29 de noviembre de 2017

The Neon Demon de Nicolas Winding Refn: La pesadilla de la banalidad




Una niña/mujer/muñeca yace muerta con la garganta cortada en una pristina butaca que bien podría pertenecer al palacio de Versalles en la época de Maria Antonieta. La cámara retrocede para mostrar al espectador que esa estampa no es más que un decorado artificial y que lo que vemos no es real, sino una representación de lo real. Así comienza The Neon Demon, una visión descarnada del precio de la fama, que parece seguir la estela de obras como Eva al Desnudo o Showgirls, pero que atesora un veneno y una inteligencia en su interior que como el universo y los personajes de la película de Nicolas Winding Refn, no aparenta a primera vista.






Winding Refn, a través de largas y sinuosos travellings y planos generales, nos muestra un universo vacío de vida, donde el mundo de la moda y la belleza, esconden a un conjunto de seres amorales que viven única y exclusivamente por y para su exterior. Un exterior que es la única moneda de cambio en un entorno donde los personajes y sus protagonistas se convierten en objetos de un decorado artificial y artificioso que se convierte en la esencia de la cinta del director de Drive, donde Refn, al igual que los fotógrafos que trabajan con Jesse, la protagonista de la cinta interpretada por Elle Fanning, usan y abusan de estos bellos y frágiles objetos superficiales cuyo interior contiene la nada.






Ese vacío existencial en el que viven sumidos los personajes de este The Neon Demon, solo respira a través de las pulsiones de unos personajes sumidos en su doble estado de alimento y sexo, en alusión a la elección que le hace tomar el personaje de Jenna Malone al de Elle Fanning en la conversación sobre que tipo de pintalabios la define. Un personaje, maquilladora de vivos y de muertos, exenta y anhelante del contacto con la vida, que busca a través de la pulsión sexual la recarga de vida que ha perdido a lo largo del contacto con unas criaturas vampiras de vida.








Winding Refn representa este descenso a los infiernos de la belleza absoluta, una belleza vacía, pero que como dice un personaje en el transcurso del filme, no es lo más importante, sino lo único importante, a través de una paleta cromática que además de hacer uso del espacio negativo para reflejar la opresión de un estilo de vida del que la protagonista y nuestra sociedad es incapaz de escapar, a través del azul y el magenta, en escenas visualmente subyugantes y que sirven como Caronte cromático del camino a los infiernos de una joven e inocente niña de provincias que cae rendida ante los encantos y el brillo de un “Demonio de Neón” que tras sus apabulllante empaque visual, esconde o la nada, o el mayor de los horrores, en un tercer acto ya sugerido en la secuencia de apertura, que transforma la obra en una suerte de película “trash”, fiel reflejo de unas protagonistas y un sub-mundo que muere por dentro, mientras su exterior permanece inmutable como las momias embalsamadas de un mausoleo.

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