Marvel Now ha vuelto a traer a primera línea de actualidad a los mutantes creados por Stan Lee y Jack Kirby en 1963 y que fueron catapultados a la fama por Chris Claremont a finales de los años 70 en una etapa fundamental dentro de la historia del cómic de superhéroes mainstream americano. Jason Aaron, con su excepcional Lobezno y los X-Men y Brian Michael Bendis en su fastuosa La Nueva Patrulla X ha devuelto la confianza en unos personajes que habían sido sobreexplotados y vaciados de su esencia y que gracias al controvertido crossover Vengadores Vs X-Men han vuelto a recuperar su protagonismo en un universo Marvel que durante la última década había sido tomada por el universo Vengador y demás satélites que giran a su alrededor.
Pero esta nueva y brillante etapa que comienza a disfrutar el lector no existiría sin el genial Grant Morrison, brillante y controvertido guionista escocés que tomó bajo su manto en el año 2001 a los estudiantes de Xavier y durante tres años volvió a devolver a estos personajes aquello que les hacía únicos y especiales.
Porque los mutantes llevaban languideciendo más de una década, desde que su alma mater, Chris Claremont, les dejara huérfanos en el año 1991 en el número 3 de X-Men. Y en honor a la verdad, Claremont llevaba muchos años sin ser ese guionista brillante que nos encandiló a todos los lectores en el inicio de su etapa con el grupo, sobre todo junto a John Byrne. Culpemos a la sobreexplotación de la que fueron víctimas los personajes y los lectores, las injerencias editoriales que provocaran la marcha del autor, pero los mutantes ya no eran ni originales, ni rompedores.
En peor situación se encontraron los personajes y los lectores una vez se marchó Claremont, ya que sus sustitutos, los guionistas Scott Lobdell y Fabian Nicieza, comenzaron a vivir de las rentas y a desvirtuar la esencia y las personalidades de unos personajes antaño adorados por los lectores, y que seguían funcionando por la inercia de la compra mensual y la nostalgia y añoranza de una época que había terminado hace tiempo. Historias puntuales como "La Era de Apocalipsis" o "Onslaught", quizá lo mejor de dicha época, además de la labor artística de buenos dibujantes como Joe Madureira, Andy Kubert o Carlos Pacheco, ayudaban al lector a disfrutar de unos tebeos que habían perdido la esencia que los hacía únicos.
La llegada de dos buenos autores como fueron Joe Kelly en X-Men y Steve Seagle, quedó truncada cuando el inefable Bob Harras, editor Marvel en aquellos años 90, hizo que los autores abandonaran el título al año más o menos. La llegada de Alan Davis como autor completo nos dio esperanzas y una etapa correcta sin más, lejos de la calidad y la libertad que este mismo autor entregó a los fans en Excalibur.
Tan desesperada estaba Marvel, que trajo de vuelta al patriarca de la franquicia mutante, el mismísimo Chris Claremont, en una etapa infumable, imposible de leer y que carecía de la más mínima lógica, consiguiendo lo imposible, hacer buena la etapa de Nicieza o Lobdell. Tras el batacazo de un guionista que había perdido la frescura y la magia de los buenos tiempos, la editorial acorralada y consciente de que sus antaño frescos personajes eran momias que seguían con vida gracias a un grupúsculo de aficionados nostálgicos (entre los que me incluyo) que seguían comprando los títulos de la Patrulla por puro coleccionismo y hábito adquirido con los años.
Pero con el comienzo del nuevo siglo, dos acontecimientos completamente alejados los unos de los otros hicieron que los mutantes y Marvel en general volviera a situarse en primera línea dentro del cómic americano. Lo primero fue el estreno del primer X-Men cinematográfico y la segunda la llegada como editor en jefe de Joe Quesada, amado y odiado a partes iguales (yo me encuentro entre los primeros) que dio nuevo brío a los títulos Marvel y por supuesto a los X-Men.
Si en la señera Uncanny X-Men puso al frente al guionista Joe Casey, irregular guionista, capaz de lo mejor y de lo peor, donde comenzó con fuerza pero fue perdiendo fuelle a medida que culminaba su etapa, en la segunda colección de la Patrulla, X-Men, contrató a dos pesos pesados de la industria del cómic americano, Grant Morrison y Frank Quitely, dos autores que habían trabajado juntos en DC Comics en trabajos tan revolucionarios, originales y polémicos como Los Invisibles o Flex Mentallo.
Morrison venía de DC Comics después de una exitosa revitalización de la JLA, una etapa de 41 números, que puso de moda de nuevo al supergrupo insignia de la editorial, aunque el resultado no fuera todo lo bueno que debería haber sido, máxime cuando Morrison había realizado tebeos tan interesantes como los mencionados Los Invisibles, Flex Mentallo o la que sigue siendo su obra más redonda, Animal Man, sin olvidar su Doom Patrol.
Curioso es que cuando estaba promocionando hacia finales de los años 80 su versión de la Doom Patrol (un delirio dadaísta francamente recomendable y precursora de la que sería su opus magna, Los Invisibles) dijera textualmente estas palabras a la revista Amazing Heroes y cuyo extracto pongo textualmente, sacado de la traducción de dicha entrevista que apareció en el número 17 de la edición española de Animal Man de ediciones Zinco:" Cuando la cogí, la Doom Patrol se había convertido en otros X-Men. No puedo imaginar algo peor que convertirse en eso, así que tuve que rescatarles (....) Los X-Men deberían haber terminado en 1980. La última historia buena fue aquella donde todos van al futuro y son asesinados. Pienso que aquello fue realmente bueno... si solamente lo hubieran parado ahí. Aunque supongo que si sigue es por cuestión de dinero".
Morrison demostraba en dicha entrevista, lo que muchos pensábamos pero no queríamos creer, que La Patrulla X de Claremont y Byrne fue la grandiosa y lo que vino después (excepto casos excepcionales y puntuales) no fue más que una manera de seguir exprimiendo a la gallina de los huevos de oro.
Y es por eso que la etapa de Morrison podría leerse sin problemas tras la salida de Claremont del título. Porque Morrison, salvo algunos detalles de la continuidad que no se podía saltar, reflejaba que los últimos 15 años del título no habían servido de gran cosa y que los mutantes no habían evolucionado lo más mínimo, exceptuando el regreso de Jean Grey y su boda con Scott Summers, elemento fundamental de esta etapa de la colección.
Porque el triángulo amoroso entre Jean Grey-Scott Summers-Emma Frost es uno de los grandes aciertos del escocés y el elemento más interesante de todos los que trata en su evolución de los mutantes marvelianos, sobre todo un Scott Summers al que por primera vez le vemos un ser de carne y hueso, humano, con dudas y miedos, hastiado de una vida preprogramada, más maduro y evolucionado (grande el momento que le dice a Emma Frost que en el fondo estar casado con Jean Grey le devuelve a su yo adolescente, pulla de Morrison a los universos Marvel o DC donde sus personajes parecen vivir una eterna vida juvenil sin posibilidad de madurar) y que sirve como prólogo a la fantástica evolución del personaje que han creado autores como Joss Whedon, Matt Fraction, Kieron Gillen y que han desembocado en el Cíclope post-Fenix, revolucionario más cercano a Magneto que al propio Xavier y del cual ha tomado las riendas en la actualidad Brian Michael Bendis.
Lo mismo podríamos decir del personaje de Emma Frost, villana en el pasado, Reina Blanca del Club Fuego Infernal y que Morrison recupera del que quizás sea el mayor acierto de Scott Lobdell al frente de la franquicia mutante, Generación X, donde ella junto a Sean Cassidy alias Banshee, se convierte en la directora y profesora de La Escuela de Jóvenes Talentos de Xavier. Y aunque Emma Frost siempre será una pija con todas las de la ley, prepotente, cínica y vanidosa, Morrison consigue humanizarla al caer presa del amor por Scott Summers, al contrario que Jean Grey-Fenix, personaje que para Morrison simboliza el estancamiento de la franquicia y a la que vuelve a matar al final de su etapa y que sirve en su irregular epílogo como punto y aparte de la historia de la franquicia, sin olvidarnos de un Lobezno que siempre ha sido el ying del yang de Scott y que aquí se intercambia papeles, siendo mucho más sensato y responsable que el propio Scott, una nueva semilla que Morrison plantó y que ha sido aprovechada por Jason Aaron en Cisma y que dio pie a Lobezno y los X-Men, donde este se convierte en el verdadero seguidor del sueño de Charles Xavier y nuevo director de la Escuela para Jóvenes Talentos.
Una escuela que trajo de vuelta Morrison en esta etapa, con la incorporación de nuevos personajes que se convierten en protagonistas casi absolutos del serial, como Hada, Pico, las quintillizas protegidas de Emma Frost y un sinfín de jóvenes mutantes que cambian el panorama mutante y que relegan a los protagonistas oficiales en invitados especiales de una serie y un nuevo mundo al que tienen que adaptarse o morir. Morrison se autorretrata en la figura de Quentin Quire, brillante estudiante de la escuela que se convierte en líder revolucionario de una revuelta estudiantil a lo Mayo del 68 y que pone en duda la relevancia y los métodos de Charles Xavier en este nuevo siglo.
Porque otro de los grandes temas que trata esta etapa es el extinto enfrentamiento entre Charles Xavier y Magneto, aniquilado y resucitado en un giro malabar algo tramposo por parte del escocés a través de la figura de un nuevo personaje llamado Xorn, y que queda resuelto en la confrontación final de la saga Planeta X, donde Morrison demuestra lo caduco del enfrentamiento ente estos dos antiguos amigos, sobre todo la figura de Magneto, representado por Morrison como un pobre viejo que vive del pasado, adicto al Coz y que sirve más como camiseta de moda y símbolo que como personaje, desgastado al igual que Xavier.
No podemos olvidarnos de personajes de nueva creación con tanto potencial como Fantomex, del que Rick Remender ha sacado oro en su etapa al frente de X-Force, Cassandra Nova, la hermana melliza no nata de Charles Xavier y que abrió el primer arco argumental de la etapa de Morrison, el trabajo de artistas como Quitely o Phil Jimenez o la historia que quizá empaña algo su etapa al frente de la colección, ese epílogo ambientado en el futuro, quizá su Días del Futuro Pasado, pero que no llega a la altura de este ni de lejos, pero que sirve para cerrar tramas y dar ese paso necesario en la franquicia mutante, con el personaje quizá más representativo de la misma, Jean Grey/Fenix. Pero sobre todo, es una muestra de que Morrison es capaz de aunar una obra de autor con el mainstream. Porque quizás estos Nuevos X-Men sean su tebeo más fácil de leer por un lector no acostumbrado a las locuras del escocés, pero donde no pierde su identidad como autor, al contrario que en su JLA.
Tras la marcha de Morrison, la franquicia mutante volvió a caer en los mismos errores anteriores a su llegada, con la vuelta de un Chris Claremont con el piloto automático, la correcta pero nada destacable etapa de Mike Carey o las insufribles historias de Peter Milligan o Ed Brubaker. Tuvo que llegar Joss Whedon en una nueva colección, Astonishing X-Men, para continuar lo sembrado por Morrison, algo que fueron consiguiendo de manera paulatina Matt Fraction (heredero de Grant Morrison, sobre todo en su Casanova) y menos Kieron Gillen (también seguidor de la escuela de Morrison, aunque realmente solo continuó lo expuesto por Fraction y que ha sabido aunar Aaron con la tradición Claremontiana. Solo el tiempo dirá si este último junto a Bendis serán capaces de llevarnos a un Cuarto Génesis dentro de la historia de la franquicia mutante.
Muy interesante, me ha gustado mucho. Pero tras la gran etapa Claremont-Byrne creo que Claremont nos volvió a dejar muchos momentos inolvidables y brillantes junto a Romita Jr. y Silvestri, o por lo menos así lo recuerdo yo. Cuando Tormenta pierde sus poderes (la mejor Ororo nunca vista), la “Masacre mutante” es irrepetible, la saga de Genosha, el regreso del Nido, la gran “Caída de los mutantes”. Después de Byrne los X-men siguieron creciendo en mi opinión. Los guiones dejaron de ser tan superheroicos y ganaron madurez. La decadencia de Claremont sí llegó con la llegada de Jim Lee.
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