2 de mayo de 2017

Guardianes de la Galaxia vol. 2 de James Gunn: Una obra tan hiperbólica como emocional y personal


















No lo tenía fácil James Gunn con esta secuela del mejor título salido de la factoría Marvel Studios. Porque Guardianes de la Galaxia llegó en el verano de 2014 y nos enamoró con un título fresco y divertido que sorprendió a propios y extraños con unos personajes desconocidos para el gran público y un director que tenía en su haber dos obras pequeñas y conocidas en círculos pequeños.



Y nos enamoró a todos con una obra irreverente y divertida cuya verdadera fuerza estaba en el amor que Gunn profesaba por este grupo de "outsiders" abandonados a su suerte y que en el fondo necesitaban un hogar donde se sintieran a gusto, protegidos y amados. Ahora, en 2017, tenía que demostrar que era capaz de seguir entregando una continuación a la altura de ese éxito sorpresa que ahora estaba en el punto de mira tanto del estudio como de los aficionados.



Gunn lo consigue de nuevo con un trabajo que es una space-opera psicodélica y lisérgica, imbuida del espíritu gráfico de Moebius, e incluso del Flash Gordon de DeLaurentiis pero con el talento y el presupuesto de una gran producción actual, en un largometraje donde el ritmo no decae, pero donde su mayor fuerza se encuentra en los pequeños momentos y en los sentimientos y las emociones de unos personajes muy humanos.



Más intima, aún en su barroquismo y excesos que la primera entrega, aquí todos los personajes ahondan en su desarrollo, en sus miedos e inseguridades con el sentido de pertenencia y de familia como leit motiv de la película, pero sin olvidar que estamos ante un gran espectáculo revienta taquillas sin traicionar a nadie. La película es trepidante y sin tiempos muertos, y Gunn saca oro de los pequeños detalles, de un cast que se ha convertido en una pequeña familia, desarrollando a los protagonistas principales de la primera entrega un paso más allá y sacando partido de carismáticos secundarios de la primera entrega, como Nébula, pero sobre todo el Yondú de un incomensurable Michael Rooker que se convierte en el personaje estrella de esta entrega.



Cierto es que la sorpresa que fue la primera entrega es imposible de reproducir de nuevo, pero Gunn demuestra que es posible entregar una obra personal y salida del corazón dentro de una megafranquicia como son las películas Marvel y sus innumerables fases, sabiendo triunfar con una secuela que expande lo presentado en la primera entrega sin traicionar el espíritu de la original y equilibrando con maestría sus inquietudes personales y artísticas con lo que se le pide a una película Triple A de gran estudio, allí donde otros directores como Whedon o Favreau pincharon en el proceso. 



Así que si os gustó la primera entrega, no os sentiréis decepcionados con esta segunda aventura de los personajes más carismáticos del universo Marvel cinematográfico. Un gran espectáculo que atesora en su interior aquello que falta en la gran mayoría de los blockbusters hollywodienses, alma y corazón.

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