6 de marzo de 2016

El Camino a Batman V. Superman Parte 2: Batman 1989-1997. Del Grand Guignol Gótico de Burton a los excesos lisérgicos de Schumacher


Dos años después de que Superman IV: En Busca de la Paz pasara con más pena que gloria por los cines de todo el mundo, Batman llegó a las salas de cine de Norteamérica, en concreto el 23 de Junio de 1989, como un Juggernaut de proporciones épicas. La película mejor vendida de la historia del cine hasta ese momento llegaba a las pantallas de cine con el hype por las nubes.

Pero el camino hacia las salas de cine del Hombre Murciélago no fue un camino de rosas. Realmente ese arduo proceso comenzó poco después del estreno de Superman, en el año 1979 y esta vez, gracias a dios, el artífice de que la película llegara a las salas de cine fue un fan del personaje, Michael E. Uslan, que había logrado cierta notoriedad por proponer un curso sobre cómic americano en las universidades americanas, algo que llegó a los oídos de DC Comics y fue contratado casi de inmediato. Lo primero que Uslan quiso realizar fue una adaptación digna del original de Bob Kane y alejar la imagen camp y pop que el Cruzado de la Capa arrastraba desde el serial de los años 60 interpretado por Adam West.




Y así comenzó una travesía por la que pasaron directores de cine como Ivan Reitman o Joe Dante, o actores como Bill Murray. Pero el proyecto no comenzó a tomar forma hasta que Uslan, junto al productor Benjamin Melniker, se pusieron en contacto con dos jóvenes productores de Hollywood ambiciosos y arrogantes,Jon Peters y Peter Guber, los cuales tenían el respaldo económico y el prestigio por películas como El Color Púrpura, Gorilas en la Niebla, Las Brujas de Eastwick o la oscarizada Rain Man. Un duo de productores que tenían buen ojo para aunar comercialidad y talento artístico.

En cuanto la pareja de productores se unieron al proyecto, al ver la posible viabilidad comercial del mismo, el engranaje comenzó a funcionar, empujado también por el revulsivo en 1986 de la aparición del Dark Knight de Miller que devolvió al personaje a su esencia de vigilante oscuro y trágico. Parecía que ese era el camino a seguir.




Para conseguir esa ambientación oscura y siniestra, la pareja de productores se acercaron a un joven Tim Burton, el cual antes del estreno de la película había tenido un pequeño pero estimable éxito de crítica y público con la comedia negra sobrenatural Bitelchús. Si Peters y Guber consiguieron convencer a un gigante como Jack Nicholson al estilo de los Salkind con Brando, es decir, con un jugoso cheque y porcentaje de beneficios de taquilla, consiguiendo la recepción positiva de los seguidores del cómic y del público en general al tener a un actor tan respetado en una peli de superhéroes, Burton se salió por la tangente, ganándose el odio del fandom con la elección de Michael Keaton, el Bitelchús de Burton, para interpretar la dualidad de Bruce Wayne/Batman. Pobres Burton/Keaton si hubieran existido las redes sociales en aquel lejano 1989.

La ira de los fans y de los medios se dejó oír desde el minuto uno, creyendo que la película iba a ser de nuevo una representación camp y bufa del personaje. La productora acalló este recibimiento negativo con un trailer de 90 segundos de duración que dejó a todo el mundo con la boca abierta. La Batmanía había estallado.




Lo que no sabía el público fueron los problemas que tuvo la producción y los tira y afloja entre Burton y unos productores como Peters y Guber. Del guión original de Sam Hamm se hicieron varias reescrituras del mismo, incluso a pie de set, como por ejemplo ese clímax en el campanario de la catedral que se les ocurrió la noche anterior a Nicholson y Peters tras ver el musical de El Fantasma de la Ópera en Londres y que lastra un tercer acto que no está a la altura, como clímax, de lo que propone la película.

Porque Batman es una película irregular. Visualmente es un absoluto diez, transmitiendo ese ambiente noir que tenía el tebeo original, pero que también bebe del expresionismo alemán en esa Gotham repleta de claroscuros, de sombras que nunca terminan y callejones peligrosos que habrían hecho las delicias de Murnay y por supuesto del cine de terror de Universal de los años 30, reflejado en esa entrada a la catedral por un Batman herido al final del largometraje o la transformación de Jack Napier en el Joker en esa consulta médica del infierno, donde el recuerdo del monstruo de Frankenstein de Boris Karloff no es casual.





La representación de la dualidad entre Bruce Wayne y Batman en manos de Burton no es la del vigilante airado a la Miller o incluso de Nolan, sino más la de un outsider, un niño al que le fue robada la infancia, aislado e incapaz de mantener relaciones sociales normales aunque en el fondo quiera, casi un precursor de Eduardo Manostijeras, como podemos ver reflejado en su primera aparición como Wayne en la fiesta en la mansión o los primeros acercamientos a Vicki Vale, forzadísima relación con una poco inspirada Kim Basinger que tiene nula química con Michael Keaton.

Uno de los aspectos que más chirriaron a los espectadores en su momento fue el desequilibrio entre el Joker de Nicholson y el Batman de Keaton, ya que este último queda relegado casi a un papel secundario al tener un villano que se convierte en la estrella del show, con un Nicholson más interesante como el vanidoso villano Jack Napier que luego en su transformación de payaso príncipe del crimen, donde nos da una de cal y otra de arena, inspirado en su primera transformación o matando a su antiguo jefe Carl Grissom y provocando verguenza ajena en momentos como el baile al son de Partyman de Prince en el museo Flugelheim o en la celebración del 200 aniversario de Gotham.




Porque el Batman de Burton es un filme desequilibrado, con altos y bajos. Una película que sabe transmitir el ambiente pulp y noir del Batman original de Bob Kane, ya que esta interpretación del personaje nada tiene que ver con lo que Miller o Moore realizaron sobre el mismo en la época, convirtiendo a esta película en un Camp Gótico, donde la oscuridad expresionista es una mera cortina de humo para entregar un espectáculo que se acerca más a la ligereza de esos primeros cómics que a la aproximación más madura de los tebeos de la época.

El resultado final de la película es una magistral golosina visual que flaquea con un guión que no está a la altura del empaque visual creado a partir de los fastuosos y negros diseños del fallecido Anton Furst y la imaginación de Tim Burton. Su Gotham City es una ciudad expresionista de largas sombras y largos callejones. Su héroe es un monstruo trágico, oculto siempre entre las sombras de una ciudad donde la luz del sol casi ni se vislumbra y cuyos habitantes parecen vivir de noche. La pena, que funcionen mejor escenas aisladas de la película, que la película en conjunto, motivado sobre todo por un guión que sería interesante leer el original para saber que quedó de él en las ya mencionadas luchas creativas entre los productores y un inexperto Tim Burton, al que una película de esta envergadura le venía todavía muy grande.




Visto el éxito de la película, que rompió todos los records habidos y por haber hasta ese momento, en Warner quisieron aprovechar y poner en funcionamiento una secuela de la misma. Por supuesto, querían al artífice de la primera obra y se acercaron de nuevo a Burton, que en ese momento decidió realizar una obra pequeña y personal que se convertiría en una de sus mejores obras y uno de los mejores títulos de los años 90, Eduardo Manostijeras. La condición de Burton, libertad creativa absoluta en esta nueva aproximación al personaje que no se iba a parecer en nada a la primera entrega.

En primer lugar, el libreto original de Sam Hamm, guionista de la primera entrega, pero cuyo guión fue descuartizado por Warren Skaaren y los productores, fue rechazado y Burton se trajo a Daniel Waters, guionista famoso por Heathers, una película irreverente y satírica que se convirtió en un pequeño título de culto de los 90. En manos de Waters y Burton, que obtuvo el control creativo de la misma y el suicidio de Anton Furst, artífice del diseño de la anterior entrega, Burton contrató a Bo Welch con quien ya había trabajado en Bitelchús y Eduardo Manostijeras.




El resultado, una película completamente diferente en la forma e incluso en el fondo al original. Aquí, Gotham City es más un pequeño pueblo típico de la obra de Burton, que la opresiva ciudad de Anton Furst. Una obra Dickensiana que bebe en la esencia del personaje creado por Kane, pero que es 100% Burton, para lo bueno y para lo malo.

Si Nicholson era el amo y señor del show en la primera entrega, sobreactuado y sobredimensionado, pero que funcionó para el público de los 80, aquí el estrellato se lo reparten un fastuoso Danny De Vito como el Pinguino y una bella y enigmática Michele Pfeiffer como Catwoman.

Más que nunca, Batman es una figura trágica y solitaria en esta segunda entrega, perfectamente reflejado en la escena en la que melancólico y aburrido de una existencia vacía en las oscuras salas de su mansión, vuelve a la vida al ver el símbolo del murciélago reflejado en las paredes de la estancia. Para Burton, Bruce Wayne no existe y como todos los demás personajes del largometraje, vive con una máscara y un disfraz en apariencia normal, que está siempre a punto de estallar y mostrar su verdadera identidad.




Esta represión del personaje de Wayne/Batman, queda reforzado con los personajes del Pinguino y Catwoman. El primero, con un origen completamente inventado y que nunca se había visto en los cómics, es el hijo deforme de una familia de clase bien, los Cobblepot, que le abandonan al ver el monstruo deforme que es su hijo. En el fondo, Cobblepot es un reflejo distorsionado del propio Batman, salvo que aquí su soledad y la falta de figuras paternas le convierten en un ser lleno de complejos y resentido que odia a la ciudad de Gotham y quiere destruirla desde dentro del sistema.

Catwoman o Selina Kyle, es una mujer ninguneada, superada por el machismo de la sociedad que tras estar al borde la muerte y salvado por unos gatos (en el mundo de Burton no hay lugar para el realismo) se convierte en una Uber-mujer que suelta todas sus represiones en la figura de una mujer gata completamente sexualizada y que al igual que el Pinguino avanza gracias a sus deseos más profundos y primitivos.




Esos tres animales salvajes, El Murciélago, La Gata y el Pinguino son manipulados por un industrial frío, despiadado y sin escrúpulos, llamado Max Schreck (homenaje al intérprete del Nosferatu de Murnau) interpretado por un excepcional Christopher Walken, que añade con su extrema caracterización otro punto de rareza a uno de los blockbusters más extraños y bizarros que haya entregado Hollywood en toda su historia.

Para bien y para mal, el mérito es 100% de Tim Burton. Porque el director californiano entrega una bomba al cine comercial adocenado. Una película diferente, más cercana al Freaks de Tod Browning que al Superman de Donner, una obra personal, original y creativa como pocas, que su único defecto es que tiene muy poco del Batman de los tebeos.

Porque si el Batman de 1989 podría ser una actualización de las ingenuas primeras obras de Kane, Finger y Robinson de los años 30/40, este Batman no tiene reflejo en el mundo del cómic. Es una rara avis, que no se puede encajar ni en el noir de los 30, ni el camp de los 60, ni en la trascendencia y oscuridad del de finales de los 80. Es un género por si mismo.




Y de ahí la reacción hacia él. O lo amas o lo odias. Una película que no tiene miedo a ser diferente, a innovar, incluso aunque en algunos momentos descarrile. Pero nunca alcanza el ridículo, siempre es coherente con las reglas de su universo propio y muy particular. Súmale a eso la bella y triste historia de amor imposible entre Bruce y Selina, con una pareja de actores con una química maravillosa, el tragicómico villano interpretado por DeVito, una banda sonora de nuevo épica y melancólica de Danny Elfman, que suena menos orquestal y más lírica, menos épica y más romántica, pero que deja una huella indeleble a todo aquel que la escucha.

Entregando el material que entregó, la película no fue un éxito como el primer Batman, recaudando en Estados Unidos unos 150 millones de dolares, de los que casi 50 fueron del primer semana. La primera entrega con un presupuesto mucho más bajo que esta loca secuela, recaudó 250 millones de dolares. El público se dividió, entre los que la consideraban más oscura que la original y otros que la consideraban más ligera. Los padres y las marcas asociadas a la película criticaron los escarceos con el terror, el gore y la sexualidad de esta secuela y Warner no se quedó contenta, lo que propició que para la tercera entrega no contarían con Tim Burton.




El elegido para una tercera entrega que se estrenaría en 1995 fue Joel Schumacher, un director con títulos correctos en su haber como Jóvenes Ocultos o Línea Mortal y que dos años antes había sorprendido con Falling Down, una película interpretada por un Michael Douglas en la que quizás es su mejor interpretación y que reflejaba un Los Ángeles post-Rodney King sucia y apocalíptica. Todo pronosticaba que la línea que iba a seguir el Hombre Murciélago era menos ambientes góticos o dickensianos y tirar más por el realismo sucio del Batman Año Uno de Miller y Mazuchelli y la ya mencionada Falling Down de Schumacher.

Súmale a eso que se rumoreó que estaban trabajando en unos diseños a la Giger para esta tercera parte y creo que nadie esperamos ese retorno al camp de Adam West que nos regaló Joel Schumacher.

Batman Forever es una locura psicodélica de ruido, furia y neón. Una película con un diseño de producción glam y feísta, donde el fluorescente, los colores chillones y lo hortera se dan la mano de tal manera que sería como si la serie de los años 60 hubiera sido rodada en el Studio 54 de Nueva York, en la mesa adyacente a la que estuvieran sentados Andy Warhol, Liza Minelli o David Bowie.




Pero la película de Schumacher no es mala porque se acerque al camp, ya que lo bueno de Batman es que es un personaje que acepta muchas interpretaciones diferentes, sino porque es un monstruo de mil cabezas que no se mantiene por si mismo y un guión ridículo que se contradice a si mismo a lo largo de todo el rodaje.

Hay que decir que los guiones de las dos entregas anteriores no eran un dechado de virtudes, ya que todos sabemos que Burton es un director que se preocupa más por lo visual que por lo narrativo. Pero los trabajos de Burton siempre mantenían ese fino equilibrio entre lo bizarro y lo ridículo, equilibrando la balanza siempre hacia lo primero.

En cambio, en este Batman Forever lo ridículo está por todas partes, comenzando con un Jim Carrey "over the top" a lo largo de todo el metraje, aunque en honor a la verdad es el único que entiende que clase de película está haciendo y se entretiene con ello. Del resto del reparto no se puede decir lo mismo, comenzando con un Val Kilmer, el nuevo Batman que no está cómodo ni como el multimillonario Bruce Wayne ni como el Caballero Oscuro. Su relación con la psicóloga Chase Meridian interpretada por Nicole Kidman -aunque entrega los momentos más Englehart y Rogers del largometraje, además de poder disfrutar de la belleza de la Nicole Kidman de la época antes de su desfiguración por Botox- tiene menos química que la de Keaton y Basinger, además de introducir una subtrama pseudo-psicológica sobre los fantasmas y los miedos de Wayne que chocan como un tren de mercancías con la estúpida idiotez de la trama villanesca de El Riddler y Dos Caras.




Dos Caras lo interpreta Tommy Lee Jones, al principio intentando emular al ya sobreactuado Jack Nicholson del Batman original, pero más al extremo, si es posible eso... Y Jones lo consigue. Pero en el momento en que Carrey entra en escena y le roba el show con su sobreactuación desatada, Lee Jones decide que puede ser más "over the top" que su compañero rival y la película se desata, proporcionando al sufrido espectador con momentos tan ridículos y vergonzosos como el Hundir la Flota del clímax final, sus jueguecitos con el aparato creado por el Riddler y demás gracietas que acerca a la película y a los villanos más a los personajes de Dos Tontos Muy Tontos que al elenco de freaks del murciélago, pero lamentablemente sin la misma gracia.

Remata el reparto principal Chris O'Donnel como Robin. El chico no está ni bien ni mal. Funciona dentro del despropósito y en honor de la verdad tiene la mejor escena de la película, la muerte de sus padres en el circo y que es lo más cercano al cómic original de toda la película.

El resultado, una película comercial en el peor sentido, sin clase, sin estilo, hortera y vulgar, que sorprendentemente fue un éxito superior al Returns de Burton, algo que solo puedo entender por la inclusión de un Carrey que en aquellos momentos era la insoportable estrella cómica del momento, mucho antes de que obras como El Show de Truman, Man on the Moon o Eternal Sunshine of the Spotless Mind nos demostrara que había un actor de verdad, tras esa máscara de muecas y manierismos.


 Y como la locura frenética e histérica de Forever fue un éxito, Warner quiso tener una nueva película de Batman cuanto antes. Y solo dejó dos años pasar entre una y otra. Batman y Robin se estrenó en junio de 1997 y si creíamos que no podía haber nada peor que Forever estábamos equivocados.

Schumacher y Warner sacaron las conclusiones equivocadas del éxito de Batman Forever. Pero claro, si la anterior entrega repleta de brillos, glam, fluorescentes, escaso respeto por el mundo del cómic y el personaje, era lo que quería el público, les iban a entregar lo mismo pero quintuplicado.




Lo primero y más importante de esta nueva entrega era pensar en el mercado de los juguetes y de ahí entiendes los horribles diseños del Batmovil, los Bat-trajes y demás Bat- cosas que aparecen en una película que comienza mal y acaba peor. Kilmer dice que ellos pasaron de él para la nueva entrega y Schumacher y Warner dicen que fue Kilmer el que pasó de ellos. El caso, que el elegido para interpretar a Batman fue un joven George Clooney. Y Clooney hace de Clooney, porque no hay atisbo de Bruce Wayne en este personaje. La media sonrisa ladeada, esa pose de no tomarse la vida demasiado en serio de Clooney está en este Wayne que ni se trauma ni nada. Él es Batman porque se lo pasa pipa y realmente, visto el percal de esta Gotham no es para menos.

Los nuevos villanos de esta entrega son Mister Freeze y Poison Ivy, interpretados por Schwarzeneger y Uma Thurman. El primero, hace el ridículo y el caradura destruyendo los aciertos de Paul Dini y Bruce Timm en el magistral episodio de la serie de animación de Batman, "Heart of Ice". En cambio, Uma Thurman, al igual que Carrey en la anterior, sabe en que clase de película está y se desata primero emulando a una Selina Kyle Burtoniana en horas bajas y ya transformada en Ivy, en un émulo de una pornstar con diálogos y situaciones vergonzosas.




Cierto es que este Batman si que es el Batman de los 60 de Adam West. Pero el de Adam West tenía estilo y clase. Este es una orgía de diseños extravagantes y pobres al mismo tiempo, con un ritmo y una narrativa que se pierde en "one-liners" de los villanos de escasa diversión y poca iconocidad y se olvida de hacer avanzar una trama que se le perdona la ligereza pero no la estupidez.

Porque ese es el problema del Batman de Schumacher. No es el tono, tan respetable como el gótico camp de Burton o el realismo bondiano del de Nolan. Es la ejecución, el poco cariño al trabajo propio y el de los demás, porque están haciendo solamente un "tebeo". Y los tebeos parece que para Warner y Schumacher eran algo para cuatro tontos, donde la historia, la caracterización y esas cosas que tienen las películas de mayores no tienen que tener una adaptación de un tebeo.




Y ahí es donde con sus defectos y virtudes destacan el Superman de Donner y los dos Batmans de Burton. Que ambos directores respetan el material y aunque lo hagan suyo y se tomen múltiples libertades, son fieles al espíritu original del mismo, convirtiendo a sus obras en icónicas y de referencia. Para lo único que existen los Batman de Schumacher son como referencia de lo que nunca hay que volver a hacer si no te quieres cargar un género y una franquicia. Una referencia que le vino muy bien a Christopher Nolan cuando estrenó su propio Batman en el año 2005. Pero eso ya es una historia para el próximo post de este camino hacia Batman V. Superman.








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