22 de febrero de 2018

Todo el dinero del mundo de Ridley Scott: Ampulosa nadería




















Comenzar con una película homenajeando/emulando en las formas a La dolce vita de Federico Fellini es un riesgo y un atrevimiento que predispone al espectador a valorar el trabajo que se presenta ante sus ojos. Ridley Scott lo hace, en un plano secuencia que arranca en blanco y negro que se transforma inmediatamente al color e introducir al espectador en la ciudad de Roma en los años 70. Esta secuencia demuestra no solo el conjunto de lo que entregará el filme, sino en lo que se sustenta la casi totalidad de la obra de Scott. Estilismo preciosista, voluntad de epatar en el apartado técnico y una voz impersonal ahogada bajo destellos de producción de alta factura. 






La historia de la familia Getty, en especial la del fundador J. Paul Getty, interpretado in extremis por un Christopher Plummer que rodó sus escenas a un mes del estreno en salas, debido a la eliminación de la misma de un Kevin Spacey ahogado en un escándalo de abusos sexuales, es quizá lo mejor del filme. Plummer, en su interpretación de Getty, se convierte en un émulo del Tyrell de Blade Runner o el Commodus interpretado por Joaquín Phoenix en Gladiator: un hombre que lo tiene todo, pero que en realidad no tiene absolutamente nada. 






Pero esto no es una biografía de Getty, sino una porción de su vida, que le sirve a Scott para entregar un trabajo que nunca se define en qué quiere ser: una historia de secuestros o una crítica del nihilismo de la sociedad capitalista más desacerbada. Poco ayuda la poca química de la pareja formada por un Mark Whalberg que es escasamente convincente como ex-agente de la CIA o una Michelle Williams que quizá por un libreto denso y excesivamente grandilocuente, nunca llega a emanar ningún hálito de humanidad. 






Posiblemente esto es debido a la dirección de Scott. Un director que en casos muy puntuales, en concreto en los inicios de su carrera, entregó tres grandes obras como fueron Los duelistas, Alien y Blade Runner. A partir de ahí, su carrera ha ido dando tumbos, con leves momentos de discutible admiración. En esta ocasión, Todo el dinero del mundo se encuentra en la zona media. Un trabajo, que como El consejero o American Gangster, tiene escenas y momentos que pueden ser rescatados, pero que acaban ahogados por la ostentosa e impersonal puesta en escena de un director que sigue creyendo que rodear de preciosismo cada uno de los planos de su obra, la acaba convirtiendo en una obra maestra. 






La cinta funciona como espectáculo olvidable pero ligeramente disfrutable en su primer acto. Pero a partir de ahí, la redundancia, el estancamiento y los finales en falso acaban provocando la desidia de un espectador que crea a su alrededor una barrera de distanciamiento y frialdad, que sirve como espejo de la gelidez de una película y unos personajes que aunque su discurso y su visión cínica del mundo contemporáneo pueda ser compartida, las maneras y las formas de ponerlo en pantalla, acaban ahogando un trabajo que al igual que Getty, rodeado de oropeles y lujos, en su interior se encuentra la nada y la soledad más absoluta.

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