Super 8 de J.J. Abrams (2011).
Que los destinos de Steven Spielberg y J.J. Abrams estaban unidos era cuestión de tiempo. Si el primero fue el Rey Midas del cine de entretenimiento y evasión a partir de la mitad de la década de los 70 y durante todos los años 80, el segundo se ha convertido por méritos propios en el Rey Midas del espectáculo audiovisual del siglo XXI, a través del medio televisivo, el nuevo medio rey capaz de crear los nuevos mitos e iconos de la era digital.
Pero no solo eso, Abrams, que nunca ha ocultado su admiración por Spielberg, ha seguido sus pasos y decisiones al pie de la letra, poniendo su sello en obras como Lost, Alias o Fringe, tan importantes en el imaginario colectivo como lo fueron Tiburón, E.T. o Indiana Jones para las audiencias de los años 80 y también se ha sabido rodear de un eficiente y competente equipo de artistas, como los guionistas Damon Lindelof y Carlton Cuse (Lost), Alex Kurtzman y Roberto Orci (Alias, Fringe, Star Trek) o directores como Matt Reeves (Monstruoso) bajo el amparo de su productora Bad Robot, al igual que Spielberg hiciera en los 80 bajo su sello Amblin, que dio cabida a directores y películas como Robert Zemeckis y su Regreso al Futuro, Joe Dante y sus Gremlins o el veterano Richard Donner con Los Goonies.
Por lo que Super 8 es el paso siguiente en la simbiosis y fusión de dos autores tan astutos y brillantes como Abrams y Spielberg, una producción auspiciada por sus dos sellos y un canto de amor de Abrams a Spielberg, su rendición a su gurú cinematográfico.
Y es que Super 8 es un ejercicio de estilo milimétrico y caligrafiado del cine que Spielberg y su equipo ofreció e hizo disfrutar a la generación que creció durante los años 80 y de la que Abrams forma parte, que sigue la estela sin salirse del camino trazado sobre todo por clásicos como E.T. y Los Goonies y guiños a otros títulos tan emblemáticos y recordados como Encuentros en la Tercera Fase o Jurassic Park.
Hasta ahí todo perfecto. La nostalgia de un tipo de cine que ya no se hace, junto a los enigmas y misterios marca de la casa Abrams podría haber dado de sí, una obra maestra del cine fantástico actual como son, mal que les pese a muchos, el díptico Planet Terror/Death Proof, que forman parte del proyecto Grindhouse de Robert Rodríguez y Quentin Tarantino, donde ambos autores homenajean la serie Z más casposa y de la que son fans, sin ocultar y olvidar su estilo y personalidad.
Aquí Abrams se excede en el homenaje, emulando situaciones, conversaciones, planos y tiros de cámara que el espectador crecido y curtido en el cine de los 80 les sonará a forzado y ya visto, en un intento de forzar unas sentimientos y un mundo que ya no existe y que aún peor, intenta forzar una trama que tiene grandes escenas y momentos, como el rodaje de la película que intentan acabar los niños protagonistas, excelentes todos ellos, o el accidente de tren, espectacular y que recordará al accidente aéreo del inicio del piloto del serial de Lost.
Un guiño que no es el único que Abrams hace a sus propias producciones y a sus seguidores. También tenemos vídeos crípticos y secretos grabados en super 8, como los de la misteriosa iniciativa Dharma en Lost, o una criatura que parece sacada de los diseños descartados de la criatura de la muy superior en inventiva y riesgo "Monstruoso". Pero todos esos guiños no sostienen un andamiaje tan endeble cuya única razón de ser es el homenaje por el homenaje, sin atisbos de originalidad y personalidad, con una historia excesivamente previsible que no remonta tras su prometedor punto de partida y que aunque no aburre, tampoco apasiona, arrastrando incluso al excelente compositor Michael Giacchino (Lost, Monstruoso, Up), excesivamente dependiente del trabajo de John Williams para las anteriormente mencionadas películas de Spielberg,destacando únicamente en dos grandes momentos, que son el prólogo del largometraje y la escena en la que Jack, el niño protagonista ve en super 8 imágenes y momentos con su madre recientemente fallecida, en compañía de la chica de sus sueños.
En definitiva, Abrams cumple pero no apasiona, quedándose lejos de su talento, con una película funcional pero excesivamente fría y calculada en su concepción y ejecución, donde el creador de Lost pierde su esencia, excepto en su recurrente y francamente cansino uso y abuso del "lens flare", en pos de un homenaje hacia un autor, que este sí, hacía las películas que le salían del alma y del corazón.
hace nada he vuelto a ver E.T. y sigue siendo simplemente genial! eso es inimitable! :)
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