16 de octubre de 2015

La Tumba de Drácula de Marv Wolfman y Gene Colan: El clásico de terror de los 70, en la mejor edición que os podéis imaginar






































Los años 70 fue una década de cambios para Marvel Comics y el mundo del cómic americano. El comics code instaurado en la década de 1950 y que castró la libertad creativa de tantos autores y editoriales en pos de un proteccionismo reaccionario fue abriéndose lentamente en la industria del cómic. Y Marvel Cómics aprovechó, en la que quizás sea su época más bizarra y experimental.



Y si tenemos que recordar de memoria tebeos memorables de dicha década, uno de los primeros que nos viene a la cabeza es La Tumba de Drácula. Un tebeo que se ha seguido reivindicando década tras década, considerada actualmente uno de los puntales creativos de la historia de la editorial.



Los artífices de tamaño éxito fueron dos autores, Marv Wolfman y Gene Colan, que a lo largo de 70 entregas introdujeron al vampiro más famoso de la historia dentro de su universo de ficción. Y eso que los primeros ejemplares de la colección hasta la llegada de Wolfman en el número 7 fueron algo titubeantes, si no fuera por el asombroso trabajo a los lápices de Gene Colan. Porque en el fondo, los guiones de autores tan dispares como Gerry Conway, Archie Goodwin o el veterano Gardner Fox, no eran más que una puesta a punto en forma y fondo del estilo de las clásicas historias de terror de E.C. Comics, con narrador omnisciente y todo.



Pero dentro de esa irregularidad, ese grupo de guionistas plantaron las bases para que Wolfman sentara las bases de su versión contemporánea del mito de Drácula, pariente lejano en algunos aspectos a la reversión del mito vampírico que Joss Whedon entregara en su obra maestra Buffy la Cazavampiros. 



Porque Wolfman lo que creó a lo largo de 70 números fue un culebrón sobrenatural donde reinaba la presencia del Señor de los Vampiros, verdadero protagonista y antihéroe de la colección y que también servía de precedente en el proceso de humanización del personaje que llevara a cabo con absoluta maestría Francis Ford Coppola en su largometraje de 1992.



Wolfman arranca con fuerza en el séptimo ejemplar de la colección, cogiendo los elementos planteados por los autores previos, como ese nuevo grupo de cazavampiros descendientes directos de los cazavampiros originales de la novela de Stoker como Quincy Harker o Rachel Van Helsing, a los que se les unía el último heredero de la dinastía Drácula, Frank Drake. Sin olvidar al que quizás sea el personaje más icónico salido de la colección, ese Blade que dos décadas después protagonizaría una trilogía de películas y que daría arranque al dominio absoluto del universo Marvel en la taquilla internacional.



El problema del serial, leído con el paso del tiempo y de un tirón, gracias a la fabulosa reedición que se acaba de publicar en nuestro país en cuatro volúmenes, es que el tiempo ha hecho mella en ella. Si el primer tercio de la colección no da respiro al lector con las múltiples tramas y subtramas que crea el guionista y el magnífico equilibrio en el desarrollo de los cazavampiros y el propio Drácula, pierde algo de fuelle con la saga del Doctor Sol, una buena idea alargada en exceso y que no da lo que prometía su intrigante premisa y vuelve a encaminar el sendero en el último acto de la colección, donde lamentablemente el protagonismo absoluto de Drácula como antihéroe atormentado, deja poco lugar a continuar desarrollando al grupo de cazavampiros, convertidos en meros estereotipos cuyos traumas sin desarrollar acaban convirtiéndoles en caricaturas de los mismos, sin olvidar a personajes tan poco agradecidos como Harold H. Harold, recurso cómico y liviano que no encuentra su sitio en la colección y que sirve de precursor del Rick Moranis de los Cazafantasmas, para llegar a una saga final que debido a la prematura cancelación de la colección en su número 70, los autores tiene que resolver de manera precipitada, cuando el destino de los personajes habría necesitado unos cuantos ejemplares más para rematar la colección de una manera apoteósica, quedando el sacrificio final de Quincy Harker apagado en el devenir de mil y un acontecimientos que asfixian el desenlace.



Pero esos detalles se olvidan una vez pones tus ojos en el trabajo artístico de Gene Colan, autor imprescindible del panorama comiquero estadounidense y obra magna del artista. Su narrativa, su uso de las luces y las sombras, su trazo sucio pero elegante y sensual es una delicia para cualquier aficionado al noveno arte. Y sin fallar ni en una sola entrega, en un trabajo que luce igual de bien en blanco y negro que en color, otorgando a los guiones de Wolfman una atmósfera y un estilo propio que quizás sin Colan no habría alcanzado la merecida fama que tiene la serie.



Por supuesto que los defectos de la colección los estoy viendo a 4 décadas vistas. En su momento, la colección fue una revolución tanto en forma como en fondo, tocando temas y situaciones que el lector Marvel habitual no estaba acostumbrado a encontrar entre las páginas de los tebeos de la Casa de las Ideas, donde Wolfman y Colan rozaban los límites de lo permitido por el Comics Code, que aunque más permisivo, seguía siendo una losa para la libertad creativa de los autores en aquellos tiempos.



En definitiva, si nunca has leído La Tumba de Drácula, debes leerla para adentrarte en un tebeo que allanó el camino a otras obras posteriores, además de tener en tu poder una de las cumbres artísticas del tebeo americano, y si ya lo has leído y tienes otra edición anterior, solo decirte que nunca has visto brillar el trabajo de Colan, como en esta restauración del material original que se acaba de editar en España gracias a SD y Panini Comics dentro de la línea Marvel Limited Edition. Una de las obras del año.

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