar (diseñado para la ocasión por Jim Lee) y que más allá de sus apariencias, es una amenaza mucho más interesante e inteligente que su aspecto post-Doomsday y noventero pueda aparentar a simple vista. 






Bendis demuestra su conocimiento del personaje, en un primer ejemplar que sienta las bases de un Superman positivo, humano y faro de luz, tanto en su identidad secreta como superheróica, consiguiendo que el lector se sienta de nuevo como en casa, para inmediatamente después le rompa los esquemas, en un ejercicio de retro-continuidad muy interesante, desmontado, destruyendo o mutando todos aquellos elementos icónicos del personaje y su universo. Y todo ello sin derribar aquello que han construido sus predecesores, manteniendo la personalidad y el tono que han convertido a Superman en icono imperecedero y a su vez, entregando lo mejor de un estilo Bendis que quizá ya le estaba pasando factura en Marvel por agotamiento creativo. 






Si todos estos elementos no son suficientes, los artistas que acompañan a Bendis en la miniserie de seis ejemplares de cadencia semanal son tanto hot artists contemporáneos como Ivan Reis (dibujante que le acompañará en la serie regular de Superman) o Jason Fabok, dibujantes actuales que merecen un mayor reconocimiento mediático como Ryan Sook o Evan Shaner o viejos y amados conocidos de la década de los 80 que no se prodigan todo lo que le gustaría al aficionado como Kevin Maguire y Adam Hughes. 






Todos ellos entregan un tebeo que es una excelente muestra de todo lo bueno que puede ofrecer el tebeo de superhéroes mainstream. Un trabajo que tiene un pie en el pasado pero que tiene la mirada dos y tres pasos más allá en el futuro. Un tebeo repleto de lugares conocidos en una primera instancia para ser luego derribados y modificados en un abrir y cerrar de ojos para dejar un nuevo mapa cartográfico para el personaje, donde todo es posible. 



18 de julio de 2018

Green Lantern Sector 2814 de Len Wein y Dave Gibbons: Humanizando y Marvelizando el universo DC tradicional




















La irrupción de Marvel Comics de la mano de Stan Lee y Jack Kirby al panorama del cómic book americano a principios de los años 60, fue un revulsivo pocas veces visto hasta el momento en una industria americana que recientemente venía del contraproducente efecto de La seducción del inocente de Frederic Wertham. DC Comics, que había monopolizado el sector en lo que ha venido a denominarse Golden Age del cómic americano, comenzaba tímidamente a recuperar su status en la recién llegada Silver Age con títulos como el nuevo Flash de Gardner Fox y Carmine Infantino, la Liga de la Justicia de América o Hal Jordan, el nuevo y reinterpretado Green Lantern, tanto en forma con en fondo. 






Pero Marvel Comics trajo al género superheróico un elemento del que carecía el universo DC. En Marvel, lo importante eran las personas que estaban dentro del traje de spandex, sus ilusiones, sus problemas…en definitiva, el hombre detrás de la máscara. En cambio, en DC Comics, el carácter icónico de su panteón de dioses dilapidaba cualquier atisbo de introspección en las psiques los mismos, ya fuera de manera lúdica o profunda. Y así, Marvel Comics consolidó su posición como la gran editorial superheróica a lo largo de los años 60, 70 y principios de los 80, momento en el que el Green Lantern de Wein y Gibbons apareció en los quioscos americanos, un año antes de que las Crisis en Tierras Infinitas llevaran al universo DC a revolucionar el cómic americano de la misma manera que Lee y Kirby lo hicieran en los 60. 






Antes de ese revulsivo, no fue casual que ese leve intento de acercar al mundo terrenal a los anteriormente representados como dioses hiératicos, llegara de la mano de jóvenes guionistas que venían de mutar el tebeo de superhéroes en los años 70 como sucesores de Stan Lee. El primero de ellos fue Marv Wolfman que consiguió situar tanto en las listas de venta como en el corazón de los lectores, un tebeo tan fresco y moderno como fueron Los Nuevos Titanes, consiguiendo rivalizar en popularidad con la segunda génesis del tebeo más importante de los años 70 y 80, La Patrulla X. Casualidades de la vida, el autor encargado de dicha obra en sus primeros compases fue Len Wein, aunque fuera sustituido casi inmediatamente por Chris Claremont y el resto se convirtiera en historia. Pero Wein fue el autor que creó al famoso Lobezno o mutantes icónicos como Tormenta, Rondador Nocturno o Coloso. Dicho autor fue el guionista encargado de revitalizar a Hal Jordan, el héroe creado en la Silver Age y que necesitaba conquistar con un tono y una narrativa más moderna a aquellos aficionados que consideraban a DC la editorial de sus padres y abuelos. 






En este primer volumen que recopila la etapa de Len Wein junto al dibujante Dave Gibbons, recién llegado de 2000 AD y dos años de inscribirse con letras de oro en la historia del cómic con Watchmen junto a Alan Moore, Wein arranca, como buen guionista de la Bronze Age, minutos después de la anterior etapa, para construir en base a esta e ir demoliendo paso a paso todo lo viejo e ir construyendo todo lo nuevo. Si las series DC clásicas hacían interactuar muy levemente al resto de integrantes del universo dentro de las series regulares de cada personaje, casi como compartimentos estancos, aquí el lector es testigo de que Hal Jordan vive y respira en el mismo universo que el resto de héroes de DC Comics. Wein también le da más importancia a los problemas personales de Hal Jordan que a su alias como portador del anillo, y casi como si hubiera mutado en Peter Parker/Spiderman, los problemas del héroe comienzan a hacer mella en las relaciones personales y laborales de su identidad civil. De idéntica manera, la estructura clásica que hasta el momento mantenía el serial, heredada de los tiempos de la Golden y Silver Age, de episodios auto-conclusivos, daba paso a un serial que iba atrapando al lector a través de un entramado de tramas principales y secundarias, junto a un reparto de viejos y nuevos personajes. A su vez, la habilidad de Wein para congelar la acción en la última viñeta de cada ejemplar, con un cliffhanger de órdago realzado por el clásico y a la vez moderno arte de Gibbons, imposibilitaban que el lector no volviera al mes siguiente para averiguar que estaba ocurriendo en uno de los años más movidos que ha vivido el portador del anillo esmeralda en su larga historia editorial. En definitiva, una notable etapa, precursora de la explosión creativa y modernizadora de la DC post-Crisis que sirvió como punto de partida al que han vuelto a lo largo de las tres décadas posteriores, editorial, autores y personaje. Un tebeo honesto y ligero a reivindicar.

16 de julio de 2018

El Castigador: Círculo de Sangre. Recuperando uno de los títulos emblemáticos de la Marvel de los 80
























Hace ya más de treinta años, cómics Forum editaba el material de Marvel Comics, convirtiéndose en la puerta de entrada para una nueva generación de aficionados españoles. Pero aunque gracias a dicha editorial y posteriormente ediciones Zinco con el material de DC Comics, el mercado editorial de cómics en España es el que es en la actualidad, en su momento cometieron graves errores editoriales que han sido subsanados en la actualidad. Ocurrió en concreto con dos obras fundamentales, no solo de la Marvel de los 80, sino del cómic americano de dicha época: Daredevil Born Again de Frank Miller y David Mazzuccheli y El Castigador: Círculo de sangre de Steven Grant y Mike Zeck. La primera de ellas, obra cumbre, epílogo y hasta ese momento punto final de la reconstrucción del personaje creado por Stan Lee y Wally Wood de la mano de Frank Miller, fue publicado como complemento fragmentado en la colección regular que Forum publicaba de Spiderman, exactamente junto a los pocos acertados y mediocres primeros ejemplares del nuevo título del arácnido, Web of Spiderman, de David Micheline y Alex Saviuk. No hace falta decir que nadie recuerda esa etapa de Spiderman y absolutamente nadie puede olvidar el impacto que produjo la caída a los infiernos y posterior renacimiento del protector de la cocina del infierno. 






Idéntica suerte tuvo la miniserie El Castigador: Círculo de sangre, que fue también publicada de complemento en la colección Marvel Héroes, una serie antológica donde Forum decidió englobar las limited-series más actuales (el formato de moda en los 80) que Marvel Comics estaba publicando en Estados Unidos. El Castigador compartió también, de manera fragmentada, las páginas de dicha colección con trabajos tan mediocres como la miniserie Kitty Pryde y Lobezno de Chris Claremont y el inefable Al Milgrom. Todos los aficionados compraron el primer ejemplar por la muy publicitada miniserie que reunía a Kitty y Lobezno en Japón, pero siguieron comprándola fielmente por una serie complementaria que dejó al fandom en shock por su atrevida -para la época- temática, violencia y puesta en escena. 






El Castigador: Círculo de sangre también lo tuvo complicado para que viera la luz en su país de origen. El vigilante, creado por Gerry Conway, diseñado por John Romita Sr. y cuya primera aparición tuvo lugar en Amazing Spiderman 129 en la década de los 70, tuvo un arduo camino para convertirse de villano a antihéroe fundacional e icónico de los años 80. Los motivos, un Comics Code y una moral editorial que no se sentía cómoda con un vigilante urbano cuyos expeditivos métodos solo podían tener sentido como villano y antagonista de los héroes de la editorial. 

Todo eso cambió con la llegada de Círculo de sangre, una miniserie de cinco ejemplares publicada entre finales de 1985 y principios de 1986, donde Steven Grant ponía nombre y apellidos al personaje -Frank Castle- y presentaba un trabajo que al igual que el Born Again de Miller y Mazzuccheli, llevaba un paso adelante a un género y una industria que no sería la que conocemos actualmente (para lo bueno y para lo malo) sin estos trabajos fundacionales. 






El trabajo de Grant y el éxito de la miniserie no puede entenderse sin su compañero gráfico, Mike Zeck, recién salido del éxito de las primeras Secret Wars de Jim Shooter. El dibujante entrega un trabajo fastuoso, sobre todo en su primer ejemplar, rompiendo la planificación de página tradicional de la época y planteando una estructura de dos, cuatro y sobre todo tres paneles panorámicos, -más storyboard cinematográfico que narrativa gráfica heredera de Jack Kirby o John Buscema- donde los picados y contra-picados realzaban la visión paranoica y de blancos y negros de la mentalidad de un Frank Castle que gracias a los acerados guiones de Grant, realzados por una voz en off que se convirtió en marca personal del personaje, reconvertía este universo en cuatricomía de héroes y villanos, en un escenario donde la corrupción gubernamental e institucional y la muerte y la violencia sin sentido era más cercana a la América contemporánea que el resto de títulos de la casa.

Este camino de violencia y muerte que convirtió a Castle en el personaje más reconocible de la Marvel de la segunda mitad de los 80 junto a Lobezno, tuvo su génesis en una miniserie donde la lentitud de Zeck como dibujante le acabaría pasando factura a la misma, bajando progresivamente el nivel de detalle en cada ejemplar publicado, hasta llegar a un quinto ejemplar donde tanto Grant como Zeck desaparecen y el capítulo final de la seminal historia queda en manos de los mucho menos competentes Jo Duffy y Mike Vosburg. Pero estos detalles no empañan un tebeo que ha envejecido excelentemente, una vez leído tres décadas después, gracias al carácter mitológico e icónico de un Frank Castle convertido en un ángel de la muerte tan letal como tremendamente humano y un trabajo gráfico obra de Zeck que quizá se encuentre entre lo mejor de toda su carrera. 






Tres años después, el equipo creativo se volvió a reunir en El Castigador: Retorno a la Gran Nada, una Marvel Graphic Novel donde Grant presentaba un relato narrado a dos tiempos donde veíamos una parte importante del pasado de Castle en Vietnam, que servía tanto para humanizar al personaje como para presentar la faceta más frágil del mismo, conduciéndonos a un presente donde de nuevo el guionista trataba temas cercanos a la realidad contemporánea de la época, tales como el tráfico de heroína y las verdaderas razones de la intervención americana en la guerra de Vietnam. 

Mike Zeck entrega de nuevo un excelente trabajo gráfico -elevado tanto por un color superior como por las calidades de impresión del formato novela gráfica-que aunque superior en algunos aspectos a su precursora, no consigue entregar composiciones de página o viñetas concretas, con la carga legendaria e icónica que si tuvo la primera miniserie, algo que no ha evitado que se haya convertido en digna heredera de la obra original. 






Ambos trabajos han sido reeditados de nuevo por Panini Comics en un volumen en tapa dura titulado El Castigador: Círculo de sangre, que además de publicar en papel de alta calidad el material original recientemente restaurado por Marvel Comics en su país de origen, complementa el volumen con unas algo excesivas 100 páginas de material extra donde podemos ser testigos de páginas originales a lápiz de la miniserie original, pin-ups de El Castigador pertenecientes a portfolios de los 80 y 90 de Mike Zeck o un epílogo del propio Steven Grant. En definitiva, una edición de lujo para un trabajo que representa perfectamente la evolución y ruptura del cómic de superhéroes americano de los años 80 y su influencia posterior.

15 de julio de 2018

Mary Shelley de Haifaa-al-Mansour: Fallida relectura en clave feminista de la creadora de Frankenstein






















En su primer trabajo en suelo occidental, el nuevo trabajo de Haifaa-al-Mansour -una de las directoras más conocidas y más controvertidas de Arabia Saudi- pretende acercarse a la legendaria figura de Mary Shelley y su atormentado romance con el poeta Percy Shelley, al estilo de la reinterpretación contemporánea de la María Antonieta que Sofía Coppola realizó hace ya más de una década. 





Esa relectura feminista, tan necesaria e inteligente es, a priori, una interesante aproximación a la creadora de uno de los mitos más imperecederos de la historia de la literatura. Y sin ser la figura central del biopic, el monstruo de Frankenstein y su dramática odisea en busca del respeto, el amor y la aprobación le sirve a la directora como metáfora del camino de espinas de una Mary Shelley interpretada con acierto y convicción por Elle Fanning. Pero más importante que el monstruo de la ficción es la relación de Shelley con los dos hombres de su vida: su autoritario padre y sobre todo el poeta Percy Shelley, que al igual que Lord Byron, no salen muy bien parados en este biopic de factura impecable pero escasamente inspirado. 






El problema, que aunque los valores de producción consiguen sumergir al espectador en la Inglaterra de finales del siglo XIX, la labor de puesta en escena de Mansour peca de los mismos defectos que otros biopics recientes y a priori interesantes, tales como Professor Marston and the Wonder Women (centrado en la biografía de William Marston Moulton, creador de Wonder Woman) o Rebelde entre el Centeno (biopic de J.D.Salinger): su falta de inventiva, garra y riesgo. Por lo que esta Mary Shelley y los dos títulos mencionados anteriormente necesitan someterse a la dictadura de un guión que en ninguno de los tres casos, consigue ir más allá de la superficie, de aquellos temas que se plantean en sus primeros acordes. 






Mansour destaca sobre todo en su acto final, donde rompe la leyenda de la invención de Frankenstein en una noche tormentosa en la mansión de Lord Byron y es en este enclave donde la película -ya demasiado tarde- comienza a adentrarse en las psiques y relaciones de unos liberales nihilistas que viven en un círculo vicioso de auto-complacencia y desgana eterna. Es en este momento donde la película vuelve a mirarse frente a frente con el tercer acto también de la María Antonieta de Coppola y su representación de unos jóvenes de final de siglo con mucho tiempo libre y escasa fe tanto en si mismos como en el mundo que les rodea. 





Por supuesto, como todo biopic convencional, el tramo final de la cinta le sirve a Mansour para darle un hálito de esperanza a la batalla por el reconocimiento -como artista y sobre todo como mujer- de Mary Shelley. Un correcto pero insuficiente canto del cisne para una obra que en ningún momento consigue elevarse aunque lo intente. Lamentablemente, la escritora de una de las más grandes novelas de la literatura se merecía mucho más.

9 de julio de 2018

Ant-Man y La Avispa de Peyton Reed: Humildemente brillante




















Tras el rien ne va plus que ha significado el estreno de Avengers: Infinity War hace escasos dos meses y medio -título que ha llevado al universo Marvel cinemático en particular y al cine de superhéroes y gran espectáculo en general a los límites del blockbuster veraniego- la llegada de la secuela de Ant-Man, el sleeper del universo Marvel que se estrenó hace ya tres años, lo tenía difícil para poder acercarse siquiera a la orgiástica épica del mastodonte realizado por los hermanos Russo.



Pero Peyton Reed y Marvel Studios vuelven a demostrar su inteligencia a la hora de aportar distintos sabores, texturas y cantidades a sus productos superheróicos, entregando Ant-Man y La Avispa, un ligero entretenimiento que en su sencillez y falta de pretensiones tiene sus mejores bazas. Si su primera entrega fue una bocanada de aire fresco que consiguió convencer hasta a los más escépticos que añoraban que habría sido del personaje en manos de un director mucho más personal y original como Edgar Wright, esta secuela supera en todos los aspectos a su correcta primera entrega. En primer lugar, Reed plantea pocas pero intensas escenas de acción, donde el sentido de la planificación y el juego de proporciones entre los distintos tamaños de los protagonistas del relato dan pie a originales e inteligentes soluciones visuales, que en estos tiempos de abigarramiento digital, se convierten en un soplo de aire fresco.



De idéntica manera, Reed equilibra el drama familiar de los Pym y de los Lang, ofreciendo un equilibrado tiempo de pantalla para todos los protagonistas del relato sin dejar de lado a la némesis del relato, que de nuevo demuestra la evolución de los villanos en el universo cinemático Marvel, asignatura pendiente del mismo hasta esta fase 3. Brillan con luz propia un motivado Michael Douglas de nuevo como Hank Pym y la breve pero intensa y fundamental aparición de una recuperada Michelle Pfeiffer. Pero aun con el carisma de las dos estrellas de Hollywood, estas no consiguen empañar a las verdaderas estrellas de la función, Paul Rudd y Evangeline Lilly que de nuevo demuestran su química en pantalla, convirtiendo en algunos momentos la cinta en un trasunto de screwball comedy.



En definitiva, un entretenimiento ligero y familiar, cuyas únicas pretensiones es entregar un relato de aventuras, pero que gracias a esta falta de pretensiones y el excelente trabajo de dirección de Reed, cinsiguen elevar a este Ant-Man y La Avispa por encima de la gran mayoría de mamotretos veraniegos que abruman por su densidad y sus excesos de pretensiones.

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