5 de enero de 2018

El Sacrificio de un Ciervo Sagrado de Yorgos Lanthimos: Kubrickiano descenso a los infiernos de la culpa





























Yorgos Lanthimos se ha convertido en la última década, desde el reconocimiento internacional con su fascinante Canino, en uno de los directores más interesantes del panorama actual. Hace dos años dio el salto a Hollywood con la distópica Langosta, donde el director griego no perdió ni un ápice de irreverencia y acidez en su traslado a Hollywood y estrellas del mismo, donde Colin Farrel encontraba a un autor que sabía sacar el máximo partido de una estrella que había pasado de ser una futurible star del Hollywood del siglo XXI a un actor que no estaba destacando ni comercial ni artísticamente.






Para su nuevo trabajo, recibido con opiniones muy equidistantes, Lanthimos se vuelve a reunir con Colin Farrell, acompañado de otra estrella que lleva un par de años recuperando el prestigio perdido, a base elegir proyectos más que interesantes, Nicole Kidman. Ambos actores protagonizan un trabajo que se mueve estilística y formalmente por los caminos de El Resplandor de Kubrick y donde el autor de Alps recrea una especie de maldición gitana, mezclada con el complejo de culpa y el karma, cuyo envoltorio quizá es más sugerente e inquietante que aquello que es entregado finalmente.






El problema que arrastra, pero que no estropea, la experiencia del visionado de El Sacrificio del Ciervo Sagrado es, que al contrario de los trabajos previos del director de Canino, esta vez, el descubrimiento del epicentro por el que gira la obra y que siempre ocurre en el cine de Lanthimos no muy tarde de su arranque, no da pie a un desarrollo donde el conjunto es incluso superior a su sugerente punto de partida, sino que esta vez se queda algo estancado, en un limbo que sigue dando muestras del mejor Lanthimos, como en todas las ocasiones que el punto de vista se aleja para transmitir la sensación al espectador de que los personajes de la obra son observados/juzgados por una entidad extra-terrenal, la atractiva e inquietante relación sexual, poco desarrollada lamentablemente, entre los personajes de Farrell y Kidman o ese acto final donde Farrell debe tomar la Gran decisión, en una escena tan escalofriante como cómica en su patetismo y que trae de vuelta los mejores momentos de Canino.








Pero aunque el trabajo de Lanthimos no sea el mejor de ellos desde el punto de vista global, aunque habría que plantearse que si sea quizá su obra formalmente más bella y atractiva, eso no quita conque nos encontramos con uno de los títulos más interesantes de 2017 y una nueva muestra de que Lanthimos es uno de esos directores que siempre que estrene algo, ya sea más redondo o más fallido, debemos prestar atención, al que quizá es uno de los autores que mejor saben reflejar esa distorsión tan lúcida, tan exagerada como cercana, de los miedos, obsesiones y vicios de nuestra sociedad contemporánea.

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