17 de mayo de 2016

Recordando a Darwyn Cooke (1962-2016)






















El viernes 11 de Mayo, los aficionados a la historieta recibimos un mazazo con la noticia de que Darwyn Cooke estaba en cuidados paliativos combatiendo un cáncer. El sábado por la mañana, el mazazo fue mayor al saber que acababa de fallecer. No me lo podía creer.

Mi primer acercamiento a la obra de Cooke fue en el tiempo que pasé trabajando en Madrid Cómics, hace ya la friolera de 15 años. Gracias a la recomendación de Eloy Rubio, uno de los dueños de la mítica tienda madrileña, me llevé un especial prestigio de Batman llamado Ego, el primer trabajo del autor en el mundo del cómic.

Porque Cooke, aunque intentó trabajar en la industria en los años 80, no tuvo suerte y se refugió en la animación. Gracias a esto, colaboró en tres series imprescindibles para el mundo de la animación y el cómic: Batman, Superman y Batman Beyond. Junto a Bruce Timm, redefinieron como debía ser el universo DC.



Y su primer acercamiento con Batman: Ego, un ejercicio introspectivo de la mente del atormentado héroe, dejaba entrever lo mejor de Cooke, esa mezcla de tradición y respeto, con toques pulp y noir, una fusión de Dick Sprang y Will Eisner, pasado por el tamiz de la factoría de Bruce Timm, que te hacía disfrutar de un tebeo de una manera apasionada.



Muy poco después, llegó su corto pero influyente aproximación a Catwoman junto a otro nuevo talento que nos daría muchas alegrías, Ed Brubaker. Cooke redefinió la imagen de la la ladrona Selina Kyle, igualmente sensual, pero mucho más elegante que la neumática contrapartida de los años 90.



Tras este corto trabajo y pequeños trabajos como la deliciosa miniserie para Marvel, Lobezno y Doop, guionizada por Peter Milligan, se embarcó en su obra más ambiciosa, DC The New Frontier, donde reinterpretó con mucho respeto y plásticamente inmejorable los cimientos de la DC Comics de la Silver Age. Una obra capital del cómic de superhéroes de los últimos 20 años, que dejaba entrever en su inteligencia e inocencia, que los superhéroes debían representar las utópicas aspiraciones del ser humano, convirtiéndoles a la vez en unos personajes tremendamente humanos pero también tremendamente icónicos.



Y si este tebeo no fuera suficiente y una obra de compra obligada para todo fan de los héroes enmascarados, su Spirit no se queda corto. Y aunque la sombra de Eisner es alargada, los 12 ejemplares que dedicó a la creación más famosa de Will Eisner son una pequeña joya que seguramente Eisner habría disfrutado.



Estas dos últimas obras aunaban los intereses y gustos de Cooke: tanto la aproximación a esa América utópica y bella donde Frank Lloyd Wright, los Martinis y Madison Avenue se daban la mano con los claroscuros del noir más Chandleriano. Por lo tanto no es de extrañar que desde finales de la década pasada, Cooke se embarcara en la ambiciosa tarea de adaptar al noveno arte las novelas noir de Parker, el detective creado por el escritor Donald Westlake con el alias de Richard Stark. Un homenaje al género absolutamente magistral, donde el trazo y el uso del color en la obra de Cooke, evoluciona a la utilización de los mínimos recursos para entregar su trabajo más maduro, y la eclosión de su talento como narrador.





A su vez, fue capaz de entregar la mejor miniserie salida del fatídico proyecto llamado Before Watchmen. Porque si la mayoría de series no eran malas, sino francamente prescindibles, Minutemen, la serie escrita y dibujada por Cooke era la única que aportaba elementos que hacían crecer la obra magna de Moore. No fue el mejor trabajo de Cooke, pero si lo mejor que salió de ese experimento comercial.



Lamentablemente, su última obra ha sido Los Hijos del Crepúsculo junto a Gilbert Hernández. Una obra que todavía no tengo el placer de leer, pero que con la triste muerte del autor, la convierte en la última oportunidad de disfrutar de un talento inmenso. 



Con 54 años, Darwyn Cooke deja una suficientemente extensa obra para el mundo del cómic contemporáneo. Un autor que trabajó contracorriente, en contra de las modas imperantes de la época, pero que era tan grande su talento, que lo que no era moda, se convirtió casi en un movimiento que poco a poco y seguramente más tras su muerte, hará que muchos lectores se aproximen a un autor y a una obra que supuraba amor por el medio y por los personajes que tocaba en cada una de sus maravillosas páginas. 









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