28 de noviembre de 2018

DC Comics Bombshells: Reclutadas de Marguerite Bennet, Marguerite Sauvage y VV.AA. Mercadotecnia inteligente





















Es curioso como surgen algunos conceptos de éxito. DC Comics Bombshells no es un proyecto original salido de las páginas en cuatricomía de los comic books, sino que surgió a partir de una línea de figuras y estatuas perteneciente a la línea DC Collectibles que a su vez provienen de unos diseños originales fan fiction -basados en propiedades de DC Comics- realizados por la artista Ant Lucía. Dichos diseños, que reinterpretaban a las heroínas DC como iconos pin-ups, fueron descubiertos por DC Comics, que decidieron, a partir de dichos conceptos, encargar al escultor Tim Miller que desarrollara la mencionada línea. 






Visto el éxito de estas nuevas interpretaciones del panteón, tanto clásico como moderno, de heroínas de la editorial, DC decidió publicar una serie regular -aparecida primero como capítulos de 10 páginas de manera digital y luego reproducidas al poco tiempo en comic-books- en la que estos conceptos que no pasaban de la mera interpretación, se convirtieran en protagonistas de una nueva versión Elseworlds del universo DC. Un universo DC donde la aparición de seres superpoderosos se dio en los albores de la segunda guerra mundial y donde solo existen figuras femeninas en el panteón superheróico. 






Ya que este nueva versión alternativa de la historia de DC Comics se planteaba desde una perspectiva femenina y feminista, es lógico que la persona encargada de llevarlo a cabo fuera mujer, en concreto la guionista Marguerite Bennet. Junto a ella, un escuadrón de algunas de las artistas femeninas más prestigiosas de la actualidad, encabezadas por Marguerite Sauvage, plantearían un escenario que aunaría una visión divergente tanto del origen del universo DC como de los acontecimientos ocurridos en la segunda guerra mundial. 



El resultado: un inteligente e interesante what if que demuestra que las versiones alternativas de DC sigue siendo un caldo de cultivo excelente para desarrollar la creatividad. Bennet, apoyada en un formato seriado limitado a 10 páginas por capítulo, ofrece un amplio escenario que va desde la Nueva York de principios de los 40 a la Rusia comunista, pasando por Themyscira, la isla de las amazonas, para redefinir iconos y personajes femeninos tan usados y conocidos como Supergirl, Wonder Woman, la reciente Batwoman o Batgirl y Harley Quinn, de una manera fresca e inteligente, sin perder en el proceso aquellos elementos esenciales que las hacen seguir siendo tan contemporáneas como en el momento de su creación. Bennet arropa a estos modelos de empoderamiento femenino de un background y un escenario donde la historia del mundo real se fusiona con maestría con las múltiples capas, tonos y escenarios del ingente universo de la editorial. Si a eso le sumamos una calidad gráfica media-alta tenemos como resultado uno de los tebeos más originales y creativos de los últimos años de la editorial y ejemplo de que las buenas historias y los buenos tebeos pueden aparecer desde los lugares más insospechados.

21 de noviembre de 2018

Batman: Extrañas apariciones de Steve Englehart y Marshall Rogers. ¿El Batman definitivo?





























Aunque Denny O’Neil y Neal Adams reinventaran al hombre murciélago a principios de los años 70 -tras un periplo pop que casi terminó con su figura oscura y siniestra primigenia- cierto es también que la labor de los autores del seminal Green Lantern y Green Arrow llevaron por otros derroteros al personaje, muy alejado de sus orígenes como vigilante de la ciudad de Gotham City. La premisa de O’Neil y Adams, recuperada parcialmente por el Batman cinematográfico nolaniano era convertir al personaje en algo más que un vigilante urbano, casi un James Bond superheróico internacional, más cercano a figuras como Doc Savage. Pero en una DC de capa caída en los años 70, con una Marvel Comics que se había comido el pastel del mercado y con los mejores autores a su disposición, tuvo la suerte de atraer a un guionista, Steve Englehart -salido precisamente de Marvel Comics- que supo fusionar con acierto la introspección emocional asociada a los personajes Marvel, con el estilo de trabajo de DC Comics -guiones cerrados frente al estilo Marvel implantado por Stan Lee- para acabar entregando una corta pero intensa etapa al frente de Batman que la convirtió en una suerte de compendio del pasado y Batman definitivo en el que fijarse los autores del futuro.

El triunfo de la corta pero intensa etapa de Steve Englehart -que ha servido de referencia para trabajos posteriores tan diferentes como la serie de animación de Bruce Timm, el primer Batman de Tim Burton o la actual etapa de Tom King - se basaba en dos elementos esenciales: la introducción de un componente emocional y personal al personaje de Batman, dando la misma relevancia al cruzado de la capa y a su alter ego Bruce Wayne (aquí mucho más que una máscara del señor de la noche) gracias a su relación amorosa con Silver St Cloud, emparentándolo con los problemas sentimentales de Peter Parker, junto a una reinterpretación en clave moderna del panteón de villanos del personaje. Englehart consigue, en escasos diez ejemplares, desarrollar una historia de amor imposible, con cada una de las fases de la misma evolucionando intensamente en cada ejemplar de la etapa. En paralelo y sin que ninguna de las dos tramas se entorpezcan, sino que se complementan, reinterpreta clásicos de la golden age del personaje, tales como los hombres monstruo de los primeros Detective Comics o la figura de Hugo Strange. Historia que serviría casi 15 años después para que Doug Moench y Paul Gulacy entregaran uno de los mejores relatos del personaje, Presa, publicado en Leyendas de Batman. De la misma manera, Englehart dilata en dos comic books de 17 páginas, la primera aparición de el Joker aparecida en el primer ejemplar de la serie regular de Batman, reintroduciendo al personaje en la bronze age y sirviendo de nuevo a posteriores interpretaciones del personaje, ya sea en Batman: La broma asesina de Alan Moore y Brian Bolland o la ya mencionada serie animada de Bruce Timm. A su vez, Englehart consigue transformar en un icono de la era moderna a Deadshot, a un personaje olvidado del pasado de la editorial, convirtiéndole en un fan favourite y abriendo el camino a John Ostrander para su futura serie regular de otra reinterpretación de material clásico, la serie regular del Escuadrón Suicida






Pero todos estos hallazgos de Englehart no se habrían convertido en lo que son si no fuera por la pareja creativa a la que fueron asociados sus acertados guiones e interpretación del personaje, que aunaba tanto su faceta de vigilante como la de detective: Marshall Rogers. Y aunque en sus dos primeros ejemplares estuvo acompañado por un todavía tosco y primitivo Walter Simonson, a partir del tercer ejemplar, coincidiendo con la historia de Hugo Strange, Marshall Rogers y su estilo deudor del art nouveau, dieron como resultado un ultimate Batman, tan tenebroso como heróico y unas bellas y etéreas figuras femeninas representadas en Silver St Cloud, deudora del legado femenino de un John Romita poseído por Alphonse Mucha. 






En definitiva, uno de los tebeos imprescindibles del hombre murciélago y ejemplo de que mucho antes de que la sombra de Miller lo inundara todo, DC Comics fue capaz de reinterpretar con estilo y  aires modernos a un personaje cuya sombra pop e irreverente parecía haberle condenado a la parodia.

6 de noviembre de 2018

El árbol de la sangre de Julio Medem: Fallida épica lírica




















Después de trabajos de encargo que se alejaban de sus constantes temáticas que no formales, tales como Habitación en Roma (2010) o Ma ma (2015), Julio Medem regresa con El árbol de la sangre a su particular y personalísimo universo que tan buenos resultados le dio a finales de los 90 o principios de los 2000 con títulos como Lucía y el sexo (2001) o Los amantes del círculo polar (1998). Universos donde lo lírico y la piel de toro se dan la mano para ahondar en las pulsiones más primitivas del ser humano. Melodramas donde el salvajismo y pureza de la naturaleza es confrontada con una civilización vil y mezquina. 






El árbol de la sangre es el súmmum y compendio de lo que se entiende como universo Medem, con todo lo bueno y malo que ello conlleva. Sexo pasional con tendencia al placer lésbico visto desde una perspectiva masculina heterosexual, melodramas excesivos contados aleatoria y caprichosamente a través de diferentes tiempos y puntos de vista y metáforas aparentemente poéticas y en ocasiones sumamente burdas. Hay que sumarle a todos estos elementos el significativo detalle de que Medem, para bien y para mal, es incapaz de filtrar y dar un equilibrio al batiburrillo de tonos y formas que componen sus excesivas obras y su escaso sentido del humor hacen que las forzadas tramas argumentales y las constantes casualidades y causalidades del relato provocan el efecto contrario al deseado. Pero en honor a la verdad, aunque fallida, este El árbol de la sangre devuelve al Medem primigenio, un autor que aunque sus excesos le pasan factura, hay que reconocerle su quijotesca lucha, por entregar su particular y preciosista visión de lo que tiene que ser el arte del cine, aunque en su enconada lucha, muera en el intento.

3 de noviembre de 2018

Quién te cantará de Carlos Vermut: Retrato de mujer con gótico de fondo






















Tras un primer largometraje de escasos medios y amplísimo talento -Diamond Flash- donde Vermut aunaba su espíritu cínico con los códigos temáticos del género superheróico y el giallo y una segunda cinta -Magical Girl- donde los universos del manga introducían al espectador en un relato árido de ilusiones imposibles que derivaban en una demoledora historia de almas rotas, llega Quién te cantará donde el particular mundo de Carlos Vermut se da la mano con el espíritu de nuevo del anime bañado en giallo -Perfect Blue de Satoshi Kon en sus primeros compases- pero vaciándolo tanto de su paleta cromática como de sus fascinantes efectismos. 






A partir de largos planos secuencia, en algunos casos tan extenuantes como impecables -la escena definitiva entre Eva Llorach y Natalia de Molina, donde Vermut consigue adentrar al espectador en una mente a punto de ebullición- y una composición de los planos donde el diseño de producción repleto de aristas y basado en una verticalidad que aprisiona, desdobla y refleja a los personajes, dan como resultado un relato gótico de fantasmas metafóricos, de personalidades creadas y duplicadas, de ídolos de pies de barro, llevando un paso más allá las historias del doble y de la vampirización, tanto externa como interna, para a su vez, desarrollar una lúcida crítica acerca de los iconos de la cultura popular. Todo ello a través de una cinta donde Vermut consigue vaciar casi al máximo su trabajo de palabras -exceptuando una escena excesivamente explicativa en el tercer acto del largo y un epílogo innecesario pero que sirve para que la película conforme una estructura circular- y dejar que las imágenes y las composiciones de formas punzantes describan este melodrama de tintes almodovarianos que aúna kitsch y horror formando un todo que demuestra la evolución y pulido formal de un autor que aunque quizá no entregue un trabajo tan compacto como su anterior cinta, si que demuestra su ambición y talento para entregar una obra que es capaz de elaborar un relato compuesto por un sinfín de elementos en apariencia completamente contrapuestos pero que en su integración da como resultado un trabajo que se siente y se percibe como un todo unitario, abierto a miles de interpretaciones, cada una de ellas más fascinante que la otra.
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