21 de marzo de 2018

The Divided States of Hysteria de Howard Chaykin: Una obra visceral y descarnada
























Howard Chaykin parece querer ver el mundo arder. O por lo menos, el revolucionario autor siempre ha ido un paso por delante de sus contemporáneos y ha sabido entregar obras que transmiten muy bien el espíritu nihilista de nuestras últimas décadas. Porque si la guerra fría y las tensiones entre Reagan y Gorbachov dieron origen a su American Flagg a mediados de los ochenta y le sirvieron para reescribir la segunda guerra mundial en su particular reinvención de un tebeo tan propagandístico como Blackhawk, el terror islamista, el auge de la ultraderecha, la crisis del neoliberalismo y el conflicto entre razas y géneros es el germen de The Divided States of Hysteria






El estilo tanto gráfico como narrativo de Chaykin siempre ha sido complejo y muy peculiar. Su manera de estructurar las historias, semejante a lo que hace James Ellroy en el ámbito literario, es , con perdón de la expresión, como si el autor escupiera aquello que quiere contar. En esta nueva obra, Chaykin lleva dicho estilo a su paroxismo. Cada página de esta miniserie de seis ejemplares está asfixiado de información, gracias al trabajo de rotulación de Ken Bruzenak, colaborador habitual de Chaykin y una parte muy importante del acabado final de sus trabajos como autor completo. Bruzenak satura cada página y viñeta de onomatopeyas, transmisiones de servicios de inteligencia, tweets y posts de facebook, abrumando la mente del lector y convirtiendo la obra en metáfora de unos tiempos sobrecargados de información y escasa reflexión. 






Esa teoría de la sobreinformación sobrevuela un relato distópico de un futuro demasiado cercano, 2020 y una representación de Estados Unidos y su política interior y exterior tan macabra y tan real que se entiende como visión magnificada del día de hoy. Y en tiempos donde la figura de la alt right, personificada en Donald Trump es vilipendiada por artistas y liberales, pero sin querer entender o reconocer el porqué de su victoria, Chaykin dispara sus balas tanto a dicha ultraderecha como a esos democratas neoliberales que amamantaron a la bestia. El autor no se queda ahí y presenta a una América cuya apariencia civilizada solo fue un espejismo, entregando un certero y atroz relato de las cloacas del país de la libertad y la igualdad. 






No es casual que sus antihéroes, revisión de su reinterpretación de los Challengers of the Unknown de DC Comics que realizó hace ya más de una década, sean un equipo de ex-convictos, criminales y asesinos, parias de una sociedad por su condición racial, sexual o de género, comandados de nuevo, por ese héroe chaykiniano y dondraperiano marca de la casa, que bajo su apariencia del exitoso americano, esconde un alma atormentada, cínica y turbia, pero que en una incorrección política más y tan necesaria en estos tiempos tan políticamente correctos, se acaba convirtiendo en la mejor solución de este mundo convulso y desgarrado. 






Este entorno y estos personajes se desenvuelven de nuevo en un mundo sexual y violentamente explícito. Y si en Black Kiss, tanto en la historia original como sobre todo en su secuela, Chaykin cargaba las tintas de lo sexualmente explícito, aquí lo hace en una violencia desaforada, espejo distorsionado pero tremendamente real de aquello que bulle en el interior de una sociedad malograda, para entregar un ensayo de la historia de un país abonado por la violencia y el sufrimiento. 






En definitiva, uno de los trabajos más redondos y representativos de ese autor contracorriente que es Howard Chaykin. Una obra que ahonda con ferocidad en todo aquello que la corrección política no se atreve o quiere decir y que es más necesaria que nunca, aunque muchos de aquellos que se acerquen puedan salir malheridos u ofendidos. Si esto no lo consiguiera, Chaykin no habría hecho bien su trabajo. Y menos mal que el enfant terrible del cómic americano sigue, a sus 67 años, en plena forma.

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