Tras los dos excelentes primeros volúmenes de Billy Bat, llegamos a un pequeño bache en la colección con el tercer tomo de la misma. Una de las razones por las que Urasawa puede ser insatisfactorio en última instancia es porque intenta abarcar mucho y la historia se le va de madre. En este tercer tomo ocurre algo parecido. La historia se traslada de finales de la segunda guerra mundial a la época del japón feudal y los ninjas. El interés decae, aunque la narrativa de Urasawa sigue siendo excelente. El problema es que comienzas a tener la sensación de que puede ocurrir algo parecido a lo que le pasó a 20th Century Boys, más si también se ha acercado a la época de Cristo en el segundo volumen. Concisión señor Urasawa.
La cosa cambia con el cuarto volumen. Volvemos a la línea temporal de los dos primeros volúmenes, aunque hemos dado un pequeño salto en el tiempo y estamos en la época de Kennedy. Volvemos a ver de nuevo a nuestro protagonista, Kenji, tras perderla la pista en el Japón del final de la guerra. Y el misterio se acrecienta entre los dos murciélagos, el blanco y el negro y el bueno y el malo. Oswald y la sombra del asesinato de Kennedy sobrevuela la historia y esta vez Urasawa homenajea otro de los grandes géneros americanos como es el western.
Urasawa de nuevo consigue lo mismo que Damon Lindelof, creador de Perdidos, y es engancharte a una historia de la que sabes poco pero lo poco que sabes te tiene intrigado. Igual que Lindelof, maneja los saltos en el tiempo, la narrativa fragmentada y los misterios de manera excepcional. Su problema, al igual que Lindelof, que luego le cuesta rematarlas como se merecen. Pero como siempre en estos casos, es el viaje lo que realmente merece la pena.
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