20 de diciembre de 2018

Aquaman de James Wan: La splash page como decisión de estilo






















Es fácil caer presa de la trampa de despachar ligeramente y sin profundizar lo más mínimo en esta nueva película del fallido universo DC cinemático como si solo fuera un anabolizado artefacto mastodóntico salido del Hollywood más corporativo. Máxime, cuando viene precedida de un universo cinematográfico tan polémico y forzado, como reivindicable en algunos de sus aspectos. Por lo que esta película puede ser valorada subjetivamente por su aparente dependencia a los títulos que la precedieron y de la que supuestamente esta forma parte. La realidad es que Aquaman funciona como artefacto independiente al resto de las integrantes de la franquicia, tanto o más como lo fuera Wonder Woman de Patty Jenkins.






Quizá Wonder Woman fue la cinta de esta nueva hornada de películas de DC Comics más equilibrada. No tenía nada que destacara en exceso, ni por lo excelso ni por lo patético. Era un buen producto, correctamente dirigido, escrito e interpretado, sustentado sobre todo por la imponente e icónica representación de la amazona, en manos de Gal Gadot, en una decisión de casting tan acertada como la de Christopher Reeve en el Superman de Richard Donner. En cambio, Aquaman, dirigida por un esteta de la imagen y excelso planificador de set pieces como James Wan, es harina de otro costal. Una película tan irregular como excesiva, donde el concepto de splash page sobre el resto de los elemetos, define la puesta en escena. Una decisión de estilo donde la paleta cromática de colores primarios, los personajes sin matices y la exaltación de los efectos de sonido que sirven para suplir las onomatopeyas de las viñetas originales, dan como resultado un tono camp y de otra época, donde Jack Kirby, Jim Lee, Frank Frazzetta y las aventuras de Indiana Jones se dan la mano con irregular resultado. 






En el aspecto positivo destaca aquello que ha convertido a James Wan un talento a seguir de cerca: sus precisas e inteligentes decisiones formales al servicio de la set-piece, ya sea de terror (caso de su saga Expediente Warren) o aquí la acción. Así, Wan obnubila al espectador con planos secuencia de infarto, soluciones visuales para viajar del presente al pasado y viceversa, o una perfecta planificación de acciones paralelas jugando con las capas de profundidad en el plano. A partir de esta hipermagnificación de los elementos asociados al cine de acción, Wan lleva al extremo los efectos y movimientos de cámara digitales, que le sirven para recrear y redefinir el lenguaje cinético de los cómics en los que se basa, sin ser una mera traslación sin alma de los mismos, acercándolas y retorciéndolas hacia los elementos que definen el lenguaje cinematográfico, creando a su vez una nueva manera de narrar que no es deudora de las formas del cómic. 






Pero los problemas de esta propuesta -que anulan o ensombrecen todos estos aciertos que consiguen que esta nueva aproximación al cine de superhéroes no sea una más de las ingentes cantidades que rebosan las pantallas todos los años- se centran sobre todo en tener que lidiar con un libreto absolutamente de derribo. No porque la adaptación no sea correcta y sepa elegir de la historia del personaje aquellos elementos más acertados y que provienen en mayor medida de la etapa reciente de Geoff Johns al frente del personaje y que participa en el argumento del filme, sino por un guión final con demasiados elementos en su haber, de trazo grueso, de diálogos y secuencias sonrojantes y manidas que son tan torpes que además paralizan el relato y que consiguen incluso que la dinámica dirección de James Wan se paralice y entregue una planificación morosa de planos y contraplanos medios, que ralentizan la narrativa y contrastan con el delirio excesivo de la otra y mejor parte de la película. 






Un exceso que sorprende y que acerca a la película a la locura inconsciente de títulos como el Flash Gordon producido por Dino de Laurentiis, la artificiosidad y artificialidad de Tron (que incluso acaba poseyendo hasta algunos acordes del score de Rupert Gregson-Williams), o la locura lisérgica de El quinto elemento de Luc Besson. Todos estos elementos antagónicos definen una cinta que en sus excesos y sus arritmias de estilo provoque que la cinta oscile intermitentemente entre lo majestuoso y lo ridículo, pero que en el adocenado panorama del Hollywood más conservador, es un soplo de aire fresco y de libertad, que aunque a veces debe pagar la factura de ser una película franquicia -la inclusión de canciones pop intrusivas que chocan de frente con el inspirado score de Rupert Gregson-Williams- acaba entregando un gran espectáculo palomitero con pinceladas de autor que reivindica la aventura por la aventura, la sencillez sin aristas (que no simpleza, aunque a veces el guión lo roce) del cómic clásico, e incluso jugando en su conclusión con los matices entre el bien y el mal absoluto y estereotipado salido de por ejemplo, del cine de Hayao Miyazaki. Una cinta en definitiva que a veces se pasa de frenada, pero que cuando acierta, casi roza la gloria. 




1 comentario:

  1. la primera crítica seria que leo de la película y en la cual no son todas loas. Igual todo el texto desprende entusiasmo por ver algo que con errores es jugado, diferente. Espero verla y ver que pasa, saludos...

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