9 de enero de 2018

Perfectos Desconocidos: Un De La Iglesia menor























Escasos ocho meses después del estreno de El Bar -uno de los trabajos más equilibrados de De La Iglesia en relación a sus pretensiones, ambiciones y resultados- llega Perfectos Desconocidos, un nuevo trabajo producido por la maquinaria mercadotécnica de Mediaset y que está convirtiéndose en uno de los mayores éxitos del director, puede que el mayor desde La Comunidad.






Si en El Bar, Alex de la Iglesia diseccionaba la mezquindad humana en un entorno cotidiano y de extraños, que se transformaba en una absoluta pesadilla que daba lugar a la aparición de lo que todos esconden bajo una superficie civilizada, aquí el experimento se convierte en una humilde y pequeña pieza de cámara, donde el móvil, el fin de la privacidad y las mentiras, se plasma en un grupo de amigos de la infancia, que llevan una adultez repleta de hipocresía y falsa felicidad, cuyo epicentro se plasma en esos aparatos que han esclavizado a la mayor parte del mundo civilizado, caja de pandora de los secretos más vergonzosos de la intimidad humana.





De La Iglesia saca el mejor partido de algunas de las caras más conocidas del star system español, como Ernesto Alterio, Belén Rueda, Pepón Nieto o Eduardo Noriega, a través de la exageración de los rasgos que el público mayoritario conoce de ellos y con los que han construido dichos intérpretes su carrera artística, creando una sensación de falsa seguridad al espectador medio, reforzado por una puesta en escena que evita los geniales excesos del director y que como resultado es capaz de alcanzar a una mayor parte de los espectadores posibles, espantados en muchos casos, con trabajos más rompedores como Balada Triste de Trompeta. El problema, que De la Iglesia, aunque en algunos momentos mantiene su conocida mala baba y su visión pesimista de la condición humana, no consigue en su acto final llevar al extremo su particular punto de partida, entregando una resolución que puede descolocar al público general y dejar insatisfecho a sus incondicionales, máxime cuando de nuevo introduce su obsesión del fin del mundo global, en paralelo a la descomposición de un entorno privado, que esta vez nunca llega a casar o integrarse en la trama principal.








Por lo que estos Perfectos Desconocidos se acaba convirtiendo en un correcto trabajo menor en la carrera del cineasta. Un juguete que no será recordado como una de las cumbres de su excelente carrera, pero cuyo rédito comercial le permitirá al cineasta seguir acometiendo sus proyectos más arriesgados y costosos y que lamentablemente, debido a su visión tan personal y desgarradora, en los últimos años no han conseguido llegar a una gran mayoría del público, como si lo consiguieron en su momento, títulos como El Día de la Bestia o La Comunidad.

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