7 de julio de 2017

DKIII The Master Race: Miller y Azzarello transportan al universo DC de la Edad Oscura a la Edad Heroica










Después de nueve ejemplares y un año y medio después de irregular publicación, ponemos punto y final a la tercera entrega del mítico Dark Knight con el que Frank Miller revolucionó tanto a la industria del cómic americano, como sobre todo a un personaje, Batman, que nunca volvió a ser el mismo y cuya influencia se dejó sentir no solo en las posteriores aventuras del personaje en su versión en papel, como en todas y cada una de las adaptaciones del personaje, ya fueran en la gran o pequeña pantalla, o en el mundo de los videojuegos.



Que la secuela de esta obra fundamental aparecida en 2001, confirmara la decadencia de un autor que, aunque intentó entregar al lector una obra completamente diferente y arriesgada, pero a la postre fallida como fue The Dark Knight Strikes Again y su retorno a los inicios del personaje y su relación con Robin en la aún incompleta All Star Batman, aparecida en 2005 rematara la idea de que a Miller se le había ido la olla definitivamente, no influyó en el hecho de que el anuncio de una tercera entrega de su famosa obra, se convirtió en noticia de primer orden.



Sabidos los problemas de salud que arrastra uno de los autores fundamentales de la historia del medio, no sorprendió que fuera acompañado en la escritura de la obra de Brian Azzarello, autor con el que comparte intereses comunes y el dibujo le fuera encomendado a un Andy Kubert, que visto el trabajo entregado en los nueve volúmenes, se ha visto imbuido y poseído por el estilo dinámico y muchas veces dejado del propio Miller, reforzado por el entintado de uno de los colaboradores básicos del propio Miller, Klaus Janson.



El conjunto de la obra remite tanto al Dark Knight original, como a su desenfrenada y desmadrada secuela. De la original, esa sensación de supuesto control sobre aquello que nos están contando y de la secuela, la ampliación del universo del Murciélago al resto del universo DC y la experimentación que encontramos en esos mini-comics que encontramos dentro de cada ejemplar y que amplian y complementan la trama principal.



El resultado, un tebeo que se deja leer, pero que en muchos aspectos es cobarde y conservador. Al Miller cáustico, polémico y satírico lo encontramos sobre todo en los dos primeros volúmenes de la historia. Por supuesto, ataca sin piedad, pero mucho menos certero, a personajes de la vida pública tan importantes como Barack Obama y Donal Trump, además de ahondar de nuevo en la violencia policial que asola Estados Unidos o la idiotez congénita que se ha instaurado en nuestra sociedad occidental con el fenómeno de las redes sociales.



Pero todos esos apuntes que sitúan al tebeo por encima de la media de lo publicado mensualmente en las estanterías del género, queda dilapidado por una trama relacionada con los famosos Kryptonianos de Kandor, convertidos en peligrosos radicales totalitaristas y que nos traen de vuelta en algunos momentos -esa trinidad de esposas del líder Kandoriano con Burka- la peligrosa islamofobia reaccionaria de la que hizo gala el autor en su infame Holy Terror.



Y aunque la némesis Kandoriana empaña el conjunto total de la obra, Miller sigue demostrando que el que tuvo, retuvo y el tebeo en múltiples pasajes, vuelve a demostrar que autores como Miller sabe sacar brillo a una mitología sobada y devolverles a los personajes su aura mítica e icónica. Así, nos entrega una visión completamente radical de Hal Jordan, más un héroe a lo Edward Rice Burroughs que un personaje de la Silver Age, o la poderosa presencia de una Wonder Woman más amazona que nunca, aunque el autor a veces lleva a las habitantes de Themyscira al extremo exagerado de los Espartanos de su 300.



En su epílogo final, Miller parece darse cuenta o reconocer que la influencia de sus trabajos oscureciendo hasta el extremo a unos héroes que eran pristinos antes de su llegada, tiene que llegar a su fin, porque han acabado convirtiéndose en parodias de si mismos. Por eso, el autor pone la guinda a su obra con un apunte de luz y optimismo, que deja las puertas abiertas a una cuarta entrega que devolvería a los personajes al punto donde se quedaron tras la irrupción de Miller, confirmando el autor, que el camino de la oscuridad ha llegado a su fin y que el género debe abandonarlo, si no quiere quedarse en un eterno día de la marmota.

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