10 de octubre de 2018

Cold War de Pawel Pawlikowski: Amargamente bella






















A partir de limitaciones auto-impuestas -una duración aparentemente escasa de ochenta y ocho minutos y el formato 1:33:1- Pawel Pawlikowski ofrece un relato conciso y aparentemente frío - como la época y la atmósfera que quiere representar- donde a través de un uso cortante y a la vez fascinante de la elipsis, transporta al espectador a una relación imposible de amor inspirada en la relación de sus progenitores. Conducida a través de distintos estados de ánimo representados no solo por la música -componente fundamental del filme que lo acaba entroncando con el género musical- sino por el entorno y la puesta en escena, que va desde las estructuras formales piramidales y simétricas que sirven como metáfora de la rigidez y asfixia del régimen comunista de la Polonia posterior a la 2º Guerra Mundial, al ritmo vibrante y caótico del París de los 50 y 60 y sus ecos de la modernidad con esa cámara inquieta que acerca al relato al espíritu de la Nouvelle Vague, Pawlikowski entrega una obra cuya aparente frialdad aloja en su interior un trabajo que se mueve más en lo sugerido y en los fueras de campo que en aquello que muestran sus poderosas y bellas imágenes. 






Porque es a través de las distancias físicas (en el plano) y psicológicas (en el relato) representadas en la puesta en escena -basadas en la mirada distanciada hacia el objeto deseado e inalcanzable- donde Pawlikowski va introduciendo la semilla de la tragedia y la emoción en una historia donde la multiplicación de espacios y estilos de vida, antagónicos los unos de los otros, enfatizados a través de un ritmo jazzístico, cortante y atrevido van conformando una telaraña de sueños e ilusiones que consiguen entretejer el espacio para una tragedia emocional que sirve tanto como reformulación de la historia de amor abocada a la tragedia sin caer en los excesos sentimentales y a su vez como marco histórico de un periodo de la historia de Polonia y la Europa dividida entre dos bloques, cuyos ecos reverberan mucho tiempo después de que el espectador abandone la oscuridad de la sala de cine.

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